‘¡Vivan mis tompiates!’. Somero análisis hermenéutico del Grito de AMLO

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‘¡Vivan mis tompiates!’. Somero análisis hermenéutico del Grito de AMLO

Por supuesto que modificar el contenido de la tradicional arenga conmemorativa del Grito de Independencia es lo de menos (citar las palabras textuales atribuidas al cura Hidalgo sería de hecho inaceptable).

Cambia con el paso del tiempo y se moldea de acuerdo a la agenda de cada gobernante, no obstante en esencia debe honrar tres aspectos fundamentales: La Independencia, los protagonistas de dicha gesta (unos entran, otros salen pero los padres de nuestra Patria, Hidalgo y Morelos –¿cómo te quedó el ojo, familia panista-heteronormativa?–, esos no son negociables y se incluyen sí o sí) y al País en sí mismo, en una triple exaltación que supone un tricolor éxtasis de patriotismo puro. ¡Vale!

A falta de una reglamentación oficial para esta ceremonia, que sin embargo es la más importante del calendario cívico mexicano, queda a criterio del mandatario, representante o dignatario, el contenido del Grito que habrá de encabezar. En tanto cumpla los tres puntos arriba señalados y no le de por ensalzar el sacrificio de, no sé… Tony Stark, todo bien.

Los osos más pachones suelen recaer en los alcaldes, algunos embajadores y en menor medida gobernadores. Para su fortuna poca gente los ve, ya que el grueso de la población siempre estará pendiente del Grito “oficial”, el bueno, el del Presidente de la República, que va por el Canal de las Estrellas, antes Mafia del Poder.

Así que los presidentes se esmeran realmente por no cagarla. Nadie quiere pasar a la historia como el que le quitó con su torpeza lo poco que de solemne nos quedaba a los mexicanos. Ello no los disuade, sin embargo, de adicionarle sus personales notas ideológicas.

Señala Wikipedia (no me haga investigar hoy más fuentes, por favor, es día de asueto) que Lázaro Cárdenas vitoreó a la “revolución social”, Adolfo López Mateos a la Revolución Mexicana, Luis Echeverría a los “países del tercer mundo”, Ernesto Zedillo a “nuestra libertad, la justicia, la democracia y la unidad de todos los mexicanos”, pero el que de plano daba indicios de demencia senil era Vicente Fox, trayendo y quitando elementos en cada ocasión, empezando por instaurar esa monserga gramatical de falsa inclusión que es el aludirnos con el distingo de “mexicanas y mexicanos”. Indica además que en 2001 gritó “vivan nuestros acuerdos”, sin aclarar jamás a qué chingados se refería exactamente con ello.

Antenoche, el Cachirulo de ese Nuevo Teatro Fantástico llamado la 4T, no lo hizo mal, aunque ello no significa necesariamente que lo haya hecho bien. No lo hizo mal porque no cometió ninguna pifia que estigmatizara la ceremonia (como el tierno corazón artrítico del último año de mi Lord Peña) y se abstuvo de llevar el discurso por senderos muy escabrosos (sólo un poco).

Era, sin embargo, más que obligado y hasta un regalo para la ocasión, una verdadera oportunidad para congraciarse con buena parte de la sociedad y ser bien visto por la comunidad internacional, el haber tenido la deferencia de incluir en la letanía al personal médico mexicano, carne de cañón en la guerra contra el COVID.

¡Pero no! El viejito no quiso, porque no le ve –o no le quiere ver– la importancia ni la trascendencia. ¡Chingado! Ya ni siquiera le ve los beneficios como estrategia de comunicación y de relaciones públicas para su gobierno en época preelectoral. Si hasta me parece que lo oigo:

“¡No! ¡Esos… médicos… qué! ¡Neoliberales… es… lo… que… son! ¡Quítale… eso! Pónmele… lo… de… las… tribus… indígenas… y… lo… otro. Lo… de… la… ‘fraternitat’!”.

Y así fue que por sus azules tompiates excluyó a los únicos héroes que de momento reconoce el pueblo de México, (bueno y los güeyes que madrearon al “ladrón de la combi”), porque cómo va a ser que los mexicanos admiren a alguien más que a él, que es el redentor.

Para su Pejestad, el esfuerzo de los trabajadores de la salud no vale ni siquiera un “viva”, reconocimiento de aire en una celebración simbólica, por una vez en la vida, en 200 años de historia.

¡Cuánto pudo haberle redituado un pequeño gesto de humildad, pero prefirió en cambio asirse al cetro de su reino, el de la razón absoluta!

No puedo soslayar, que AMLOVE haya incluido dos “vivas” de su muy marcada ideología: lo de la “fraternidad universal” (una mamarrachada socialistoide) y lo del “amor al prójimo” (muy de la doctrina cristiana a la que tan afecto es este Presidente de “izquierda” ultraderechista).

Fraternidad y amor al prójimo. No deja de tener gracia, viniendo de un mandatario que utiliza la comunicación institucional, oficial, para burlarse de sus adversarios (teniendo o no razones para ello), sin importarle si así exacerba los ánimos de todo el País, avivando la pugna entre mexicanos.

¡Qué bárbaro, Andrés! ¡Síguele así! ¡Tú, muy bien!

Celebramos un año más de una Independencia que es bastante relativa. No lo digo para que se desencante de México, que relativa es en cualquier parte del “mundo civilizado”. Porque ni en los países más desarrollados pueden presumir de ciudadanos plenamente libres.

Pero en nuestro caso concreto, la independencia está muy condicionada por nuestros propios atavismos de pueblo conquistado. 

No seremos independientes mientras sigamos creyendo que la emancipación, la justicia y la realización dependen de un único elegido, gobernante, partido, movimiento o ideología.

Lo digo por supuesto por los amloístas a ultranza, incapaces como su viejito de reconocer sus fallas o el simple derecho a disentir. Pero vale igual para quien sea que abrace cualquier proyecto político con más fervor que a su Patria. Y de esos, los hay de todos los colores.

Afortunadamente y contrario a lo que muchos opinan, aún queda mucho México que celebrar. Eso sí, debemos tener cuidado qué gritamos, a qué o a quiénes vitoreamos, en nuestra anual exaltación nacional.