Vislumbre del libro


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Vislumbre del libro


Continuando con la tesis de la semana pasada, los imponderables derivados de la contingencia me obligan a variar el abordaje al orden original de las Seis propuestas para el próximo milenio de Italo Calvino y su posible pertinencia para analizar el futuro de la cultura en Coahuila

Lo que ya se dijo: las propuestas fueron enunciadas casi 15 años antes de la llegada del segundo milenio, pero su agudeza expande su irradiación hasta nuestro presente.

En ellas, el autor de Las ciudades invisibles postula la visibilidad  -cuarta propuesta-  como una reflexión en torno a la imagen y su vínculo con lo escrito: elementos que propone también como esenciales en la creación de los imaginarios. Reiterando a su vez la bidireccionalidad en la potencia de la imaginación: de la palabra a la imagen (lectura) o de la imagen al texto (productos audiovisuales). Calvino nos dice que la imaginación científica -en un sentido similar a la poética- funciona en torno a las asociaciones, jerarquizándola: como herramienta de conocimiento, como subjetividad compartida y como potencia de lo hipotético, es decir, como latencia. Para él, la visibilidad sería, más que facultad de imaginación, una forma interior de la visualización: capacidad de vislumbre.
Y la literatura, un vehículo privilegiado para el surgimiento de esta visión, camino de ida y vuelta hacia la génesis de la imagen.

Víctor Moncada Maya, bibliotecario fundador del Centro Cultural Vito Alessio Robles y artífice de la Ley para la preservación del Patrimonio Bibliográfico de Coahuila.

Bibliotecario fundador

¿Qué pertinencia tendría este concepto de visibilidad en la realidad regional de hoy? ¿Cuál su importancia de la literatura como capacidad de vislumbre?  Yo diría que toda.

A la terrible pérdida hace unas semanas de otro eminente bibliotecólogo como lo fue el Dr Jesús Valdez Ramos, en días pasados ha fallecido también Víctor Manuel Moncada Maya, bibliotecario fundador de la Infoteca Central de la Universidad Autónoma de Coahuila y de los fondos Óscar Dávila y Vito Alessio Robles, del Centro Cultural del mismo nombre.

Y al igual que con el primero -hoy que casi toda la difusión de los asuntos relativos a la cultura es virtual- fue significativo no ver dedicadas siquiera unas palabras dedicadas a ellos en las plataformas de difusión de la Secretaría de Cultura, de la Red de Bibliotecas, de la Secretaría de Educación o del Instituto Municipal de Cultura de Saltillo; plataformas que sí se han ocupado de conmemorar a personajes ajenos a nuestra comunidad en una suerte de canibalismo coyuntural, o de plano a compartir contenidos fuera de la divulgación de la cultura, por no hablar de la abierta propaganda política.

Eso no es  ninguna novedad: el que las instituciones o quienes dicen encabezarlas no conozcan o o quieran saber de la importancia de ambos bibliotecarios para la historia de la cultura de Coahuila, da una medida de su relación con la realidad inmediata.El trabajo y el legado específico de la obra de Jesús Valdez Ramos y de Víctor Moncada tiene un peso concreto y no se disolverá en el aire.

Ambos fueron profesionales que vivieron para y por los libros. Y de ello hay un ejemplo insuperable: ya habíamos hablado en este espacio de aquella famosa Ley del libro, propuesta ante los diputados de Coahuila hace ya casi una década. ¿Quién fue uno de sus primeros artífices y más tercos promotores? Ni más ni menos que Víctor Manuel Moncada Maya.

El dr. Jesús Valdés Ramos, otra pérdida irreparable con ecos de resonancia nacional.

La Ley de depósito legal sería la solución a los males de la pobrísima distribución de libros en nuestro estado, a ampliar como dijo Calvino, su potencia y su visibilidad. El Depósito Legal propone que la producción de todas imprentas envíen por lo menos cinco ejemplares al momento de su publicación con el fin de generar un acervo, nutrido y articulado, incluso hasta de publicaciones periódicas. Lo increíble, es que no hace muchos años esta ley estuvo a punto de cristalizarse, y debido a diversos enredos burocráticos, quedó en el limbo.

Fue a finales de 2010, cuando el bibliotecario del CECUVAR conjuntó en un grupo de trabajo una “Propuesta de Ley que establece el Depósito Legal y la Creación del Fondo para la Preservación del Patrimonio Bibliográfico y Editorial del Estado de Coahuila de Zaragoza”. Y como suele pasar en nuestro entorno: luego de meses de gestiones, citas, revisiones, recordatorios, acuerdos, y más citas con diputados y “asesores” que en aquel tiempo trabajaban la Ley de Cultura -aprobada por las mismas fechas- cuando se había asegurado el genuino interés del ejecutivo por consolidar esta importante normativa, cuando ya estaba hecho todo el trabajo; y faltaba sólo que se incluyera y votara -de manera misteriosa, absurda y extraña- dicha propuesta desapareció en los ires y venires del papeleo de diputados encargados de esta comisión.

Al final, despojada de toda su esencia y como una parte subordinada y muy menor de la tan cacareada Ley de Cultura, la iniciativa  fue “absorbida”  y prácticamente desaparecida en su intención y alcances originales. Así, el genuino interés y trabajo de años topó con algo tan duro y vulgar, pero a la vez tan monolítico, como lo puede ser la mezquindad de subalternos y asesores.

El patrimonio bibliográfico coahuilense está cayendo hacia la inopia, la destrucción y el vacío: en la invisibilidad.

Esa ley ya está hecha. Sólo falta hacerla constar en papel. Una tarea que podrían retomar tantos y tantos que llevan décadas de vivir y venderse como “defensores” y “promotores” del libro.

Como dijo Calvino: la visibilidad es imaginación, capacidad de vislumbre. La literatura, camino de ida y vuelta hacia la imaginación y la construcción de nuestra cultura.

Pero ¿Cómo vamos a vernos y a reconocernos a nosotros mismos si no siquiera somos capaces de vislumbrar nuestros propios libros?  Nuestras autoridades culturales podrían retomar este esfuerzo, incluso por mero oportunismo. Seguro les redituaría.

Es el mejor reconocimiento que podrían hacer a la vida y la trayectoria de un profesional con el tesón y el amor a los libros como lo fue Víctor Moncada.

Se lo deben.


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