Visión de los vencidos, o corrido de la muerte del PRI

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Visión de los vencidos, o corrido de la muerte del PRI

Visión de los vencidos, o

corrido de la muerte del PRI

Cómo caducó en un día

el partido tricolor:

no halló, al quebrar su alcancía,

más que votos sin valor.

 

¿Quiere buscar un santuario

cómodo y que lo conforte?

Se acabó el gasto suntuario,

no hay hoteles de resorte.

 

Aunque es un partido joven,

se porta como un anciano

y aun permite que le roben

los dineros de su mano.

 

Con banderas de dos siglos,

los yanquis y los ingleses

defienden como vestiglos

sus antiguos intereses.

 

Noventa años son apenas

la adolescencia política:

el PRI se cortó las venas

sin completar aún su eclíptica.

 

Las aguerridas matriarcas

vieron cómo sus colonias,

sin caciques ni jerarcas

se tornaban babilonias

 

invertebradas, confusas

y apagaron el pabilo,

derramaron las alcuzas,

rompieron ruecas e hilo.

 

Samuel, pastor de asegunes,

cerró el portón del Congreso

y en el altar de San Lunes

quebró su alcancía de Creso.

 

Crepitante desbandada

de grillos y saltamontes

oscureció la jornada,

añubló los horizontes.

 

 

Aparece Miroslava

dándole gracias a Dios,

en donde el general Coss

los dineros tiende y lava.

 

Gritaba el señor Guadaña,

por alias Don Pinacate:

“Secuestrarlo fue mi hazaña,

pague Riquelme el rescate”.

 

Trepaba Chilote López

como una saltapared

y mientras se da de topes,

declara: “A todos, sabed:

 

Es sólo un licenciadillo

que nunca llegó a dotor.

Votaría por Obrador

para alcalde de Saltillo”.

 

Incluso sus enemigos

sollozan en esta lápida;

la Historia es juez y testigo

y con flores lo lapida.

 

Habían sido setenta años

de paz y estabilidad;

sus daños y sus engaños

pagó con prosperidad.

 

Superior a don Porfirio,

se nos volvió una costumbre:

no hay troyano ni tirio

que este hecho no columbre.

 

En el país putrefacto

todo huele a corrupción,

incluyendo el propio acto

que lo tumbó, la elección.

 

“La corrupción somos todos”,

dijera López Portillo:

turbiamente y a su modo,

Obrador jaló el gatillo.

 

El país quedó engastado

en los cascos del jamelgo,

y el partido muy gastado

de los cascos y el talego.