Violencia física y simbólica
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Violencia física y simbólica
Lo que sucedió a la senadora Ana Gabriela Guevara no tiene nombre. De no haber estado ahí su acompañante y estar los agresores rodeados de vehículos, podría haber sido asesinada; de hecho, poco faltó para ello. Puesto que no hay declaraciones de las bestias que la maltrataron para escuchar su versión (¿tendrán alguna más allá de ser unos machos frustrados?), deberemos esperar que las autoridades, ¡ay!, tan lentas, expliquen cómo es que una mujer (deje usted que sea senadora) puede generar tal ultraje de cuatro imbéciles juntos. A lo mejor uno solo hubiera recibido una madriza de Ana Gabriela teniendo en cuenta que es una de las más grandes deportistas que ha dado el País.
A la violencia física le han seguido frases, cartas y declaraciones que implican una violencia simbólica tan salvaje como la otra. Escuchando al periodista de la televisión José Cárdenas, me indignó que él, creyéndose de amplio criterio, dijo algo así como que “ella tiene derecho a sus preferencias sexuales” (frase que, por supuesto, no grabé). O sea que en vez de decir que simplemente una mujer había sufrido una agresión salvaje, metió el elemento explicativo: su diferencia la condena. Dígame usted si eso no es violencia simbólica. Total, puede que los cuatro animales golpeadores hayan creído que el pecado de ser distinta les daba una buena justificación para el paso al acto.
Ana Gabriela tuvo la grandeza de alma de subir a tribuna y denunciar el hecho con su rostro todavía hinchado y el ojo morado. Pero lo más loable fue que no se presentó como víctima en el sentido individual, sino que extendió al resto de mujeres su propia experiencia.
Me he preguntado desde hace años por qué todos los ojos siempre se volcaron sobre Ciudad Juárez como el lugar del feminicidio y de la violencia contra las mujeres, siendo que el Estado de México superó por mucho esa tradición machista. Lo que se me ocurrió es que si Juárez estaba en manos del Partido Acción Nacional, ése era suficiente argumento para colocarlo en la picota. Y, por su parte, el Estado de México estaba, y sigue estando, entre los muchos negocios del Grupo Atlacomulco. Y la siguiente pregunta es ¿por qué los periodistas chilangos protegen tanto a sus opresores y desvían la atención hacia los “provincianos”?
Han sido las estadísticas de Inegi las que nos hicieron saber que el Estado de México llevaba la delantera sobre Chihuahua y con mucho. Hasta los mejores periodistas pusieron siempre su dedo señalando a Juárez y dejaron de lado su propio entorno.
Los dos géneros de violencia, física y simbólica, se presentaron en Saltillo en el caso del niño muerto por un perro. Las distintas maneras de enfocar el asunto eran en sí mismas formas muy alegóricas. Según el dictaminador en turno, casi sería el niño muerto el culpable, algo así como un niño suicida. O bien, la madre debe ser enjuiciada por su descuido y es la homicida. No fueron pocos los que defendieron al perro asesino; y no repito sus argumentos porque son para provocar vómito.
Tengo un tercer caso de violencia emblemática. Apareció una carta de Humberto Moreira acerca de su propia situación en relación con sus aspiraciones a un cargo de representación en el Congreso de Coahuila. Se dice que no es seguro que la carta sea suya. No importa, la carta en sí es una excelente muestra de detalles que implican un rencor evidente contra quienes pudiesen estar en su contra. A Rubén Moreira se le hace aparecer como un títere que fue colocado en su actual puesto por decisión personal, se le acusa de no pocas felonías con las cuales Humberto considera quedar libre de pecado. Si la carta no es suya, el estilo sí lo es. Lo conocimos cinco años, lo seguimos escuchando otros cinco: él es la grandeza, todos los demás son la nada; si algo bueno tienen, es porque les fue concedido por él. El argumento se parece demasiado a la teología escolástica: todo viene de Dios (y yo soy dios; ¡deberían darle las gracias a Dios de que yo exista!).
Así las cosas, tenemos cerca la Navidad para ponernos a pensar sobre lo que viene. ¿Podría caernos el cielo encima?, sin duda.