Vigilia en la colonia Roma de la CDMX... las postales de una espera

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Vigilia en la colonia Roma de la CDMX... las postales de una espera

Compromiso. A pesar de que ya pasaron más de 72 horas del sismo de magnitud 7.1 y de intensos trabajos de búsqueda, la esperanza se fortalece entre los rescatistas. Fotos: Vanguardia/Omar Saucedo

TEXTO: FRANCISCO RODRÍGUEZ/ENVIADO | FOTOS: OMAR SAUCEDO/ENVIADO

 

 

CDMX.- Karina Gabriela Albarrán Luna se levantó temprano para irse a su trabajo. Eran las 6:15 de la mañana del pasado 19 de septiembre. 

-¿Por qué tan temprano? –le preguntó su padre Alejandro cuando se despidió.

-Tengo que hacer unas auditorías –le respondió.

Karina de 30 años es auditora, contadora en el edificio Álvaro Obregón 286 que el martes pasado se desplomó con el sismo. 
“Le gusta su trabajo, es muy matado pero a ella le gustaba”, dice su padre en la vigilia de la madrugada del viernes. Desde que supo que el edificio donde trabajaba su hija colapsó, no se ha separado del lugar.

Es casi medianoche y el perímetro del derrumbe en Álvaro Obregón en la colonia Roma, se ha convertido en una postal de esperanza y espera; una postal de paciencia y lucha contra el tiempo, de resistencia estoica.

Decenas de personas apoyan con víveres, ofrecen café, agua, tortas. Piden bomberos, paramédicos. A un costado, un puñado de familiares esperan debajo de una carpa. Van de un lado a otro, se abrazan, se desesperan. Pegado a un poste, hay una hoja de máquina pegada con la lista de personas que no han sido rescatadas. Suman 46.

Desesperación. Familiares y amigos de los desaparecidos mantienen la fe en que muy pronto sus seres queridos estarán con ellos.

Entre ellas está la hija de Alejandro. Van 72 horas y no sabe nada de ella. La familia se halla en un perímetro de la zona cuando alguien pide a los familiares que se reúnan. Les dicen que siguen trabajando, que van informar, que necesitan las medias filiaciones y datos sobre vestimentas, que no se desesperen, que hay regaderas, que se cuiden, que descansen.

-¿Quiénes son médicos? –pregunta alguien dentro del cerco. 

Otro pide traumatólogos, epidemiólogos. Nadie se asoma.

Lo último molesta a Alejandro. “Han pasado muchas horas y no rescatan a nadie. Eso me inquieta y después de tanto tiempo me dicen que me vaya a bañar, que me cuide, no cabrón, cuida a mi hija, yo qué”, platica Alejandro a VANGUARDIA.

Su hija lleva más de 6 años trabajando en el lugar. Alejandro es jubilado del seguro y es funerario. Toda su familia, hijos, sobrinos, suegros, hermanos, está en la zona, haciendo base en distintos puntos, haciendo guardia, vigilia. Guillermo Albarrán, hermano de Alejandro, cuenta que unos duermen y otros hacen guardia pero siempre hay alguien despierto. Él tiene la certeza de que van a rescatar a su sobrina. 

No le cabe en la cabeza a Alejandro que hayan pasado tantas horas sin tener rastro de su hija. Insiste que es una estupidez que le pidan que se cuide, que hay regaderas; “esas pendejadas no. Estoy molesto, muy molesto, muy molesto”. 

Su hija estaba en el cuarto piso cuando se desmoronó el edificio. Pide a la autoridad que dé la cara, que pida más hombres, más maquinaria, que se preocupe por eso y no porque él esté bien. Su hija es todo, es prioridad. 

SEGUIR ESPERANDO

David Saud tiene 48 años y está debajo de los escombros. Su familia espera, platica, manotea, merodea, mira el edificio. David tiene 4 hijos. Su familia lo describe como accesible, amable, tratable, cordial, muy humilde y trabajador. Tenía 3 años trabajando en el edificio que se derrumbó el pasado 19 de septiembre. Él se hallaba en el cuarto de seis pisos. 

Según los reportes, únicamente 6 trabajadores pudieron salir. Los demás siguen en calidad de desaparecidos. 

Víctor Jolalpa es su cuñado y lleva las manos en las bolsas de la chamarra. Son las 11:45 de la noche y lleva la mirada baja. Víctor pasó por toda la familia cuando supo que el edificio donde trabajaba su cuñado se vino abajo. Llegaron por la tarde el día del sismo y desde entonces no se han despegado. 

“Nos dicen que han estado trabajando, que están detectando ondas térmicas, que van a reportar a las 12, a las 2 de la mañana pero luego la información es repetitiva, hay lapsos que no informan nada en 8 horas”, lamenta Víctor. 

Cuidados. El trabajo ha sido arduo para los voluntarios y rescatistas, quienes constantemente reciben apoyo médico.

UN MUCHACHO ALEGRE

Por la mañana, en el perímetro de Álvaro Obregón, el campamento de las familias atrae el reflector de todos. Carpas, casas de campaña, bolsas para dormir, lonas improvisadas.Decenas hacen guardia, van a cumplir las 72 horas y sus hijos, nietos, primos, sobrinos, padres, siguen sin ser rescatados. Al fondo, el cerro de concreto se mira como una cúspide lejana a donde sólo un grupo de rescatistas intenta dar con la gente. Una cartulina hace eco: No a la maquinaria, sí a la esperanza. 

Y esperanza es lo que mantiene la familia de Erick Martín Acosta. Tiene 23 años. Quizás se imagina que aquí está toda su familia: tíos, sobrinos, hermanos, e inclusive su beba de 11 meses Quizá no sepa que su mamá diabética, se tuvo que retirar porque se puso mala.

Pero aquí está su tía María del Carmen, esperando, haciendo guardia, sostenida de su gente. “Nos dicen que en el transcurso a ver si los pueden rescatar, pero ya es mucho. Que estaban esperando porque estaba muy pesado por la lluvia”, dice María del Carmen.

Erick tiene cuatro años trabajando en el edificio como contador. Su tía menciona que es un muchacho alegre, lleno de vida, “un buen muchacho”. En el lugar piden silencio. Arriba se alcanzan a ver soldados y brigadistas removiendo escombros. María del Carmen se enteró por las redes sociales que el edificio colapsó y desde entonces no ha descansado. 

Su sobrino suma 72 horas entre los escombros; 72 horas de espera para la familia, de angustia, pero también de fe.
En un campamento un cura dirige un rosario en el que una decena de familiares se refugian.

‘NO LOS DEJEN MORIR’

Hay miradas fijas en los trabajos de rescate. La mirada perdida en el concreto hecho rompecabezas. Alguna gente no quiere hablar, dice que no puede. “Caretas para soldar y dos soldadores”, pide alguien. “¡Soldadores!”, gritan varios. 

Una muchacha grita: “familiares de Karen Nalley” y rápido alguien va. Corren, toman un teléfono y escuchan. Una señora comienza a llorar, alguien la abraza. Empiezan a decir que sacaron dos cuerpos. 

A unos metros, Nancy carga con su bebé en el campamento de las familias que esperan por información de sus seres queridos. 

Adentro, entre la mole de concreto, está su cuñada Noemí Manuel García, de 21 años y quien estaba haciendo su servicio social y trabajando al mismo tiempo en el lugar.

Nancy reclama que la gente adentro no se toma el tiempo de avisar si salió una persona. “Entendemos que es difícil pero ya nos estamos desesperando”, se sincera.

Aquí está toda la familia y son las voces de apoyo las que mantienen a unos y otros. “algunos ya están cansados, necesitamos fuerzas para que nuestras rodillas no se doblen”, añade Nancy. Su esposo y su suegro están desde el martes adentro, en la zona cero.
“Nos dicen que paran el trabajo de rescate, como que los dejan morir, que están lentos. Que muevan las manos. Hay muchas manos que quieren ayudar y los mandan a repartir sándwiches o acomodar agua”, reclama.

Nos dicen que han estado trabajando, que están detectando ondas térmicas, que van a reportar. No informan nada en 8 horas”. Víctor Jolalpa, familiar de desaparecido.

Nos dicen que en el transcurso a ver si los pueden rescatar, pero ya es mucho. Que estaban esperando porque estaba la lluvia”. María del Carmen, familiar de desaparecida.

DATO

72 horas o más llevan varios familiares sin tener noticias del rescate de sus seres queridos.