Viejo testigo

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Viejo testigo

Las ciudades también son las memorias de sus muchos días, de la inagotable fuente de sus habitantes, sus tradiciones y  símbolos.

Edificaciones, estatuas, fuentes, alamedas, tanques de agua, son en ocasiones el referente significativo de la manera de recordar un lugar. Celaya tiene su bola, llena de cajeta, diría mi suegro; Monclovita sus hornos, Piedras Negras tenía su conjunto de edificios conocidos como: “La estrella”, Torreón al famoso “Elvirita”, Matamoros, Tamaulipas  y sus copas de agua y Monterrey al cine Elizondo, todos eventos de la nostalgia.

En las diversas etapas de mi acontecer en Saltillo, existió un testigo descolorido del tiempo, límite citadino que nos alertaba a retornar hacia otros destinos.

Cuando niño, el paseo dominical iniciaba en las incipientes residencias del novísimo fraccionamiento “Lomas de Lourdes”  a fin de observar la pequeña ciudad de finales de los 60, a eso de las 17 horas. Luego “bajar” por Abasolo hasta Presidente Cárdenas y en Allende pasar el vado del ferrocarril para tomar el bulevar Constitución y al llegar al reloj de la Ford, regresar a casa con la variante de subir Allende y en Aldama casi llegar al hogar de la calle Castelar.

La jornada terminaba con una merienda de Pan de Mena o del Radio y un suculento chocolate Oso, que después se tradujo en Express (el del trenecito).

El reloj también era límite en los 70 de la parte norte de la ciudad, que finalizaba en los terrenos de don David Linares que se convirtieron en las colonias Virreyes (Obrera y Residencial).

Tiempo después, me comentaba el personaje citado, que sus terrenos incluían una pista de aterrizaje, que luego fue aprovechada para construir dos bulevares que marcan la colonia: el Sarmiento y el Egipto, lugar en el que aterrizaban las avionetas que transportaban la base de elaboración de las aspirinas cruz verde, famosas en los años 50 en la ciudad.

Después del reloj, solamente la carretera a Monterrey  y gente hasta el rancho de Peña, que en antaño era una parada de los autobuses que iban a Ramos en otra aventura familiar a la que le reservaré tiempo.

Como adolescente, el grupo era el del “six pack”, que posterior a la vuelta dominical  a la alameda, que requería rotar la calle Purcell como 20 veces y luego estacionar ya sea, la combie de Briceño o la caribe de Braulio, para saludar a quien pasara, terminaba en un viaje hasta el reloj mencionado, como recordatorio de que el permiso tenía límites y que habría que regresar a casa a preparar las cosas para la escuela.

Aún en pie en los 90, el reloj marcaba las horas ante la mirada de admiración de la pequeña Melissa, que sabía que unas cuadras adelante, encontraría al sonriente señor del títere del crucero, que le cantaba “niña bonita, niña preciosa”.

Como testigo callado pero exacto, también tomó nota de la variedad de negocios que florecieron en la zona y al desarrollo de otros : el restaurant Marco Antonio del Hotel Estrella a quien hizo famoso el tesorero de la administración del diablo de las Fuentes  a través de los desayunos de políticos, los tacos George, el Wathaburger (las mejores hamburguesas del mundo mundial) , el Euro hotel, los tacos Julio de la Euro plaza y las Texas

Burger de los estimados Amador y Poncho Rodríguez  del mero Piedras Negras.

La iniciativa de los seis clubes rotarios que concurren en la ciudad a fin de instalar un reloj conmemorativo en el sitio del antiguo de la Ford, me hizo escudriñar en la historia de esta tierra, que como la de muchas otras ciudades nos referencia a la nostalgia de los momentos de felicidad de épocas más sencillas y ante seres entrañables.

Y aunque poco duró el gusto, ya que un distraído chofer de autobús, daño el monumento a los  días de la inauguración, de nuevo de pie, el reloj se apiada del tiempo moderno que transcurre sin conocernos.

Viejo testigo, nuevo momento que también nos alerta que cada segundo sucede puntual recordándonos las palabras del reloj: “Haz el trabajo de cada día en su día, te convencerás de que si se toma tiempo...

Siempre hay tiempo para todo. Hay un modo difícil y un modo fácil de hacer el trabajo que tiene que hacerse. Si quieres encontrar el modo fácil, mírame a mí, nunca me preocupo, nunca me apresuro, pero nunca me retraso.

Lo que tengo que hacer, lo hago”.