Viejito, fachoso y Presidente

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Viejito, fachoso y Presidente

Un impresentable Presidente de México tuvo ese raro privilegio de hablar ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.
 
Le juro que en mis mejores días de juerguista, tras quedarme a dormir en casa de alguna amistad luego de una noche de excesos, despertar crudo y sentirme como si hubieran doblado mi ropa para guardarla en un cajón -pero sin quitármela- mi aspecto era mucho más pulcro y aseado que el de AMLO que, para colmo, se puso a largar dislates ante los atónitos líderes del mundo quienes con toda seguridad ordenaron despedir a sus traductores (*“¡No digas jaladas, Boris! ¡Tradúcele bien!”).
 
Mire que ufanarse de que la influencia del Benemérito de las Américas en el mundo es tal que por ello, “el Duce” Mussolini fue bautizado como el oriundo de Guelatao ya es cosa de bobalicones. Pero aludir al señor cuya foto viene en el diccionario junto a la definición de fascismo, en plena asamblea de la ONU (organismo creado de hecho a la sombra del infame legado del dictador italiano), no sólo peca de banal sino que es francamente estúpido.
 
No sólo eso sino que, en lo que suponía una oportunidad excelente para mostrarse como estadista y hablar de los retos que enfrenta el mundo actual, verse como un líder consciente de la problemática global y no como un alcalde de pueblo globero, prefirió hablar de la pinche rifa de su pinche avión. “Lo rifamos y ahora lo vamos a vender”, dijo en desprecio a la lógica y al sentido común de cuantos no alcanzamos a comprender cómo puede él considerar una empresa exitosa semejante fracaso. Si se va a burlar, vale, pero lo del avión no tendrían por qué entenderlo los líderes de las distintas naciones ¡Es chiste local, viejito cotonete!
 
Volvamos a la facha del Presidente de la República que, por deplorable o insulso que nos parezca, es lo que hoy nos ocupa.
 
Ya huelo a toda la chairiza radical descalificándome por ocuparme en un análisis de algo tan trivial, tan anodino, tan frívolo como el personal arreglo del Jefe de esta Nación.
 
“Chayotero… Ya te llegaron al precio... Has de estar ardido porque cobrabas con el PRIAN, pero ya se te acabó…” y toda esa retahíla de sandeces reduccionistas a las que se limita el catálogo de argumentaciones de los fanáticos de la Cuarteada Transformación.
 
Pasa que tengo una semana dándole vueltas al asunto y algo me dice que el desaliño del Presidente no es inocente y de ninguna manera casual, por lo que no está de más que nos detengamos a discutirlo.
 
Obviemos para esto también la consabida reconvención sobre la dignidad presidencial, el decoro institucional y la sobriedad de la investidura (esa misma que AMLO cuida tanto cuando evita recibir a la Caravana de Javier Sicilia, pero parece no importarle cuando solícito camina -casi corre- hasta la mamá del Chapo para saludarla). En ello no me interesa ahondar porque es tan obvio que hasta lesiona el sentido común.
 
Esa falta de garbo distintiva de nuestro supremo viejecito y que en esta transmisión para la ONU alcanzó niveles de descompostura dignos de quien pasó la noche en el bote, es cualquier cosa menos un inocente desacato a los protocolos.
 
Pensemos por un instante: ¿Qué tan difícil era arreglar el cuello de la camisa y la corbata del mandatario antes de su mensaje a la ONU? ¿Cuánto habría demorado en ello? Tres, cuatro… seis segundos como máximo y ni siquiera hablamos de su tiempo, sino de alguno de los asistentes que necesariamente participan en la producción de un mensaje del Ejecutivo. ¿No valía la pena invertir estos segundos en favor de la imagen de un Presidente que de hecho, malgasta diariamente el tiempo de todo el País con lo que tarda articulando una simple oración, desde los buenos días?
 
Pero vamos a suponer que el Presidente en efecto tiene un congénito desdén por los formalismos y la etiqueta. Aun así, alguien en todo su gabinete que le ayude, su esposa la No Primera Dama, no sé… ¡Alguien! 
 
A menos, claro, que sea imposible pasarle la más tímida sugerencia y AMLO sea, como sugiere la prensa internacional, un autoritario e intransigente de lo peor.
 
De cualquier manera, no me puedo creer que el detalle de la camisa y la corbata se brinque tantas instancias, desde el criterio del propio Presidente hasta el del último licenciado en comunicación que se queda al final a recoger los cables. Por lo que tiendo a pensar que es un detalle totalmente deliberado.
 
“¿Para qué? ¡Por supuesto que no! ¡Qué estupidez! ¿Por qué lo sería? ¿Con qué propósito?”.
 
Pasa que la desaliñada imagen de AMLO (M.R.) hace perfecto clic con su todavía muy amplia base de simpatizantes, que sienten una descarga eléctrica cuando lo perciben como alguien más cercano a ellos que a las élites de poder. Es un regalo para quienes insisten en verlo como un líder desastrado, sí, pero como síntoma inequívoco de su desprecio a los convencionalismos y en consonancia con su afinidad al pueblo que gobierna.
 
Hablamos por desgracia de un personaje confeccionado, perfectamente calculado para que en su desparpajo se pueda identificar el godínez, el obrero, el ciudadano común y de a pie, al que le está diciendo: “¡Mirad lo incómodo que me veo vistiendo estos atuendos de gente fifí, propios de los neoliberales! ¡Vean cómo no encajo en estas fachas, pero aquí me sacrifico por vosotros, el pueblo bueno y sabio!”
 
El traje fachoso de AMLO es el vochito de Pepe Mujica, es la cumbia bien ensayada de Humberto Moreira, es la guapeza pulcra de Enrique Peña Nieto, meras estrategias de identificación con la masa y nada más. Demagogia y populismo.
 
Y claro que sería bonito tener como líder a alguien así como AMLO se nos vende: Extraviado totalmente en sus cavilaciones, absorto en problemas complejos, tan inmerso en su proyecto de Nación que trasciende sus desatinos en el hablar o en el vestir, un genio distraído a lo Einstein. Pero no. Es sólo un personaje inventado, al parecer, por Gómez Bolaños.
 
Es eso, o aceptar el hecho de que en todo el maldito gabinete de la 4T (que presume que va a enderezar al País) no hay alguien con la capacidad, la voluntad o el valor para enderezar una pinche corbata. ¡Usted decida!