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Vida y muerte
Uno hace el intento de no pensar en la posibilidad de morir, pero todos los días y a todas horas oye hablar de la pandemia como tema imprescindible. Éste es rodeado por consideraciones, comentarios y aun recetas: cualquiera toca las cuestiones recurrentes como si se hubiera graduado con honores en alguna gran institución de salud. En parte es por desesperación, en parte por ingenuidad y, por qué no, por falta de humildad. De medicina sé muy poco y no me atrevo a opinar. En las últimas semanas sólo he dicho que espero la vacuna y que, si he logrado transitar por este escenario durante once meses tal vez consiga hacerlo otro. El tema está ahí y no se le puede sacar la vuelta.
Vida y muerte, muerte y vida, están en el aire. Y el problema no es el estar seguros de que moriremos, puesto que esa convicción debería acompañarnos siempre, sino que no sabemos cómo ni cuándo. Martín Heidegger afirmó que tenemos dos certezas, nada más dos: existimos y moriremos. Lo sabemos, pero de una manera habitual, incierta; cosa que la pandemia debiera confirmarnos, aunque no en lo que corresponde a lo personal. Se constata con tristeza que están muriendo personas, algunas cercanas, la mayoría desconocidas, pero no para quienes las aman.
Decía que muchos pretenden saber más que los médicos, lo que me llevó a recordar “Gorgias”, el diálogo de Platón, que demuestra que un merolico, un buen hablador conduce a sus oyentes a creerle más que a un especialista. La idea de Platón condena con fuerza a quienes producen discursos que pretenden tener la verdad. Llama a esto retórica. Y la retórica es lo que reina en México. Hoy nos levantamos sabiendo que Coahuila descendió del semáforo naranja al rojo. Estamos entre las cuatro entidades con mayores casos de contagio. Y, como dije antes, no aprovecho el artículo para condenar a los encargados de cuidar nuestro bienestar (las tres escalas de gobierno, el sistema de salud, la propia población tan falta de disciplina…). He leído a algunos que alegan que México es un País que da pena. Creo que sí, pero hay que intentar comparaciones. Alemania era en un momento dado el ejemplo mundial (o al menos europeo) por el bajo número de decesos por COVID-19; ahora ese País subió de golpe a decenas de miles de muertos. Quiero decir que, sin defender a nuestro Gobierno Federal, encuentro que la gran mandataria Angela Merkel demuestra que no sólo se trata de decretar medidas (en un pueblo tan disciplinado) sino de un elemento invisible: un virus. Ahora se puede creer que Alemania, España o Italia han fallado. ¿Fallado?, no lo parece, sin embargo, han sido incapaces de controlar la enfermedad.
Es claro que el aspecto más difícil de aceptar es lo que acompaña a la enfermedad y a la muerte, que es la soledad, el apartamiento del enfermo y la misma imposibilidad de no tener acceso a los rituales que por siglos se han practicado: la velación del cadáver, la manifestación de acompañamiento a los deudos, la ceremonia religiosa o cívica… El ataque del virus lo complicó todo: mueres y pasas al crematorio. ¿Qué te importa si estás muerto?, a ti nada, pero a los demás sí. Recordemos que durante milenios ha existido un concepto sobre la vida, la muerte, el más allá, el dolor de los deudos.
Una buena amiga me envió una entrevista a Isabel Allende. Transcribo unos parrafitos: “Lo que la pandemia me ha enseñado es a soltar cosas, a darme cuenta de lo poco que necesito. No necesito comprar, ni ropa, ni ir a ninguna parte, ni viajar. Me parece que tengo demasiado. Después, darme cuenta de quiénes son los verdaderos amigos y la gente con la que quiero estar. La pandemia nos está enseñando prioridades y nos está mostrando la realidad de la desigualdad. De cómo unas personas pasan la pandemia en el Caribe y otra gente está pasando hambre. También nos ha enseñado que somos una sola familia. Se está planteando qué mundo queremos”.
Si este virus y su producto no nos transforma quién sabe qué o quién podrá hacerlo. Por la muerte valoramos más la vida y gracias a ella podemos hacer proyectos (estas ideas son de Kierkegaard). La muerte nos hace agradecer la vida y valorar la de los demás en todo lo que implica.