Samantha, de 14 años de edad empezó a herirse sus piernas por diversión; una amiga de ella lo hacía y pensó que sería bueno experimentar, aunque luego se le volvió una necesidad y deseaba esa sensación que dice, se siente al autolesionarse.

Al principio, cuando hizo ese primer corte en su pierna no sintió nada: “No me dolió”, expresó cuando se le cuestionó qué había provocado en ella. Con el tiempo al ver que su amiga lo seguía haciendo por tener problemas con su papá, Samantha pensó que si esto causaba alivio, a ella también podría ayudarle y continuó haciéndolo, primero con tijeras, luego con exactos, hasta que tuvo acceso a una navaja y comenzó a cortar los muslos de sus piernas.

Luego la relación en su casa comenzó a ponerse difícil, pues sentía que su madre no la comprendía y cada que tenía un problema con ella, sus amigas o su novio, recurría a lesionarse, entre más grande la herida mayor era el alivio, pues pasó de cortes leves a heridas muy profundas.

Empezó a lesionarse sus brazos, sus otras amigas le decían que parara, que eso no estaba bien, pero se molestaba y comenzó a alejarse de ellas, no entendía que se preocupaban por ella.

“En mi casa no se daban cuenta de que me cortaba porque siempre me ponía suéter y así escondía mis heridas; en las piernas pues no se veía y así no lo notaban”, recuerda la jovencita.

Un día, mientras cortaba sus brazos se hirió de más en la muñeca izquierda y comenzó a perder mucha sangre, cuando vio que eso ya no era una herida como las que se acostumbraba hacer se dio cuenta de que necesita ayuda y le contó a su mamá lo que le ocurría.

Ahora las heridas empiezan a sanar internamente, pues en el exterior quedará marcada por esa mala decisión. “Yo sentía mucho alivio al hacerlo, creía que estaba bien pero no es así, ahora ya casi no tengo ganas de cortarme, sólo de golpear cosas muy fuerte, pero se me está quitando la ansiedad”, reconoce.

Y aconseja: “Si tienen ganas de cortarse, no lo hagan, pidan ayuda así como yo, pero en serio, no hagan eso porque no es sano”.