Verónica, siete años desperdiciados…

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Verónica, siete años desperdiciados…

Verónica era una niña muy quieta, muy tranquila, calladita, obediente y algo tímida. Era pequeña en estatura y ya de adulta no medía más de 1.52 mts.

Era delgadita, con cabello negro, lacio y cortito. Los que no la conocían la creían muy tímida, pero sus amigas en la universidad descubrieron que ya en confianza era una mujer muy risueña, contaba buenos chistes, las hacía reír y solía encontrarle el lado gracioso a cualquier cosa que sucediera en la calle.

Verónica quedó huérfana de madre y cuando su padre contrajo matrimonio nuevamente se instalaron en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México.

Decidió estudiar Comunicación, asombrando un poco a su padre por su decisión pues ella ya tenía casi 4 años de tener un noviazgo con Arturo, y pensó que de un momento a otro su hija se casaría con este muchacho.

Verónica y Arturo comenzaron su noviazgo cuando ambos tenían 16 años de edad. Desde entonces Arturo demostraba ser un hombre machista, posesivo, celoso y agresivo. Pero Verónica no lo veía así, y a sus amigas les extrañaba que ella, tan risueña y linda persona, anduviera con un tipo que no se emparejaba en carácter con ella.

Desde el primer semestre en la universidad Verónica entabló una muy agradable amistad con otras tres chicas con quienes se sentía muy a gusto por la afinidad de intereses mutuos, entre éstos, eran muy independientes, querían titularse y todas querían llegar a hablar 4 ó 5 idiomas. Se imaginaban exitosas, solteras o casadas, pero capaces de lograr cualquier meta que se propusieran.

Ninguna de las tres tenía novio, excepto Verónica.

Lo primero que empezó a inquietar a sus amigas, fueron los celos y la inseguridad de Arturo. Las cuatro amigas estaban en el mismo salón y cuando terminaban las clases, la puerta del salón se abría para que todos los estudiantes pudieran salir, pero para sorpresa de ellas, el dichoso novio ya se encontraba afuera del salón esperando a Verónica.

Las amiga miraban sorprendidas y un poco angustiadas cómo el novio de su amiga hacía más la veces de guardián, celoso y posesivo, que las de un novio más “normal” que esperara tranquilo y paciente a que su novia terminara sus clases.

Verónica solía apenarse, Arturo la tomaba de la mano y casi la jalaba escaleras abajo para desaparecer de la escuela rápidamente.

Las amigas comentaban entre ellas, ¿viste lo que hizo el tipo?, ¡la estaba esperando afuera del salón! ¡Ni siquiera afuera de la escuela! No, el tipo se metía a la universidad, subía los escalones, jalaba una banca de los pasillos y se sentaba justo afuera del salón para cuando la puerta se abriera, agarrar a Verónica de la mano y llevársela de ahí, jalándola de la mano delante de todos.

Las amigas se molestaban pero ninguna le decía nada a Verónica.

Para ser ciertas, las cuatro eran muy jóvenes, tenían entre 17 y 20 años de edad y aunque no tenían la experiencia de un novio posesivo y celoso, les quedaba claro que ese tipo de noviazgo no era el que deseaban para ellas mismas ni para Verónica.

La actitud de él era como para no dejar ni respirar, pues las chicas solían platicar un rato después de clases ya que era el único momento en que se veían, pero Arturo no hacía posible que Verónica tuviera esos cinco o diez minutos de convivencia extraescolar con ellas.

Un día de tantos, Verónica le dijo a Esperanza, una de las cuatro amigas, que si le prestaba unos apuntes, pues el lunes tendrían examen. Ella le dijo que esa libreta la tenía en su casa. Pera, como le decían a Esperanza, la invitó a su casa para ir por la libreta, pues no quedaba lejos de la escuela.

Ese viernes en la noche -pues las muchachas salían a las 10 pm de la universidad- Verónica acompañó a Pera a su departamento y aunque ésta le insistió que se quedara a cenar, Verónica le decía con evidente apuro: De verdad no, muchas gracias, ya debe estar Arturo esperándome allá abajo porque le dije que venía contigo y… mejor me voy, muchas gracias.

Pera hizo muecas con la boca y aceptó las prisas de su amiga que se veía más temerosa y nerviosa que apurada.

Cuando las chicas estuvieron en la calle, Verónica se detuvo en una cabina telefónica, metió 20 centavos al teléfono público y comenzó a marcar el número del novio que la ponía tan nerviosa no sólo a ella, si no a sus amigas también.

De pronto, Pera vio al joven moreno, flaco, ciertamente feo –pensaba ella- bigotudo y dientudo, acercarse hacia ellas con esos trajes que solía usar tan desteñidos o corrientes que lo hacían verse aún más chaparro y feo. Claro, esa era la imagen que Esperanza tenía del novio de su amiga, tal vez por caerle tan mal y por hacer que su amiga se angustiara de ese modo.

Verónica estaba de espaldas marcando el número de Arturo cuando Esperanza lo vio acercarse a ellas caminando a toda prisa. Y antes de que Pera pudiera decirle a Verónica “Mira, ahí viene Arturo”, ella sólo alcanzó a mirar cuando el tipo volteó a su amiga bruscamente del hombro y jaloneándola de la blusa la sacó de la cabina telefónica, la zarandeó con violencia y le gritó:

-¡Quién te crees que eres! ¡Tengo toda la tarde buscándote y tú paseándote quién sabe con quién!

-¡Arturo, cálmate! ¡Qué te pasa! –trataba de explicarle y defenderse Verónica.

El tipo, sin soltarla de la blusa, la volvió a zarandear y eso fue el colmo para Pera quien lo aventó con las dos manos, separándolo de Verónica. E interponiéndose entre el par de novios, Esperanza le dijo mirándolo a los ojos y señalándole con un dedo en la cara en franca señal de advertencia:

-Escúchame bien, pedazo de imbécil, tú vuelves a tocar a mi amiga y de aquí no te vas vivo, ¿me entendiste?

Ella pensó que el tipo se le iría encima y que ella tendría que defenderse a golpes… Pero no. No fue así. Arturo se quedó quieto, respirando agitado, su rostro estaba tenso y jadeaba más que respirar. Arturo no dijo nada e intentó acomodarse el saco con el rostro desencajado.

Esperanza, que se encontraba entre los dos, no desaprovechó la oportunidad para refutarle en la cara:

-Que sea la primera y última vez que te miro tocar así a mi amiga. La próxima vez que vuelvas a ponerle una mano encima ¡o le grites!, mínimo te voy a meter a la cárcel, ¿me oíste? Mi amiga no está sola y es una hermana para mí, ¡y no voy a permitir que ningún mequetrefe como tú la toque o le haga daño! ¡Me escuchaste, estúpido!

Verónica intervino entonces entre su novio y su mejor amiga y trató de calmarla a ella.

-Ya Pera. No te preocupes. Lo mejor es que me vaya. ¡Vámonos Arturo! Ya me encontraste. Ya. Y cálmate por favor. No te preocupes, Pera, de veras, gracias.

Le dijo Verónica tratando de sonreír, volteó a ver al desaliñado de Arturo y le dijo: Estos son los papeles que tenía que recoger. Pera me prestó su libreta para estudiar para el examen que tenemos el lunes. ¿Por qué armas tanto pancho por no verme, eh? ¿Qué te pasa, Arturo? Como si yo te estuviera con alguien aparte de ti. ¿Por qué eres así, eh? ¿No te puedes esperar a que termine y ya nos vamos? Ya estoy aquí, ya. ¿Ahora qué quieres? Arturo sólo la sujetó de la mano y la jaló fuertemente llevándosela sin dirigir palabra alguna.

Esperanza solo vio cómo su amiga y su novio se alejaban. Se quedó ahí, en el frío de la noche, quieta, parada en la banqueta y sumamente preocupada por Verónica.

El lunes le contó todo a las muchachas y Pera insistió ese día en ir a casa de Verónica para hablar con su papá y advertirle del novio de su hija.

Cuando entraron a la casa de Verónica, lo primero que Esperanza vio fue un refrigerador y una estufa a un lado de la sala.

-¿Y estos muebles?, preguntó Pera y Verónica contestó tranquilamente:

-Son los muebles que ya estamos comprando Arturo y yo para cuando nos casemos o nos vayamos a vivir juntos. Ya tenemos la sala, el comedor, la estufa y el refrigerador. Y esta semana queremos ir a ver la recámara, claro, en pagos… Pero como queremos casarnos el próximo año, ya queremos tener todos los muebles para la casa. Pero por mientras… pues los voy acumulando aquí, dijo Verónica sonriendo como disculpa con su papá por tener los muebles estorbando en la entrada de la casa.

Pera torció la boca y conoció al papá de Verónica, un hombre sumamente gentil y agradable, a quien ya no pudo decirle nada. Sólo deseó que el señor estuviera al tanto del yerno tan violento que parecía ser Arturo.

Pasaron los meses y Verónica se dio de baja de la universidad. Se cambió de carrera y comenzó a estudiar Turismo. También estudiaba ruso, japonés, inglés y francés los sábados y domingos. A Esperanza le daba mucho gusto ver que su amiga iba a paso veloz en busca de sus sueños y sus propósitos. Aunque no se imaginaba cuándo pondría su amiga en práctica todo lo aprendido, teniendo a su lado a un hombre como Arturo.
Unos meses después Esperanza conoció a un chico, se casó antes que sus tres amigas, abandonó la universidad y se fue a vivir a Morelos con su esposo. En ese lapso de tiempo tuvo que viajar a los Estados Unidos por el trabajo de él y no pudo asistir a la boda de su querida amiga Verónica con el dichoso Arturo, con quien había durado 7 años de noviazgo.

Seis meses después, Esperanza pudo ir a la Ciudad de México y contactó a una de las muchachas. La noticia la dejó impactada.

-¿Cómo que no sabes nada de Verónica? –le dijo su amiga.

-No, ¿qué pasó?, ¡le paso algo! –preguntó alarmada.

-No, cómo crees. Sólo que estás retrasada de noticias, amiga... Verónica ya se divorció.

-¡Cómo que se divorció! ¡Pero si se acaba de casar hace medio año!

-Pues sí… Pero ya se divorció…

-A ver, no, espérate… Y la charla concluyó en un café cerca de Bellas Artes, donde les gustaba reunirse, las pocas veces que Arturo no se invitaba solo a la charla de las cuatro amigas.

Esperanza se dirigió a la casa de Verónica y ahí las amigas se estrecharon en un largo abrazo dejando brotar lágrimas y risas.

Por fin, Verónica habló:

-Lo que pasa es que el tipo le gustaron las mujeres ya casado.

-¡Cómo!

-Sí, una vez que nos casamos, nos acomodamos en casa de su hermana porque no nos quisieron dar todavía el departamento que habíamos enganchado por Iztapalapa, los muebles se quedaron aquí con mi papá, y viviendo ahí, con su hermana, al señor le dio por no llegar temprano, buscar escusas, se ausentaba, llegaba oliendo a perfume de mujer, no quería hacer el amor, y mil excusas.

-¡Pero Verónica, ese tipo te acosaba de sol a sombra! ¡No te dejaba respirar!, ¡cómo fue eso! De veras que no entiendo. ¡No entiendo!

-Pues sí, ya ves como era de celoso y posesivo… Pues ya casados le brotó la verdadera personalidad.

-¡Pero si tuviste siete años para conocerlo! ¡Es que no es posible eso, no lo puedo creer!

Te voy a decir qué pasó. Nos enojamos un día. Me vine a casa de mi papá con todo y maleta. Era un viernes. Y el sábado, ¿qué crees que hizo?, pues me mandó a su abogado con la demanda de divorcio.

-¡Cómo crees!

-Te lo juro. El sábado tocaron la puerta de la casa, yo dije: ha de ser él, todo arrepentido y viene a pedirme perdón. ¡Pues no! ¡Toma tu perdón! Era el abogado que me traía la solicitud de divorcio que él interpuso.

-¡O sea, todavía fue él el que solicitó el divorcio!

-Ajá. Entonces yo le dije: Ah, claro que sí, muy bien, dígale que cuenta con mi firma. Y el divorcio fue exprés, amiga. Ya estoy oficialmente divorciada.

Pera se agarraba la cabeza, no lo podía creer…. Sólo se quedó en silencio viendo a su amiga y finalmente soltó la pregunta: ¿Y tú, cómo estás?

Verónica, asombrosamente tranquila, dijo: Pues yo muy bien. Muy aliviada. Ya vendí todos los muebles. Tengo un guardadito y dentro de un mes ya no me verás aquí. Ya me voy.

-¡Pero a dónde te vas!

-A Puerto Vallarta.

-¿A Puerto Vallarta?

-Sí. Ya conseguí una casa, voy a llegar a vivir con una amiga que ya me consiguió un trabajo en un hotel como recepcionista, y ocupan a alguien cien por ciento bilingüe. Y como yo ya casi hablo cuatro idiomas más, además del español, pues siento que me va a ir bien.

Esperanza miraba asombrada a su amiga. No sabía que alguien tan pequeña y que parecía tan tímida y víctima de violencia tuviera el carácter suficiente para tomar decisiones tan firmes.

-Pues estoy asombrada… No sé qué decirte… No sabía que pudieras tomar decisiones así.
Verónica sonrió.

-Pues sí, amiga. Ya me voy. Y ahora sí que… no sé cuándo nos volvamos a ver.

-¡Pues yo te voy a ver, no te preocupes!

Las amigas se abrazaron y pasaron el resto de la tarde juntas.

Verónica no sólo se fue a Puerto Vallarta, fue recepcionista, masajista, guía de turistas, se juntó con un gringo, tuvo dos hijos y los idiomas y tanto estudio habían rendido sus frutos. Con los años siguió siendo guía de turistas. Hoy tiene una casa que ella misma compró, es madre soltera, vive con sus hijos, no quiere saber nada del matrimonio, tiene una camioneta preciosa, nuevecita, es una mujer independiente, profesionista, cabeza de familia, maduró, es digna y feliz.

Parece historia de novela, inventada pues. Pero es una realidad que no deja de ser un espejo para todas aquellas mujeres que sufrieron o sufren violencia en el noviazgo, en este caso un noviazgo que duró 7 largos años –larguísimos para Esperanza- para terminar en seis meses con un matrimonio roto debido a la traición e infidelidad de él.

A veces no conocemos bien a las personas, ni las que violentan ni las que son violentadas. Pero como suelo decirle a algunas de mis alumnas y sobrinas: No sabes qué tan fuerte eres, hasta que ser fuerte, es la única opción que tienes.

Esperanza y Verónica tienen una cita pendiente en Puerto Vallarta, y se augura que unas cervezas bien frías, uno que otro tequila, más risas que llanto, podrían ser el entremés y el postre de lo que será la charla más extensa, de una larga noche entre amigas…