Verne, una isla
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Verne, una isla
Como -al igual que millones de mexicanos- estoy ebrio de la costosa, pestífera y lamentable publicidad electoral y como no hay mejor remedio que el arte y el afán de conocimiento contra esa basura considerada por muchos en nuestro país como “política”, me ocuparé de una novela de Julio Verne: “La Isla Misteriosa”.
Pues, ¿tendrá sentido comentar la grotesca mascarada que nuestra clase pseudo-política escenifica en el tinglado de los medios masivos de comunicación, sus hipócritas slogans, sus mentiras, su insólito cinismo, su insensibilidad ante un México que se desangra por sus costados y sus fronteras?
Lo tiene, supongo, pero ni tengo el ánimo de hacerlo, ni me considero un politólogo. Hablemos, pues, de “La Isla Misteriosa”. Después de todo, esta isla y lo que en ella sucede a un pequeño grupo de náufragos parece una alegoría: los mexicanos podríamos representar a esos cinco colonos cuyo líder sabe –en verdad sabe- cómo sobrevivir y cómo distribuir el trabajo entre todos.
No me pondré a contar la historia. Si a alguien le interesa lo que aquí escriba, puede buscar la novela y leerla. En los ratos que el hipotético lector pueda arrancar al tiempo, sabrá encontrar no sólo un sabroso entretenimiento sino también una información sorprendente.
Cinco colonos y un personaje que ya conocemos: el capitán Nemo, quien sólo aparece hacia la tercera parte del libro y que muere ante sus protegidos, los náufragos. Nemo, el célebre trasunto de Verne, el capitán del Nautilus, la adelantada nave protagonista de las “Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino”, del mismo autor francés.
La isla es, por sí misma, todo un símbolo; la de Verne es el espacio en que el autor reconstruye, en algún sentido, la historia de la humanidad, ¿pero con Biblia y ciencia?… Ya teníamos a Robinson Crusoe, como personificación del hombre que se abre paso entre la naturaleza gracias a sus habilidades. El ingeniero Cyrus Smith, en cambio, lleva consigo el conocimiento científico y la destreza pragmática: él será el líder de este grupo de náufragos.
Es extraño que Verne sea considerado como un escritor para adolescentes, pues su enciclopédica cultura científica y tecnológica, su conocimiento de las más diversas disciplinas pasa a sus novelas de manera impresionante. Como soy un verdadero lego en tales ámbitos –mucho más que en otros-, me he visto empujado a consultar Google, diccionarios y enciclopedias y atlas analógicos una y otra vez.
Me importa la gran metáfora, la inmensa alegoría que constituye esta novela, como otras del mismo autor, pero la curiosidad y algo que podría llamar “la disciplina” me obligan a saber muchos fenómenos y objetos particulares ante las cuales se enfrentan los personajes de esta historia.
¿Qué es, por ejemplo, un sextante y qué utilidad tiene? ¿Qué es un cuadrante y para qué se usa? ¿Cómo reconocer cierto tipo de minerales o de ejemplares de la flora y la fauna? ¿Cómo puede medirse la altura de una montaña sin necesidad de escalarla? Estos son sólo algunos de los numerosos ejemplos que como ignaro puedo ofrecer.
Pero hay más, muchos más. He aquí éste: “El bosque se componía en aquellos parajes […] de deodares, douglas, casuarinas, árboles de goma, eucaliptos, dragos, hibiscos, cedros y otras especies…” Todo un manjar para el curioso.
La química, la física, la astronomía, la náutica, la geografía, la mineralogía, la zoología, la botánica y una ingente cantidad de disciplinas y conocimientos tecnológicos nos salen al paso en cada página, sin entorpecer la acción y la amenidad de la lectura.
Todo esto presenta a Verne como un adalid de la ciencia y la tecnología. Su novela “París en el Siglo 20”, escrita en 1863 pero no publicada sino hasta 1994, adelanta ya la época de los rascacielos y de Internet… En fin, todos saben algo acerca de estas adelantadas imaginaciones, que tanto recuerdan las de Leonardo.
Sin embargo, parece que el propio Verne, tan entusiasta del “progreso” y los avances de la ciencia, en algún momento intuyó que tal sueño dieciochesco no necesariamente llevaría al hombre a la felicidad o al menos a la equidad. Esa sombría intuición fue el motivo por el cual Hetzel, su editor, le sugiriese no publicar “París en el Siglo 20” cuando se la presentó, aquel 1863…