Venezuela, a través del espejo de Florida

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Venezuela, a través del espejo de Florida

La máxima de “Tip” O’Neill, el legendario presidente demócrata de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, de que "todo en la política es local", explica en gran medida por qué un presidente estadounidense, conocido por el reflejo aislacionista de su política exterior caótica y chovinista, se ha zambullido de lleno en la crisis venezolana. Y es que en el caso de Venezuela y la postura de la administración Trump, toda la política exterior es local, y lo que está en juego es nada más ni nada menos que Florida, cara a la elección presidencial de 2020.

Florida se ha convertido en uno de los estados bisagra clave en EU. Con 29 votos en el Colegio Electoral (el cuarto estado con el mayor número), Florida ha votado por el candidato presidencial ganador desde 1992 y jugó un papel determinante en decantar el resultado en el Colegio Electoral a favor de George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump. En 2000, Bush obtuvo la presidencia gracias a un recuento controvertido que le dio la victoria por apenas 537 votos. En 2016, Trump ganó el estado por 200 mil votos, equivalente a un margen de victoria de 1.1%; Obama lo ganó en 2012 por un margen de 0.8%, menor al obtenido en 2008, de 2.8%. Y todo indica que Florida volverá a ser, en 2020, uno de los estados decisivos para determinar si Trump se reelige o no.

En el estado, hoy son los votantes hispanos los que están creciendo más rápidamente y ya representan el 16.4% del electorado. Y en momentos en que la encuesta de enero de PBS/NPR y Marist Poll muestra que 50% de los adultos de origen hispano aprueban la gestión de Trump (un aumento notable comparado al 31% registrado en diciembre), cómo se comporte el votante hispano en Florida se vuelve crítico. Los puertorriqueños han sido el grupo hispano que más ha crecido en el estado durante la década pasada, y a partir del huracán María que asoló a Puerto Rico en 2017, más de 100 mil puertorriqueños llegaron a Florida, la mayoría de ellos asentándose en el corredor de la carretera interestatal 4, que va de Tampa a Orlando. Fue ahí donde Trump le arrebató Florida a los demócratas. Los puertorriqueños no pueden, si viven en Puerto Rico, votar por el presidente en una elección general, pero si radican en alguno de los cincuenta estados, sí pueden ejercer su derecho al voto en las presidenciales. El votante puertorriqueño invariablemente se inclina de manera abrumadora por el Partido Demócrata. Trump perdió con estos votantes por más de 20 puntos en 2016; 71% del total de votantes hispanos en el estado votó por Clinton. Pero en cambio, Trump obtuvo el 54% del voto de cubano-americanos y venezolano-americanos en Florida. Y aquí es donde Venezuela viene a cuento.

La arremetida contra Maduro, que cuenta hoy con el apoyo de republicanos y demócratas, se origina con la presión del vicepresidente Mike Pence a favor de una posición más dura frente al régimen de Maduro y se ahonda con los cambios en el gabinete de Trump: la llegada de Mike Pompeo como secretario de Estado y de John Bolton como asesor del Consejo de Seguridad Nacional, quien de la mano trajo a Mauricio Claver como su director para el hemisferio occidental, y la designación de Eliott Abrams como encargado de los "esfuerzos de democratización" en Venezuela. Bolton y Abrams se forjaron en las guerras ideológicas del fin de la Guerra Fría y se foguearon a través del rol estadounidense en los conflictos centroamericanos (de esa época viene su animadversión a México y nuestro papel en la región). Y a todos los une su militancia anticastrista. No sorprende que Bolton haya usado un referente de Guerra Fría —la "troika del mal"— para ligar a los gobiernos cubano, nicaragüense y venezolano, ni que el discurso en el que lo acuñó, al igual que el que pronunció Pence este fin de semana pasado sobre Venezuela, fueran en Florida.

Más allá del objetivo que comparto de restaurar una democracia liberal en Venezuela, la decisión de quitarse los guantes con Maduro conlleva para la Casa Blanca una intención clara por neutralizar el potencial impacto electoral puertorriqueño en Florida, movilizando a votantes hispanos motivados por ideología. Y la pregunta central desde esa arista para Trump es ¿quién ganará el pulso en 2020?, ¿puertorriqueños cabreados por su deplorable actuación en respuesta a la devastación que dejó María, o los cubano-americanos y venezolanos espoleados por sus acciones en la región?