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A lo largo de la historia, las relaciones diplomáticas Mexico-Estados Unidos han tenido altibajos y resultados más positivos para el vecino del Norte, sobre todo a nivel económico y por ende político.
Derivado del establecimiento de las mismas al inicio de Mexico como nación independiente, surgida en parte por la unidad de la masonería y su conjura contra el status quo virreinal, la nominación del embajador Poisnett vino, al decir de mi abuela, para acabar con el cuadro.
Al diplomático se le relaciona con la introducción del Rito de York en el sistema político mexicano, incluso lograría convencer a personajes como: Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero y Lorenzo de Zavala a volverse de la logia yorkina, además aconsejó al gobierno mexicano de permitir la entrada de colonos a Texas debido a su escasa población.
A Poinsett se le considera el creador del Rito Nacional Mexicano; es decir, la logia yorkina que rápidamente se convirtió en un partido político que estaría fuertemente en conflicto con sus rivales los escoceses, quienes favorecían la monarquía, la aristocracia y la iglesia.
Con ese cometido, la intención expansionista norteamericana lograría, mediante la división política de los mexicanos, hacerse a la larga de más de la mitad del territorio de México en prácticamente jugadas de tablero de ajedrez y kaput.
Con eso fue suficiente por el siglo XIX. Durante el pasado siglo veinte, la figura del intervencionismo político en asuntos internos de la nación fue constante e inició con el pacto de la embajada, mal llamado de la ciudadela, ya que esta conjura fue generada en el seno de la sede del diplomático Henry Lane Wilson, con el propósito de derrocar a Madero.
Logrado el cometido, las relaciones gubernamentales tuvieron un remanso –digamos– debido a los conflictos de las dos guerras mundiales, que mantuvieron ocupados a los vecinos en estudiar la manera de sacar ventajas económicas de los dos eventos.
A partir del surgimiento de la cortina de hierro, la preocupación por la amenaza del comunismo originó que en las relaciones se incentivara la necesidad del blindar a Mexico.
Varios diplomáticos cumplieron el cometido; sin embargo, el más significativo fue Winston Scott quien como Jefe de la Oficina de la CIA en el País (dentro de la embajada) reclutó como agentes, a través de la operación Litempo, inclusive a tres altos funcionarios (López Mateos, Díaz Ordaz y Echeverría) entre los años 1956 y 1969.
De esta teoría de la conspiración surge el tema principal de este libelo que apunta a señalar que la nominación de la embajadora Jacobson, obedece a la tendencia que llevarán las elecciones nacionales en el 2018. Ya que no es una coincidencia de que los 3 agentes reclutados por la CIA, (1956-1968) luego resultaran favorecidos con la nominación presidencial en los respectivos sexenios.
Jacobson es una diplomática experimentada; sin embargo, su especialidad nace de la experiencia en el derrocamiento de regímenes a través de la democracia, un formato moderno de los golpes de Estado, utilizando ahora agitadores políticos en lugar de generales.
Resulta extraño que al aceptar su nominación como embajadora, Jacobson haya tenido que rebajar su jerarquía en varios niveles –era la Secretaria adjunta de Estado– para tomarse la molestia de llegar a México y esperar un año para que la destrabara el senador Rubio (Republicano) –a quien Jacobson dice admirar–.
La jugada está hecha. Obama ya se va y hay dudas sobre quién ganará la Presidencia. Si llega Trump, sería difícil cambiar de embajadora por enfrentar a un Congreso dividido. Pero Roberta enfrentaría fuego amigo. Si gana Hillary Clinton, su influencia en las elecciones del 2018 en Mexico sería determinante. Para Jacobson, su embajada será una con los republicanos en la Casa Blanca y otra si los demócratas llegan. La relación bilateral después del saldo electoral será muy compleja.
Ojalá nuestro País no sufra otra pérdida hasta de identidad con sus embajadores norteños. Habrá que recordar que aparte del caos causado y el divisionismo, Poisnett bautizó botánicamente a nuestra mexicana Nochebuena con su apellido, por ser botánico. No vaya a resultar que a Jacobson, a quien tanto le gusta la comida tradicional mexicana, bautice al mole con el suyo.