Vacunas, a la congeladora

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Vacunas, a la congeladora

El primer año de la pandemia del COVID-19 en el País nos alcanzó, para no variar, en medio de otro caos: el de un lento y, oh sorpresa, desarticulado proceso de vacunación. Ya sabemos que la falta de cohesión ha sido, por desgracia, la constante, pero contaminar de esa triste pobreza estratégica a un procedimiento que debería representar una luminosa esperanza, es ya el colmo de los colmos. Y, como de sobra se sabe, ello se explica en buena medida por el cariz asistencialista, de programa social con tufo electorero, que se le ha impregnado a la aplicación de la vacuna.

Esta semana las autoridades coahuilenses manifestaron otra vez, abiertamente, su desacuerdo en las decisiones que el Gobierno Federal está tomando a la hora de distribuir las vacunas. Y no sólo por la selección, casi a tientas, de los municipios que recibirán las dosis que, de por sí, llegan a cuentagotas, sino porque en la intención de que toda la logística corra a cargo del Gobierno Federal, las dependencias locales se ven reducidas a meros entes coadyuvantes de un proceso en el que poco pueden incidir.

“No estamos de acuerdo con la logística, pero la instrucción es que apoyemos al cien por ciento”, había declarado el doctor Juan Pérez Ortega, jefe de la Jurisdicción Sanitaria 6, que abarca en la Región Laguna los municipios de Torreón, Matamoros y Viesca. En este último municipio, la única localidad lagunera donde hasta ahora se ha aplicado la vacuna, sobraron unas mil dosis que bien pudieron ya haberse aplicado en ejidos aledaños de Torreón y Matamoros. Pero como no hay autorización desde el Gobierno Federal de comenzar a vacunar en esos otros municipios, ni a población menor de 60 años, las vacunas simplemente están aguardando esa luz verde que sólo se encenderá con designios políticos y no necesariamente científicos. Como si vacunar no fuera cosa urgente, como si pudiéramos darnos el lujo de la espera. 

“¿Por qué las dosis no se distribuyen más equitativamente? No podemos estar desperdiciando vacunas, que de por sí hay pocas”, cuestionó por su parte el secretario de Salud, Roberto Bernal. Según él, el mecanismo del Gobierno Federal, que además no se basa en ningún padrón poblacional, seguirá ocasionando esta inercia de dosis “sobrantes” que, de todos modos, no podrían aplicarse de inmediato en otras áreas. Tomó como ejemplo los casos de Frontera y Arteaga, a donde se está destinando un número de dosis mayor al de su población de tercera edad.

Estas deficiencias, a decir de las autoridades sanitarias, se podrían resolver con el sólo involucramiento de los gobiernos locales, como ha venido ocurriendo prácticamente en toda la historia de las campañas de vacunación en el País. Sin embargo, la idea de construir una sinergia operativa en aras de mejores resultados parece no pesar tanto como la urgencia de amasar capital electoral al coste que sea, incluida, por desgracia, la salud de la población.

Ahora, es verdad que más narices dentro no necesariamente es garantía de mayor eficiencia. Siempre está la tentación y el riesgo de pretender llevar el agua al propio molino. Pero mientras la constante siga siendo esa penosa falta de estrategia, todo en automático se va a entrampar. Por ejemplo, hay personal médico que se vacunó a finales de diciembre y que nunca recibió la segunda dosis, que le debió ser aplicada, cuando mucho, 42 días después. Evidentemente el plazo ya expiró y es posible, según la Secretaría de Salud, que ya no se les vuelva a inocular. ¿El argumento? Que la primera vacuna tiene entre un 80 y 90 por ciento de efectividad; la segunda eleva el porcentaje a 92 por ciento, así que bastaría con la protección que les brinda la primera. Si una decisión de ese calibre se toma, más valdría que fuera con sustento científico y no bajo la justificación simplista de que ya pasó el tiempo y hay qué tratar de administrar lo poco que va llegando.

Hasta ahora, más allá de las promesas de nuevos lotes y los compromisos supuestamente ya firmados, no hay un catalizador real que le eleve el ritmo a este proceso. Y si México tiene tantos millones de vacunas aseguradas, ¿por qué el presidente López Obrador tendría qué haberle pedido al presidente Biden que se “mochara” con algunas? Y todo para recibir la más lógica respuesta institucional de un gobierno soberano: primero la gente fronteras adentro. Mientras tanto, no queda de otra que asumir lo dicho por la OMS: el mundo vencerá completamente al coronavirus, pero posiblemente no en 2021. Ojalá en México, con todo lo visto y lo que falta por ver, el camino no sea todavía más sinuoso.

Manuel Serrato
PRÓXIMA ESTACIÓN