Utopía
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Utopía
Hay quienes sostienen que la situación que prevalece en las zonas urbanas de ciudades mexicanas está sobre diagnosticada, que basta con escudriñar en escritorios y archivos de dependencias gubernamentales locales, estatales o federales, para encontrar que existen estudios sobre cualquier ángulo que se requiera del contexto urbano.
Esto no puede ser cierto, ya que las condiciones e indicadores de las ciudades son cambiantes, como lo son las políticas públicas de quienes detentan el poder.
Lo que es cierto es que hay mucho dinero desperdiciado en estudios que se mandan hacer a capricho y con la consiguiente comisión para los que los ordenan.
Por qué no seguir el ejemplo de ciudades como Medellín, Colombia, en la que se realizó un verdadero proceso de participación ciudadana para reconocer la problemática urbana que existía en los tiempos en que los narcotraficantes se enseñoreaban de todo y era un verdadero viacrucis habitar esta ciudad; una problemática que se resolvió con la participación de todos.
No es fácil hablar de regeneración urbana y vivienda, de estrategias de movilidad y de gestión del agua en las ciudades situadas en el Valle de México, en el que para que todo se conjugue debe haber un crecimiento económico inclusivo y sostenible.
Resulta utópico pensar que en el epicentro de México pueda lograrse empleo pleno, productivo y decente.
Si analizamos lo que en este territorio se hace de reciclaje urbano, es tan pobre el esfuerzo realizado, que es como si no existiera.
Fomentar la innovación y construir infraestructura resiliente es otra utopía, porque vemos por todas partes infraestructura citadina hostil para los niños y los adultos mayores. Las ciudades del Valle de México están fragmentadas, tan sólo en la Ciudad de México cada persona, para transportarse de su casa a su centro de empleo y retornar al punto de partida, gasta hasta tres horas diarias.
Por eso hay que incidir en la gobernanza y realizar acciones sinérgicas de cambio, pero no el cambio que pregona Enrique Peña Nieto, sino un cambio desde adentro de la sociedad cuando determine hacer visible aquello que se nos quiere ocultar.
No hay que permitir que se nos esconda la suciedad bajo alfombras burocráticas y que las ciudades afuera del Valle de México padezcan de las penurias que ofrece ese lugar señalado por los dioses.
¿Qué destino pueden tener las megaciudades? ¿Qué espera a los habitantes de estas ciudades, en las que la aparente prosperidad económica derrumbará hasta la última de sus paredes?
¿Cómo se resolverán las necesidades hídricas de una población cada vez más creciente que se concentra en la Ciudad de México, el Estado de México, Hidalgo, Morelos y el estado de Puebla? Este enorme polígono geográfico está destinado a colapsarse, mientras los políticos que recién llegaron al poder y los que pronto lo dejarán se ríen de las utopías que pululan en la economía de la aglomeración, en la que la pérdida de los bosques y el riesgo climático se están incrementando.
Estos políticos harán sus ahorros para las próximas elecciones, que querrán ganar por las buenas o por las malas.
Las ciudades del norte de México no escapan al delirio urbano. ¿Dónde está la vida? ¡Dejemos las megapolis! ¡Vivamos de manera sencilla!