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Uno de verdolaga

Cuando una ley se promulga prohibiendo una conducta, quienes incurren en dicha conducta quizá sean disuadidos por temor

Es sólo una cuestión de tiempo para que el reconocimiento por parte de la Suprema Corte de Justicia de esta desguanzada Nación al derecho de cuatro connacionales a quemar petate, nomás por el gusto de acompañar los discos de Pink Floyd con algo además de caguamas heladas, se haga extensivo a todos los mexicanos.

¿Por qué es una cuestión de tiempo? Porque, al menos en la teoría, en una legislación sensata, todos los hombres hemos sido creados iguales y gozamos de las mismas garantías y prerrogativas.

De tal suerte que, lo que es derecho de cuatro aficionados a la yesca, es en lógica consecuencia derecho de todos los demás.

Claro, estos señores se aventaron con su amparo todo el brete legaloide para sentar un precedente que además debe ser replicado unas cuantas veces para ratificar este criterio jurídico.

Pero es únicamente burocracia lo que media entre usted y el legítimo derecho a espantar su tedio sabatino y existencial con un soberbio y bien forjado porro. Tarde o temprano habrá de asentarse el consumo lúdico de cannabis como parte de su paquete básico de libertades.

Me extraña y no tanto, que muchas conciencias persignadas supongan en todo esto una inequívoca señal del fin de los tiempos. Ya sabe: Mota en las calles, perros y gatos viviendo juntos, nuevo disco de Paulina. ¡El acabose! (#YamejorRecógemeSeñor).

A todas estas almas torturadas, espíritus angustiados, mentes atribuladas les digo calma. Se los  digo, en serio, cada vez que tocamos el punto. ¡Calma!

Y es que hay dos cosas bien importantes a considerar:

En primer lugar, que una legislación jamás ha transformado el código ético/moral de nadie. Incluso cuando opera en el sentido inverso. Me explico:

Cuando una ley se promulga prohibiendo, proscribiendo o penalizando una conducta, quienes incurren en dicha conducta quizás sean disuadidos por temor a las consecuencias que la nueva legislación implica, pero no porque la ley per sé los convenza de que lo que han hecho hasta entonces es indebido o inmoral. Es decir, prohibir el adulterio no lo hace menos delicioso para el adúltero. ¿Estamos?

Ahora bien, cuando una nueva ley despenaliza o libera una acción (digamos el aborto), no significa que las personas que deploran esta práctica, vayan de pronto y espontáneamente a convertirse en pro-abortistas. 
Las chicas van a seguir abortando en la misma medida y proporción: las jodidas con la comadrona, y las niñas panistas bien en alguna clínica en Texas.

Ahora, la inminente legalización del cilantro del mal no va a convertir de pronto a toda la juventud mexicana en pachecos adoradores de Zepellin, Sabbath o Deep Purple. (La neta, qué hermoso sería. ¡Pero no, ni siquiera!)

Ello no pasará y prueba de lo que digo es que precisamente no ha ocurrido hasta ahora. Porque sólo un ingenuo -con el nombre de Inocencio o Pura- pensaría que la mota no circula con alegría al día de hoy y desde siempre, en todos los estratos y círculos sociales, y que no es más fácil conseguirse un toque que un restaurante decente.

Lamento informarle que los Marlboro de orégano  siempre han estado allí, acechando a su mocoso horrendo o a su escuincla espantosa, y si a la fecha no se han enviciado es porque seguramente usted hizo algo bien, no porque no se encuentren a su disposición.

Es más, le voy a decir algo: Si usted piensa que el freno legal es más efectivo para moderar la conducta de sus truhanes que el freno que le pueda procurar usted en casa inculcándoles educación, principios y harto sentido común, entonces es usted un auténtico fracaso como padre o madre y sí, sin duda que sus retoños van a terminar, no probando la mota, sino adictos a cualquier sustancia, idea o conducta destructiva.

La eventual legalización sólo garantiza que, en caso de que alguien decida refocilar o reflexionar entre “munchies”, accesos de tos y ataques de paranoia, no sea tratado como maleante porque a fin de cuentas, no lo es.

De hecho, algunas de las personalidades que más admiro por su contribución a este cochino mundo han sido devotos consumidores de espinaca en rollo, como sir James Paul McCartney o el astrofísico Carl Sagan.
 
Afirmar desde el Gobierno que “como sociedad no estamos listos” es asumir en toda su arrogancia el papel paternalista que equivocadamente atribuimos a nuestros burócratas “desfuncionarios”.

Y créame, pensar que el consumo de mota define a una persona en su calidad humana, en su rol en sociedad o en el valor de sus aportaciones, es cultivar los prejuicios con que históricamente Iglesia, Estado y 
Capital nos mantienen bajo control, siendo por consiguiente tales prejuicios infinitamente más nocivos que cualquier sustancia recreativa que bien poco se diferencia en su grado de adicción y destrucción neuronal del alcohol, la televisión o el Facebook.

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