‘Uno de cada tres’
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‘Uno de cada tres’
En México “uno de cada tres matrimonios se divorcia” (VANGUARDIA 15/02/2017). Esta noticia pasó desapercibida como tantas otras a las que ya estamos acostumbrados y cuando mucho son atendidas con una levantada de ceja. Estamos tan acostumbrados a las noticias catastróficas que hemos desarrollado una concha sobreprotectora de indiferencia para no perder el sueño o el buen humor.
Sin embargo, es un dato que puede provocar el análisis curioso de la salud mental de la sociedad actual. La salud mental es tan esencial, que no solo es la causa más determinante de la salud política, económica, moral y religiosa de los ciudadanos, sino que su deficiencia genera todo tipo de tragedias como la cultura de la corrupción, o de personajes tan criminales como “El Chapo” o el P. Maciel o Donald Trump —un neurótico que supo capitalizar a los ciudadanos neuróticos norteamericanos para que lo eligieran—.
¿El matrimonio, la pareja conyugal, de veras es importante para la salud mental de la sociedad y de los individuos? ¿Es más importante que la economía, “los gasolinazos”, la educación pública y privada, la moral de los políticos y los ministros religiosos, el TLC y “El Muro de Trump”, el progreso social y la cultura con todas sus bellezas?
Estas preguntas son extrañas e inverosímiles porque hace muchas décadas que la importancia de la salud mental dejó de existir en el radar de la educación, la religión, el hogar y la política. Y por supuesto en la economía y la cultura del espectáculo que dictan sus propias normas de felicidad y salud. Los últimos balbuceos de “Higiene mental” se oyeron en el siglo pasado en una clase de Preparatoria, el clero ignorante la atendió con exorcismos y agua bendita, y la clase política condenó a los promotores de la salud mental como opositores de la revolución y el orden (en ese orden!!).
El matrimonio para un alto porcentaje es un rito religioso que convierte a los novios en los personajes centrales de un espectáculo y una fiesta, para enfatizar un compromiso mutuo de fidelidad y colaboración. Se subraya el amor mutuo y la educación de la prole, pero sus consecuencias de salud o enfermedad mental no se predican ni antes ni después de la ceremonia ni por el juez ni por el ministro religioso, ni por alguna institución.
Por ello, los esposos y padres no se dan cuenta de las múltiples formas en que se cultiva y se manifiestan los síntomas de enfermedad mental en su hogar, en la escuela, en la política y en la religión a tal grado que la patología neurótica que padecemos en esos espacios se ha vuelto “normal”: los padres violentos, los maestros amenazadores, los políticos corruptos y los ministros de culto pederastas “¡también son humanos!” se comenta con una complicidad de tolerancia.
Afortunadamente, algunos sectores de la sociedad están tomando conciencia de que el matrimonio no es la predestinación a la cruz de la violencia, explotación y tortura mental. Buscan asesoría profesional para atender la salud mental de su matrimonio y su familia. Otros, “uno de cada tres” buscan la cirugía del divorcio para no volverse locos y enfermar a los hijos con sus locuras, y consecuentemente enfermar la economía, la política, la religión y la educación.