Universos

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Universos

En el diccionario las palabras definen a las palabras. Se trata de un sistema autorreferencial, un universo que  dibuja sus propios contornos. Cada palabra nos remitirá a otras, y éstas a otras más. No existen términos inconexos, todos forman parte de una sola red. 

En este entramado, cada palabra puede fungir como puerta de acceso a la inmensa trama de definiciones. Si siguiéramos una ruta en la que una palabra nos lleve a otra contenida en su definición y ésta, a la vez, a otra, etc..., conseguiríamos visitar miles de ellas. Lo mismo valdría entrar por “pez” que por “irresoluto”; cualquiera nos internaría en lo profundo de la red. Por supuesto, habrá algunas zonas aisladas a las que será difícil llegar por esta vía: ¿qué término podría incluir en su definición la palabra “gerifalte”? Pues bien, si por el camino de las remisiones no llegamos allí, tarde o temprano lo haremos por el de la casualidad, ya sea durante la búsqueda de otras palabras o en el hojeo despreocupado del diccionario. Una cosa está clara: a mayor permanencia y movimiento dentro del sistema, mayor conocimiento del mismo. 

Así como en el diccionario, la autorreferencialidad puede observarse en otros ámbitos, y las artes no son la excepción. Cada libro se relaciona, implícita o explícitamente, con otros libros. No existe la literatura aislada. Toda obra literaria está construida sobre el terreno de la influencia, lo cual la inscribe necesariamente en un universo interreferencial. Borges remite a Dante o a Poe, Poe a Dickens o Baudelaire. No importa el orden cronológico de la influencia: las conexiones son válidas en cualquier sentido temporal. La literatura conduce a la literatura. Basta con comenzar. 

De la misma manera que cada palabra del diccionario es un acceso al sistema, cualquier obra literaria es una puerta al universo de la literatura. Tal vez al principio se realicen saltos improbables, como ir de Virgilio a Balzac (que pueden estar lejanos pero no inconexos). El método es totalmente válido: vagar por los anaqueles de la librería es como hojear el diccionario, así podríamos llegar al equivalente literario de “gerifalte”.

Con el paso del tiempo las conexiones se van descubriendo (o inventando) y el universo va tomando forma, pero al mismo tiempo revela su infinitud creciente. Este universo se extiende más allá de las páginas o los autores, ya que abarca también a lectores, críticos, filólogos, librerías  y editoriales. Cada una de estas entidades participa en el juego de la incitación y la orientación literaria.

La música funciona de manera semejante. Hay Mozart en Stravinsky (o Stravinsky en Mozart). Hay Johann Christian Bach en Haydn y este a la vez está en Johann Sebastian, que a la vez está en Froberger. En la obra musical, las referencias suelen ser no literales, pero sí explicitas o implícitas. Identificarlas es cuestión de tiempo. 

Al principio, Vivaldi y Beethoven pueden parecer totalmente inconexos (o tremendamente similares a “toda la música clásica”). Sin embargo, conforme se acumulen más y más horas de audición, las relaciones —de semejanza o de diferencia— cobrarán nitidez. El descubrimiento de estas conexiones suele estar motivado por otros elementos del universo musical: melómanos, músicos, críticos, musicólogos, disqueras... 

Es natural que, permaneciendo bajo esas influencias gravitatorias, comencemos a plantear conexiones originales y lleguemos, por ejemplo, a encontrar una estrecha relación entre la música de Giacinto Scelsi y la de Thomas Tallis, compositores distantes en el tiempo y —a primera vista— en su obra. 

También son comunes los “agujeros de gusano” entre universos: un libro de Thomas Mann puede ser la puerta para escuchar a Bizet o a Schönberg. Pero tal vez esta idea requiera de otro Ricercare.

Así como la música y la literatura, la plástica y el cine son autorreferenciales; y lo son también las ciencias, los oficios, los deportes y las sociedades. Ninguno de estos universos es menos inabarcable que el otro y no hay fórmulas correctas ni guías infalibles que nos expliquen su geografía. Tal vez sólo el tiempo, la curiosidad y la paciencia consigan revelarnos parte del tejido de su red infinita.