Única esperanza
Usted está aquí
Única esperanza
“Tenemos que hablar”. Esta que fue la cabeza principal de nuestro periódico al día siguiente del tiroteo del niño de 11 años en el Colegio Cervantes; mueve profundamente a la reflexión. ¿Cómo no tomar este tema como lo más importante en nuestra agenda ciudadana cuando a él se aúnan los hechos en donde los más jóvenes, los adolescentes, los niños, han estado ocupando las noticias más desesperanzadoras en los últimos tiempos?
Poco a poco, la esperanza en ellos que siempre había sido el discurso a lo largo del tiempo, se difuminó. Se fue desvaneciendo conforme las informaciones en torno a sus desapariciones y sus muertes comenzaron a ser noticia y una constante.
¿En dónde la sonrisa obligada de una promesa por el simple hecho de venir empujando en el camino? ¿En dónde sus pasos y su mirada al frente, puesta en un horizonte cargado de expectativas?
¿Desde dónde partir con la niñez robada, violada, asesinada?
Muchos son, como tanto se repitió y se seguirá repitiendo, los factores inscritos en tragedias como esta: el entorno familiar, la adicción a los videojuegos, la posibilidad de contar con las armas utilizadas, la salud mental, la vigilancia.
Ninguno de ellos debe pasarse por alto. Hay quienes, furibundos defensores de los videojuegos, les restaron importancia. Algunos, que se reconocen fueron jugadores o lo son ahora mismo, argumentan que estudios académicos avalan que no influyen. ¿Estudios académicos? Trabajos cargados de citas tomadas desde un escritorio no casan con experiencias de niños que a mitad de la noche se despiertan con pesadillas luego de haber estado enfrentados tardes enteras a videojuegos violentos.
¿Que no hay alguien que los acompañe esas tardes? Sí. También. Alguien que los retire del juego y proporcione una mejor posibilidad de entretenimiento. Por eso, en efecto, la suma de los factores en esto influye. Pero, por supuesto, el tema es mucho más complejo.
Quienes están a favor de esa tesis, la de que los videojuegos en sí mismos no causan problemas de salud mental suelen también ponerse de ejemplos: “Como a mí no me pasó, no puede ocurrir a los demás”. Ya en “Grandes Esperanzas”, Charles Dickens señalaba que lo que aplicaba a una persona no necesariamente debía aplicar a otra en la misma manera.
A lo que nos enfrentó esta tragedia es precisamente a poner manos a la obra, y en todos los ámbitos trabajar duro. Cada cual en su respectivo campo de acción. Sin embargo, aunque esto pareciera un hecho definitorio, son también muchos los temas que, dentro de ello, se inscriben.
¿Cómo hacer si quienes deben poner orden, quienes, como dice Fernando Savater, deben portarse como adultos, no lo son aún?
No lo son o no lo somos, si la madurez no ha llegado lo suficientemente a nuestra cabeza y espíritu para poner orden en una casa, para ser flexibles, pero a la vez firmes. Rigurosos, pero no intransigentes.
Empezar en el hogar, continuar en la escuela y aplicar y seguir las leyes requiere de personas que hayan alcanzado el grado de madurez como para darse cuenta de que importa lo que más queremos alrededor de nosotros mismos, que es la familia.
Otro tema es cuando las familias no se interesan por los propios familiares. Así, en verdad, que el tema es mucho más complicado.
¿Qué por lo pronto hacer? Los paterfamilias, las escuelas, los medios de comunicación y las autoridades, seguir orden y protocolos. Procurar entornos y buscar salir de un medio en que la violencia impera.
Nada fácil, pero es la única esperanza para los que imaginamos que deben llevar la esperanza impresa en la frente.