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Una visión sistémica del problema de la corrupción: Origen (parte 1)
La corrupción existe desde tiempos milenarios. Hablar de este tema no es sencillo, pero trataré —a lo largo de varias colaboraciones periodísticas— de presentar un panorama general. La corrupción se origina en la psique de los individuos, en la familia o a partir de los primeros años de la escuela, pero se puede acrecentar en la universidad, en el trabajo, en las instituciones públicas y privadas. Especularé sobre qué se puede hacer para evitar su desarrollo y también trataré de describir la corrupción en México, antes y durante la pandemia.
La incrustación de la corrupción en la idiosincrasia de la sociedad es un deseo insaciable del ser humano por poseer cosas, opera como un cáncer con desarrollo desordenado en el sistema de relaciones interpersonales o de la persona consigo misma.
Algunos autores la han considerado como una enfermedad autoinmune, donde los seres humanos son sus operadores. No reconoce fronteras de ningún tipo, ya sean ideológicas o políticas, incluso de niveles de fortaleza institucional, ni espacios, por lo que hay que combatir la enfermedad, no el sistema.
En términos psicológicos, la corrupción se puede contagiar tan fácilmente como la risa o el pánico, sobre todo si se vive en un ambiente sin transparencia ni rendición de cuentas. La corrupción es un vicio que no termina fácilmente. Basta con hojear las páginas de un periódico para ver cómo los escándalos de corrupción están a la orden del día. Esto pasa en muchos países del mundo, pero lo que pocos conocen es que es un mal muy antiguo que se reporta desde hace varios siglos.
En el año 324 a.C., Demóstenes el griego fue acusado de haberse apoderado de dinero depositado en la Acrópolis por el tesorero de Alejandro, y se le condenó obligándolo a huir. Pericles el persa (495— 429 a.C.), conocido como el incorruptible, fue acusado de haber lucrado con los trabajos de construcción del Partenón.
En Roma había acuerdos entre candidatos para repartirse los votos y para encontrar un empleo, lo que hoy equivaldría a la mordida o al soborno, por lo que existía una doble moral.
En la edad media, la religión católica impuso un cambio de moral importante. Robar pasó a ser un pecado, pero al mismo tiempo con la confesión era posible dejarlo pasar, lo que desencadenó una larga serie de abusos.
Dante el florentino (1265-1321) sitúa a los corruptos en el infierno, pero fue declarado culpable de haber recibido dinero a cambio de la elección de los nuevos priores y de haber aceptado porcentajes indebidos por la emisión de órdenes y licencias a funcionarios del municipio.
Alexis de Tocqueville (1805-1859), pensador y político liberal francés, sostenía que “en los gobiernos aristocráticos, los hombres que acceden a los asuntos públicos son ricos y sólo anhelan el poder, mientras que en las democracias los hombres de estado son pobres y tienen que hacer su fortuna”. A costa del Estado, claro.
En el siglo 20, con el fascismo y el comunismo, la corrupción entra a formar parte del funcionamiento del estado. Hasta Winston Churchill señaló que “un mínimo de corrupción sirve como un lubricante benéfico para el funcionamiento de la máquina de la democracia”.
Como podemos ver, la corrupción se da en todos los países y en todas las épocas. En la actualidad es más frecuente en los países en vías de desarrollo, donde se combinan una elevada burocracia, salarios bajos y sistemas políticos autoritarios y corruptos.
El razonamiento generalizado entre la población es que “no me preocupa la corrupción, siempre que no me perjudique”. De esta manera, cuando un político roba decimos que está mal, pero lo dejamos pasar. Pero luego presumimos de haber evadido algún impuesto. Al lado del robo de los grandes, siempre hay una corrupción inconsciente de la que acabamos siendo todos responsables si aceptamos las reglas de un sistema ilegal, porque la pequeña corrupción siempre ha ido de la mano de la gran corrupción.
Según el ranking de la consultora Transparency International, existen países con poca corrupción, en particular los escandinavos. Esto se debe a la influencia de la ética luterana que no prevé la confesión de los pecados para lograr la absolución. Y también a que estas sociedades, de corte socialdemócrata, son relativamente homogéneas.
Según la revista Science, el problema de la corrupción es tan extendido que se contagia cuando una persona rompe las reglas y se motiva a los demás a imitarla.
La corrupción se vale de la opacidad que encuentra en los sistemas de relaciones interpersonales, de modo que una práctica perversa pudiera verse encubierta con la imagen de un perfecto cumplimiento del marco legal. Una vez que la corrupción llega al epicentro del sistema, el entorno se verá afectado por ese mal, y cada práctica fraudulenta tenderá a asimilar la opacidad contagiada. La peor corrupción es, entonces, aquella que es asimilada con la lógica del sistema en el cual se instala, por lo que el ciudadano medio no considera necesariamente a la corrupción como un mal abominable que deba erradicarse. Se vuelve parte de su idiosincrasia, que es lo que considero le ha pasado a nuestra sociedad mexicana.
La educación a todos los niveles es un detonador importante en los individuos para que la corrupción se incruste en su psique, por lo que trataré este tema en mi próxima colaboración.