Una visión sistémica de la corrupción: en la casa, el trabajo y la vida cotidiana (parte 3)

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Una visión sistémica de la corrupción: en la casa, el trabajo y la vida cotidiana (parte 3)

En dos colaboraciones anteriores me referí a la corrupción desde tiempos ancestrales. También describí las influencias que reciben las personas desde sus primeros años en la casa, en la escuela y en la universidad. Estos espacios moldean nuestra personalidad, nuestro carácter y nuestra manera de actuar en la vida, reafirmando o invalidando nuestros valores éticos y morales.

El corrupto se forma gracias a conductas aprendidas o vistas desde muy pequeño, las cuales son reforzadas por los padres de familia y/o maestros, muchas veces sin darse cuenta. Las conductas inadecuadas de éstos, como el egoísmo y la falta de solidaridad con el otro, entre otras, abren un camino directo al desarrollo de actos indebidos, primero al interior del hogar o la escuela y después en la vida pública. Existe una corrupción macro que se da a nivel del estado, y una micro que se da en pequeños espacios a nivel cotidiano, en la que podemos estar sumergidos sin saberlo, y que se evidencia en nuestra manera de pensar y de actuar.

Una vez que llegamos a la edad adulta somos lo que recibimos de nuestra carga genética, de nuestro entorno por las influencias buenas o malas de lo que nos rodeaba. Aprendimos a ser y a hacer, a comportarnos y a actuar en una sociedad que tiene una serie de prejuicios, carencias, costumbres y valores, a los que nos enfrentamos en nuestros primeros años y los vivimos día a día en la edad adulta.

El primer escenario donde se fomenta la corrupción es en nuestra propia casa cuando usamos la mentira, que es una forma de corrupción como algo normal cuando, por ejemplo, nos negamos a contestar el teléfono a algún acreedor, a una persona no grata —o a la suegra— y le decimos a nuestros hijos o familia “digan que no estoy”. O decirle al amigo con quien nos vamos a encontrar: “voy en camino”, cuando apenas nos estamos arreglando en la casa. Quien miente es una persona corrupta.

Nuestros hijos aprenden más por lo que ven que por lo que les decimos. Cuando les pedimos que mientan para favorecernos, les estamos diciendo que está bien usar la mentira para sacar provecho de ella. ¿Cómo van actuar entonces nuestros hijos en su adultez? De la misma manera, mintiendo cuando trabajen en una empresa o ejerzan un cargo público. Fomentamos la corrupción en nuestros hijos actuando con deshonestidad cuando lo que decimos no es coherente con lo que hacemos. Si por ejemplo decimos que somos muy cumplidos, pero nos vamos de un lugar sin pagar la cuenta, o quedamos debiendo en la tienda, o nos gastamos el dinero del súper con los amigos, les estamos enseñando a nuestros hijos que también podrán actuar irresponsablemente y que no habrá consecuencias por actuar de esta manera.

Somos el resultado de nuestras vivencias sociales y familiares. La corrupción se aparece en nuestras transacciones cotidianas cuando los padres les dicen a los hijos, o ellos a los padres, cosas incorrectas o falsas; cuando se finge una determinada actitud que no es real; en la venta de productos que no cumplen con lo que anuncian; en el expendio de gasolina que vende litros de 900 mililitros; en la asignación por herencia de una plaza vacante que debiera ser concursada —en una dependencia oficial—; en la ocupación de espacios de estacionamiento para personas con discapacidad; en pedir o dar una comisión por realizar un trámite gubernamental; en la asignación por dedazo de un proyecto de infraestructura que debió ser licitado; en la entrega de información confidencial para ganar una subasta; en la cancelación de impuestos; en no pagar impuestos, siendo una obligación; en el desvío de recursos de la federación; en las obras gubernamentales a costos inflados; en pasarse un semáforo; en pedir y dar dinero para la obtención de permisos gubernamentales; en sobornar a un policía de tránsito, etc., etc.

Es también corrupción saltarse el turno de espera (la cola); actuar bajo el supuesto que si otros hacen algo indebido, ilegal, yo también puedo y debo hacerlo; alentar el abuso y prepotencia en las relaciones que se mantiene con otros, por ejemplo, respaldar el bullying que nuestro hijo hace en el colegio y no corregirlo, maltratar a las personas que trabajan en el hogar, abusar contra ellas y no reconocer sus derechos y dignidad.

Si se parte de una adecuada educación en el contexto familiar y se eliminan los comportamientos que alientan la corrupción, castigando a quienes corrompen o se dejan corromper, podríamos cambiar las cosas; en otras palabras, si queremos que las cosas cambien, debemos empezar por casa.

En Saltillo es conocido el hecho de personas que trabajaron por un tiempo en el Gobierno Federal y se convirtieron en acaudalados empresarios, ampliamente aceptados por grupos que les aplauden su osadía de haber robado sin remordimiento. O profesores que devengan más de una plaza sin cumplir cabalmente en ninguna, o maestros universitarios que publican en su currículo trabajos que no realizaron, pero que se valieron de su puesto dentro de la institución para ser mencionados.

Seguiré hablando sobre este tema en mis siguientes colaboraciones.