Una visión sistémica de la corrupción: educación y aprendizaje (segunda parte)

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Una visión sistémica de la corrupción: educación y aprendizaje (segunda parte)

La educación es el proceso por el cual una persona desarrolla sus capacidades para enfrentarse positivamente a un medio social determinado e integrarse a él. Por esta razón, las escuelas y universidades, en donde se imparte la educación formal, deben ser espacios privilegiados para la formación de ciudadanos activos, con valores éticos y morales. La ciudadanía no es una condición que se da, es una condición que se construye con el tiempo, tanto en la escuela como en la casa, y que comprende el aprendizaje de valores morales. En este sentido, nos cuestionamos ¿qué es lo que se fomenta al interior de los centros escolares y en los hogares en torno a un problema tan sensible en nuestra sociedad como el de la corrupción?

A lo largo de la vida, el aprendizaje es un concepto que se coloca más allá de las instituciones educativas y sus alrededores, surgiendo una serie de prácticas y modelos a seguir que influyen en la formación de carácter y conducta de los individuos en la vida adulta.

Las acciones o comportamientos que atentan contra la legalidad en algunas escuelas, como: la desigualdad en el proceso de selección de alumnos y maestros, la injusticia y la falta de transparencia, la incongruencia en la gestión de insumos y materiales, la inconsistencia o impunidad en la aplicación de las reglas, el hecho de copiar las tareas o pagar por ellas, así como copiar en los exámenes, la indolencia en la aplicación de las reglas, favoritismos de maestros a alumnos, son actos de deshonestidad o —en una palabra—corrupción. En el sector educativo también se manifiesta la corrupción en escuelas patito y diplomas falsos, manuales escolares faltantes, material escolar que desaparece, educadores ausentes o atribución incorrecta de las becas escolares. Todos los comportamientos anteriores impactan en el carácter y naturaleza de los jóvenes, más cuando nadie interviene para corregirlos y dañan su personalidad al saber que personas a quienes admiran o respetan, lo hacen o permiten. Las medidas adoptadas para hacer frente a los riesgos de corrupción desempeñan una función decisiva en su contra en el ámbito de la educación.

La corrupción es un hábito que se adquiere desde los primeros años de edad como parte involuntaria en el proceso de enseñanza, que es la base donde se sustenta el desarrollo de una persona. El aprendizaje se da de acuerdo con el entorno en el que se vive, tanto en la escuela y la casa, como en la calle o en las actividades externas a estos dos ámbitos, en donde predomina el desorden y la improvisación.

Con el tiempo nos transformamos en la persona que somos hoy, basados en la semilla que se sembró en nosotros. De tal manera que si alguien es criado en un ambiente donde sólo se refleja lo corrupto e informal —bajo el criterio de que para lograr un beneficio no se requiere hacer lo correcto, sino que es mejor buscar atajos para obtener un beneficio apostándole a mentir, a engañar y a alabar la informalidad—, cuando esta persona adquiera mayoría de edad tendrá la tendencia de aceptar las cosas corruptas e informales con las que estuvo en contacto en su etapa de formación, a no ser que esté dispuesto a romper esa cadena de ausencia de valores que le transmitieron sus tutores.

Lo cierto es que las aulas son el crisol que moldean el carácter y la personalidad y otorga valores para futuros profesionistas, que les permite formar una sociedad fundamentada en cuatro pilares: aprendizaje, conocimiento, ética y moral. Por ello es importante tratar de erradicar del ámbito escolar la concentración de poder, la impunidad, las desigualdades sociales, la pérdida de valores como fundamento de las decisiones y el egoísmo, porque esto permitirá a los alumnos incurrir a lo largo de su vida en delitos de corrupción sin una carga de culpa.

Bajo esta óptica, para que una sociedad pueda cambiar de estilo de vida y reconocer a la corrupción como un mal degenerativo, es necesario que los ciudadanos cambiemos de mentalidad. Primeramente, debemos darnos cuenta de que ésta existe y que estamos inmersos en un ambiente corrupto. Y debemos entender que si seguimos haciendo lo mismo por años, obviamente conseguiremos el mismo resultado y, lo que es peor, la corrupción seguirá agravándose en la medida en que transita impunemente en la sociedad.

Es hora de hacer las cosas en forma diferente para obtener un resultado diferente, lo cual derivará en un cambio de hábitos. No basta con que el Presidente diga que se está reduciendo la corrupción en el País. Que se barren las escaleras de arriba hacia abajo, sino que se requiere un verdadero cambio de paradigmas y de mentalidad, en donde se fortalezca nuestra educación, nuestros hábitos y costumbres, con elementos mucho más éticos y correctos para la reconstrucción de valores perdidos, y poder convertirnos en una sociedad con sólidos valores morales que desechen la corrupción, la cual encontramos en la casa, en la escuela, en las empresas, en el gobierno y en la vida cotidiana.

Es indispensable que los mexicanos reconozcamos que estamos inmersos en un estado de corrupción profundo y holístico. Y que sólo aceptándolo y obligándonos a corregirlo, seremos capaces de salir adelante.