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Una nueva epidemia de heroína sacude Estados Unidos
Una epidemia de heroína y drogas similares golpea Estados Unidos. Al contrario que hace unas décadas, las víctimas no viven en zonas urbanas degradadas sino en barrios residenciales blancos. Ya no se las estigmatiza. Insólitamente, en los debates de la campaña para las elecciones presidenciales los candidatos no discuten sobre políticas represivas sino de rehabilitación. Las muertes por sobredosis casi se han cuadruplicado desde 2000. En este país mueren más personas por sobredosis —de esta y otras drogas— que por accidentes de tráfico.
Durante años la epidemia de heroína y opiáceos se ha gestado en silencio, lejos de los focos políticos y mediáticos de Washington. Ahora es una prioridad de la Casa Blanca y de los candidatos a las presidenciales de noviembre. “Esta crisis quita vidas. Destruye familias. Destroza comunidades por todo el país”, dijo en octubre el presidente Barack Obama, durante una visita a Virginia Occidental, uno de los Estados más afectados.
En 2014 murieron en EE UU más personas por sobredosis de drogas (47.055) que en ningún otro año registrado, según el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades. Un 60% murieron por sobredosis de opiáceos, que incluye medicamentos que pueden adquirirse con receta, y la heroína.
“En los últimos 8 o 10 años hemos visto un aumento de las personas que consumen opiáceos”, dice por teléfono Meghan Westwood, directora ejecutiva del Centro de Tratamiento de Avery Road en Rockville, en el condado de Montgomery, cerca de Washington.
“Muchos han empezado usando y abusando de opiáceos recetados”, dice Westwood. “Lo que la gente no sabe es que actúa en el cerebro del mismo modo que la heroína”.
El auge de los analgésicos legales está en el origen de la actual epidemia, según los expertos. Las ventas se dispararon en la década pasada, cuando algunos médicos empezaron a recetar opioides con ligereza. A veces subestimaron sus efectos adictivos. En 2012, se escribieron 259 millones de recetas para estos medicamentos, una media de casi una por habitantes de este país. El debate sobre el papel de médicos, farmacias y farmacéuticos llevó a un mayor control. Los adictos encontraron en la heroína una alternativa barata procedente de México. “Una historia que oímos con frecuencia es que jóvenes comienzan con recetas y se pasan a la heroína”, dice Westwood.
El nuevo adicto es blanco
Una novedad de la epidemia es el perfil del adicto. En los años setenta su imagen pública era la de un adicto al crack y negro, asociado a la violencia. La respuesta de los poderes públicos era la mano dura: arrestos y encarcelamiento. El adicto de 2015 es distinto. El 90% de los nuevos usuarios en la última década son blancos. Viven en pueblos y en suburbios: los barrios residenciales de clase media en las afueras de las grandes ciudades. No se asocia a los adictos con la violencia: el aumento de la adicción ha coincidido con un declive en las tasas de crimen. Y no suscitan condena sino compasión y, a derecha e izquierda, los políticos piden prevención y tratamiento, no represión. Los adictos ya no son yonquis: son enfermos que padecen “desorden por abuso de sustancias”.
“Muchas personas se sorprenderían si viesen cómo son los adictos a la heroína”, dice Westwood. “Hay que desestigmatizar el debate. Son nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestros hermanos, nuestras hermanas”. Westwood constata una presencia significativa de blancos de clase media, pero añade que entre las víctimas hay personas de todas las razas y etnias.
Los candidatos del Partido Demócrata a la Casa Blanca abordaron el problema en el último debate, el 19 de diciembre en Nuevo Hampshire. “Por todo New Hampshire he conocido abuelas que están educando a niños que han perdido a su padre o madre por una sobredosis”, dijo Hillary Clinton.
Para algunos candidatos, la adicción es una cuestión personal. Una hija del candidato republicano Jeb Bush fue detenida en 2002, cuando su padre era gobernador de Florida, por comprar medicamentos con recetas falsificadas y pasó diez días en prisión por esconder crac en sus zapatos. “Vivió un infierno”, dijo Bush en una entrevista reciente. “Y su mamá y su papá también”.
Por Marc Bassets / El País