Una mascota rebelde

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Una mascota rebelde

ilustración: Esmirna Barrera

Por: JUAN JOSÉ CASTRO JINÉZ

Desperté y ya era una desagradable mañana, porque lo primero que escuché en el televisor fue que el asesino de perros había cobrado una nueva víctima. Se me hizo absurdo. Solo han sido quince sabuesos. Salvo por sus dueños, nadie más los iba a extrañar. Y lo que más me hizo enfurecer fue la declaración del policía: “Aún no contamos con pistas sobre el culpable, solo sabemos que presenta altos índices de locura por el móvil de sus actos”. Fue indignante. Hice un favor a la ciudad. Acabé con una plaga.

Poco a poco me tranquilicé. Tiré algunos platos al piso de la cocina, pero nada fuera de lo normal. Ellos no sabían por lo que estaba pasando. En distintas ocasiones he querido alimentarlo con todo tipo de croquetas, pero ocurría el mismo rechazo. Una vez me dijo: “no sabes hacer nada bien. Te he pedido cerebros y no esto a lo que tú llamas comida”. Mientras limpiaba de sangre toda mi ropa de anoche, Platón me regañó por haber salido de nuevo en las noticias. Traté de explicarle que no era por descuido.

Solo asesinaba canes porque mi gato pedía víctimas con esas características para saciar su necesidad de carne y revancha. Siempre era lo mismo. Secuestraba las mascotas de vecindarios pudientes donde tuvieran una dieta decente y hasta educación. Eran los que más le gustaban, por lo delicado de su carne y la pulpa del sistema nervioso. Sólo traté de satisfacerlo. Platón era mi dueño y yo, su vil sirviente. Cuando llegaba a casa, él estaba ahí, esperando su comida.

Su bocadillo favorito era el cerebro. Tal vez por eso Platón era quien mandaba; quizás había una vitamina en la masa encefálica capaz de agregarle más potencia a su mente. Su autoritarismo se hacía más intenso cuando devoraba los pensamientos de los demás. Pero de pronto, su apetito fue aumentando. Exigía más alimento para no debilitar su telepatía. Yo era su esclavo y tenía que obedecer sus órdenes.

Sin embargo, hoy iba a ser distinto porque, por primera vez, reuní valor suficiente para rebelarme. No hubo comida que saciara su hambre por 48 horas y eso lo dejó débil. Cuando abrí la puerta de mi casa, él me esperaba. Se le erizó el pelo al ver mis manos vacías y se puso violento. Enfurecí y, con el mismo cuchillo que destacé a esos quince pulgosos, de un solo tajo y sin misericordia, corté su cabeza: el trono de todo su poder.

Platón siempre fue una mascota distinta a las demás. Nueve de cada diez gatos prefieren Whiskas; el mío era el que elegía la materia gris de los perros.
 

*JUAN JOSÉ CASTRO JINÉZ
ESTUDIANTE (Cuatro Ciénegas, 1999).
Cursó el CBTa No. 22 y ahora estudia la normal básica en la BENC. Miembro por tres años del taller literario “Ficciones desde el desierto”, se dio cuenta de su amor por el género de misterio y terror. Ha publicado en La Tamalera los relatos “Una mascota rebelde”, “La sucesión”, “Labores extras del oficio”, “Carta de un hijo caníbal”, “Visitas anuales” y “La pierna de la abuela”.