Una leyenda urbana

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Una leyenda urbana

Para iniciar voy a citar a una autora clásica, a la inconmensurable cantante colombiana de caderas redondas, Shakira. Esta, en una de sus pegajosas tonadas, canta lo siguiente en sus versos: “Siempre supe que es mejor, cuando hay que hablar de dos, empezar por uno mismo…”. Pues bien, inicio por mí mismo. O lo que decía Walt Withman: canto de mí mismo. Ojo, canto que emana de mi ser; no cantarme o loarme a mí mismo, como bien lo ha definido en su momento, un extraordinario artículo de Jorge Luis Borges cuando cita la errata ubicua de su traducción: “Canto de mí mismo”, no “Canto a mí mismo”. Tema sin duda para un texto o dos en nuestra cita sabatina de “Café Montaigne”.

Apenas un párrafo y dos ideas: iniciar por uno mismo y plantar mi plataforma y estandartes de creencias y razones y dos, lo que una errata puede producir no sólo en la literatura, en la música, en el arte, sino en el desarrollo de la vida misma. Erratas que se arrastran de por vida. Para bien o para mal. Azar que se obliga a repetir no pocas veces por siempre. Una idea más: azar. Cuenta el sabio George Steiner en su libro “Los Logócratas”, de una errata y azar que es clásica: al traducir a Françoise Villon, Thomas Nashe escribió el siguiente verso: “Un resplandor sale de su cabello”. Pero, cuando la línea se imprimió, lo que salió escrito en letra redonda fue lo siguiente: “Un resplandor sale del aire”.

Es decir, se imprimió en inglés “the air” por “her hair”. Pero, sigue contando el gran maestro y uno de los hombres más sabios que han existido sobre el planeta tierra, que la línea con la magnífica errata se ha “convertido en uno de los versos talismánicos de toda la poesía en lengua inglesa”. Pues así, entre la errata, el azar, el yerro y el silencio se forman eso ahora llamado “leyendas urbanas”. No leyenda, sino sendas mentiras que el imaginario colectivo las magnifica, les hace eco, las multiplica con las redes sociales y finalmente, les da el estatuto de verdad.

Empiezo conmigo mismo: hace como tres años y por azares del destino, insisto, forjé y alimenté una de tantas leyendas y mitos urbanos que me rodean periódicamente en mi ya larga vida de rebelde. Así como tengo lectores y gente que me ama y se preocupa por mí, hay lectores y gente que me detestan, me ponen cuernos y de plano, desean que muera y desaparezca de este mundo terreno. No es broma y tampoco es tremendismo lo anterior. Tengo nombres y apellidos de esa gente que me desea lo peor en vida.

Bien, un día dejé de cortarme la barba y bigote. Dejé que me crecieran de manera hirsuta e irregular. Como siempre ando guapo y elegante con mis sacos y blazers baratos de papel, por aquellas fechas un día me puse pants, una playera y tenis. Así anduve diario como por tres semanas. Así hacía mi vida cotidiana. Un día me topé a un tipo que ese día supe, me odiaba y detestaba. Apenas me vio, se soltó con un largo discurso donde me dijo que él ya sabía que yo estaba enfermo de muerte, me dijo que me veía de la chingada, que mejor me fuera a mi casa a morir en paz, me dijo que… en fin.

ESQUINA-BAJAN

En mi interior, yo estaba cagado de risa, pero a todo, a cada palabra que él preñaba de su fuego, odio y rencor, yo sólo asentía. Jamás espeté palabra de fundamentación. Nada. Así nos despedimos. Al siguiente día y muchos días más, seguí “vistiéndome” igual (eso no es vestir, pero bueno): tengo cuatro o cinco pants de  mis equipos favoritos, playeras y cachuchas y así anduve por la vida. Rueda rodando, el tipo fue platicando a todo mundo de mi inminente muerte y de lo mal que me había visto; cuando escuché lo anterior, decidí alimentar mi leyenda urbana.

Por cierto, mi barba y bigotes hirsutos y en desorden, me empezaron a gustar así, pero las ingratas de mis sobrinas, hermanas y mi musa de cabecera, se quejaron de ello. Un día, puse fin a mi leyenda: fui con mi barbero y mi peluquera a acicalarme y al día siguiente, me vestí disfrazado de lo que soy: Jesús R. Cedillo. Quiso el azar y el destino me topara precisamente al tipo que había deseado mi muerte y al verlo, vi sus ojos inyectados de rencor y sobresalto. Lo decepcioné. El tipo ya ni me saludó y luego supe que decía que me había burlado de él… ¡y yo sin pronunciar palabras, caray! En fin, cosas de la vida. La vida misma. Pero en honor a la verdad, lo disfruté mucho y sí, me divertí a madres a su costa.

Sirva entonces este largo liminar para contextualizar lo siguiente: escribo estas líneas el día 25 de mayo, a días de las elecciones del 6 de junio y no tengo ninguna duda en lo siguiente: el ganador de la Alcaldía de Saltillo va a ser José María Fraustro Siller, “Súper Chema”. Tan no tengo dudas y no las tuve, que lo dejé al menos tres o cuatro veces escrito aquí en VANGUARDIA. Pero, aquí viene la leyenda urbana, no poca gente se acercaba conmigo para espetarme un cuento: la Alcaldía estaba pactada para que “Súper Chemota” perdiera y entregara el poder a “DJ Bigotes”. Fraustro Siller me decían una y otra vez, iba a perder y todo estaba pactado, arreglado, disfrazado y consensuado. ¿Sabe usted de dónde venían los comentarios? De los burócratas del propio Gobierno del Estado (de la Secretaría de Fiscalización de Teresa Guajardo) del Tribunal Superior de Justicia Administrativa de Sandra Rodríguez Wong, de Salud de Roberto Bernal, de Educación de Higinio González… ¡Eran ellos quienes lo promovían y alentaban! En el mundo real, Chema siempre tuvo sus preferencias y de calle.

LETRAS MINÚSCULAS

Ganador “Súper Chema” ¿Qué harán los que me dijeron lo anterior, renunciarán por honor? ¿Dónde inició semejante engañifa urbana? Tengo nombres y apellidos. Volveré al tema.