Una intrusa en el escenario

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Una intrusa en el escenario

Mañana aparece en el escenario cristiano de color verde una intrusa. En el  drama humano actual no ha sido considerada en el reparto ni en un guión dominado por otros personajes: el virus criminal inesperado, los gobernantes y los políticos dedicados a sobrevivir en el hueso, los científicos que titubeantes aprenden y sugieren hipótesis mientras millones se mueren, el dolor trágico de familias, las multitudes de desempleados desesperados… los sepulcros blanqueados, espectadores desde sus palcos, los difuntos que se aglomeran “haciendo cola” en las funerarias esperando su “certificado de defunción”, los médicos y enfermeras que exponen su vida.

Este drama que ya lleva nueve meses “in crescendo”, en el que todos somos actores y estamos en el mismo escenario, tratando de no contagiar, ni contagiarnos, de sobrevivir y de distraer nuestra impotencia y compasión antes de que nos consuma la energía del alma. Y vivimos cada día sin permitir que nos asuste nuestra fantasía con sus trágicas noticias y fantasmas intangibles.

La esperanza ha vivido en cada uno de nosotros sin tomarla en cuenta (en los niños y los jóvenes es el personaje principal, afortunadamente ignoran la experiencia del drama adulto). Ha vivido tan silenciosa que carece de nombre, no se atreve a insinuarse porque sería proscrita. Es la intrusa que no está incluido su nombre entre los actores y actrices famosos que pelean el protagonismo de villanos, héroes y heroínas, víctimas y verdugos. 

Sin embargo su presencia invisible es tan vigorosa que desde hace milenios ha sido la fuerza de la evolución de la humanidad. Nunca se ha rendido y de broma le adjudican su verdad cuando dicen: “la esperanza muere al último”. Una frase que no nace de la economía, ni de la política, ni de la ciencia, nace de la sabiduría del corazón humano del pobre, del marginado y migrante, del ignorante, del prepotente enfermo, del político en desgracia, que saben por experiencia que la vida requiere de la esperanza para sobrevivir y crecer.

La vida de la esperanza no nace en el exterior del espíritu. El contexto social, familiar, económico, político, religioso, la ayudan o la sepultan viva. Ella nace con la vida, cuando empieza a palpitar el corazón. Desde ese momento hace que el vivir tenga un horizonte y un fundamento, ser y crecer. Hace esperar el saber, descubrir la belleza, construir el bien-ser y el bien-estar. Superar lo que parece imposible para lo que se ha soñado, para la salud, para la sabiduría, en medio de las peores condiciones, para “Amar aunque duela” como dijo la Madre Teresa (que sabía de tener esperanza ante lo imposible).

Mañana todos los cristianos inician cuatro semanas de espera para despertar a la Esperanza del corazón humano. Fieles a su costumbre de ver la vida, con sus guerras, muertes y enfermedades, con la manera de ver e interpretarlas de Jesús su maestro, se atreven a contagiarnos de su Esperanza en una situación de crisis humana en la que desentona como una intrusa, que en un drama de tragedia, se atreve a cantar la Esperanza de liberación del corazón amedrentado y de la mente oprimida.

Si la escuchamos sin prejuicios y con el corazón, su aliento será vigoroso y nos aliviará en medio de la tragedia que vivimos. Necesitamos la Esperanza que nos dice: “No temas, yo estoy contigo”.