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Una idea loca
En 1809, el naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck publicó un libro titulado ‘Filosofía Zoológica’ en el que propuso que los animales se adaptan rápidamente a su entorno y luego transmiten esas adaptaciones a su descendencia (progenie).
El ejemplo clásico para explicar su hipótesis es que las primeras jirafas heredaron cuellos cortos de sus antepasados. Y que esos cuellos se fueron alargando para poder alcanzar las hojas más altas de los árboles que les servían de alimento.
Pero en 1859, la evolución lamarckiana fue eclipsada cuando Charles Darwin publicó su ‘Teoría de la evolución por selección natural’, que decía que los rasgos de los seres vivientes se adquieren a lo largo de muchas generaciones ‘a medida que ocurren cambios genéticos aleatorios’ que resultan ser beneficiosos.
Lamarck planteaba…
Originalmente las jirafas tenían cuellos cortos, pero donde los árboles crecían más, los estiraban para acceder a los alimentos que se encontraban en las partes más altas. De lo contrario morían de hambre. Las jirafas de cuello más largo transmitieron esta característica a sus descendencia.
Y ese proceso continuó hasta que las jirafas alcanzaron la longitud adecuada de sus cuellos.
Según Lamarck no se necesitaba un cambio en el ADN, para que hubiera un cambio en los rasgos hereditarios de las especies vivientes (lo cual es la base de la epigenesis).
Darwin planteaba…
Que había dos grupos de jirafas, las de cuello largo y las de cuello corto. Las de cuellos largos alcanzaban los alimentos de los árboles más altos, mientras que las de cuello corto morían de hambre sin dejar descendencia.
Cuando las de cuellos largos se reproducían, creaban más jirafas de cuello largo con la capacidad de obtener más alimento. De esta forma las jirafas de cuello corto terminaron extinguiéndose y las de cuello largo sobrevivieron.
Según Darwin se necesita un cambio en el ADN para que un nuevo rasgo se herede y se manifieste en las especies vivientes (lo cual es la base de la genética).
Sin embargo, ya a principios del siglo XXI, científicos de renombre afirmaban que ‘los genes tienen memoria’. Eso significaba que la vida de tus abuelos, por ejemplo la comida que comieron, un periodo de hambruna e incluso el aire que respiraron, podía afectar a su descendencia muchas décadas después.
¿Qué pasó aquí?
Como todas las teorías científicas, hasta las de Darwin son provisionales y sujetas al cambio, y en esta ocasión ese cambio empezó en una remota comunidad situada en el Círculo Ártico de Suecia, llamada Överkalix.
Inaccesible y remoto, ese grupo humano estuvo aislado del resto de mundo durante la mayor parte de su historia. Pero llevó un registro detallado de la vida de todos sus habitantes.
Lo que los hace interesantes es que no solo registraban los nacimientos y las muertes, sino que también registraban información sobre otros aspectos de esa sociedad, por ejemplo las pérdidas de cosecha y las hambrunas, a las que el poblado había sido particularmente vulnerable debido a su ubicación.
Lars Olov Bygren, un experto en salud y nutrición del mundialmente famoso Instituto Karolinska, fue uno de los que se interesó en estudiar la vida de sus ancestros, hurgando en los archivos de Överkalix. Y se topó con algo curioso…
Parecía que el efecto de las hambrunas se extendía por casi un siglo, afectando a personas que nunca las habían experimentado en carne propia.
Si eso era cierto, las generaciones pasadas y las futuras podrían estar vinculadas de maneras que nadie habría imaginado.
En busca de alguna explicación al fenómeno, Bygren le envió los resultados de su investigación al genetista Marcus Pembrey, del University College London.
Y el trabajo que hicieron con esos datos los convenció de que la historia enterrada en el cementerio de Överkalix merecía ser observada más de cerca.
Lo que se creía
Hasta entonces, la herencia genética era solo una cosa de genes y de secuencias de ADN. Pero los estudiosos de la aldea de Överkalix sospechaban que podían demostrar que la herencia era más que eso.
En otras palabras, Bygren y Pembrey eran parte del grupo de científicos que se atrevió a desafiar ‘Las leyes de la Genética’: ellos creían que las vidas de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, podían afectar el bienestar de su descendencia.
La genética convencional siempre creyó que nuestra herencia quedaba ‘escrita en piedra’ en el momento de la concepción.
En ese instante, cada uno de nosotros recibió un paquete de cromosomas de nuestro padre y madre. Y en esos cromosomas estaban los genes y las secuencias de ADN, que constituyen la unidad básica de los rasgos hereditarios (después de la concepción, se asumía que nuestros genes quedaban ‘bajo llave’, protegidos e inmutables).
Lo que llamó la atención
En la década de 1980, Marcus Pembrey era director del Departamento de Genética Clínica del Hospital de Great Ormond Street para Niños, en Londres, lo que le daba acceso a datos que le permitían estudiar ciertos casos de herencia genética.
Por ejemplo, dos enfermedades llamaron particularmente la atención de Pembrey: el ‘síndrome de Angelman’, que se manifiesta con mutismo y movimientos corporales bruscos, y el ‘síndrome de Prader-Willi’, en el que los pacientes son muy debiluchos durante la infancia, pero desarrollan un apetito insaciable en la adultez, que suele derivar en obesidad y diabetes.
Pembrey descubrió que esas dos enfermedades completamente diferentes eran causadas por la misma alteración genética, una leve supresión en el cromosoma 15.
Lo que era aún más notable es que si el cromosoma era heredado de la madre, el niño mostraba el ‘síndrome de Angelman’; y si venía del padre, el niño mostraba el ‘síndrome de Prader-Willi’.
Esas observaciones indicaban que lo que los abuelos habían sufrido seguía afectando a los nietos.
Las evidencias de Överkalix
Lo primero que Bygren y Pembrey descubrieron en los archivos del municipio sueco del Ártico fue que la expectativa de vida de los nietos se veía directamente afectada por lo que comían los abuelos.
La diabetes infantil, fatal a menudo, estaba asociada con el padre del padre, si éste vivió en un período en el que el hubo escasez de alimentos.
La salud del nieto era afectada negativamente si la hambruna había ocurrido justo antes de la pubertad del abuelo; o cerca del momento de la concepción, en el caso de la abuela.
En ambos casos se trataba de momentos cruciales para el desarrollo de los espermatozoides y el óvulo.
Las observaciones indicaban que lo que ocurría en el medio ambiente, en este caso la disponibilidad de alimentos, quedaba impreso en el ADN de los espermatozoides y de los óvulos, lo que proporciona una fuerte evidencia de que la herencia epigenética realmente ocurre en los humanos.