Una historia triste

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Una historia triste

De mucha importancia fueron las fábricas de hilados y tejidos en Saltillo. Se construyeron al oriente de la ciudad para aprovechar las aguas apenas unos cuantos años, en que desaparecieron, se llamaban “Navarreñas”, pues Juan Navarro las usó para mover las grandes muelas del primer molino que hubo en Saltillo, y que él, uno de los primeros pobladores de nuestra ciudad, fundó.

La primera hilandería que hubo no estuvo en esa parte, sino al sur. Fue la fábrica de “El Labrador”, establecida a mediados del siglo antepasado por los señores Arizpe. Se hallaba donde ahora se encuentra la Colonia de Lourdes, y por eso a esa parte de la ciudad muchos aún la llaman “la Fábrica de Arizpe”, aunque ya ni vestigios quedan de esa fábrica. “Arizpeñas” se llamaban las aguas que movían la maquinaria que a su vez impulsaban a los telares. No hay trazas ya tampoco de esas aguas.

Otro Arizpe, don Francisco, fundó la fábrica de “La Aurora Industrial”. Dio nombre esa fábrica al pequeño poblado que, entre nuestra ciudad y Arteaga, es casi ya parte de esta ciudad. “La Aurora”, igual que “La Libertad” y “La Bella Unión”, son nombres muy porfirianos, que dan idea del lema positivista -”Orden y Progreso”- adoptado por el régimen de don Porfirio y que se manifestaba mucho en nombres semejantes. La fábrica de “La Libertad” la estableció don Clemente Cabello.

“La Hibernia” fue construida por un señor de apellido Prince, irlandés seguramente, pues dio a la fábrica el antiguo nombre de su país. Fue padre ese señor de doña Margarita Prince Rojo, inolvidable maestra de piano cuya vida fue un drama triste que pocos saltillenses recuerdan aún. Casada con un violinista extranjero, al parecer italiano, que en una orquesta itinerante llegó a Saltillo, fue doña Margarita madre de una preciosa niña, angelical y rubia. Dos o tres años tenía la criatura cuando su padre dijo a la madre que con la niña y con ella quería hacer un viaje a México, de descanso y placer. Gozosas, hija y madre se prepararon para el viaje. En México el hombre alquiló una habitación en un hotel. Ya ahí, pidió a Margarita que vistiera muy bien a la pequeña, que la arreglara como a una muñeca, pues saldrían a pasear y él quería que todos advirtieran la singular belleza de la niña, para gozar de su admiración con orgullo de padre. Margarita procedió a acicalar a su hija. “Te esperamos abajo -dijo el músico a su esposa- mientras te arreglas”, Y luego salió del cuarto con la niña.       

Esa fue la última vez que la infeliz mujer los vio. Inútilmente esperó en el hotel todo aquel día, y el siguiente. Salió después, vuelta loca a buscarlos por los hospitales, por todas partes. Ningún rastro dejó el hombre tras de sí al llevarse a la niña. Volvió a Saltillo Margarita, y ahí inició una larga cadena de días angustiosos, esperando a cada hora recibir alguna noticia del hombre ausente y de su hija. Pasaron los meses y los años, y un día alguien le dijo a la infeliz que su antiguo marido tocaba en la orquesta de un circo, y que la niña actuaba también ahí. Desde entonces, cada vez que un circo llegaba a la ciudad, los saltillenses veían con tristeza a la pobre maestra de piano, que sentada en la primera fila observaba con ansiedad los rostros de las muchachas que venían en el circo, esperando inútilmente descubrir entre ellas a la hija perdida, a la que pese a todo esperaba aún recuperar.