Una final compulsiva

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Una final compulsiva

El primer capítulo de una Final impar ofreció lo que se esperaba: un juego emocionalmente estridente entre dos rivales competentes. Hubo sacrificio, entrega y pierna fuerte acorde a los decibeles que genera todo Clásico.
Pero esta Final no supone ser mirada solamente desde el juego en sí mismo, sino también desde el contexto y desde las precauciones porque aumenta todo: las obligaciones y también las ambiciones, y tanto Tigres como Rayados deben saber administrarlas.

El empate fue el reflejo de un cruce bastante gordo en intensidad -hubo un exceso de adrenalina-, pero flaco en ideas. La pausa como recurso para proveer de contenido a las jugadas fue lo menos importante.

El partido entró en un estado de ebullición, de dinámica brava y se quedó atrapado en una franja de acciones compulsivas y reacciones a la medida en una cancha lastimada.

Fue bueno el Clásico y tuvo nivel de Final, pero no fue bien jugado. Tuvo otros condimentos. El ida y vuelta, sumado al reparto de protagonismo y a la disputa de espacios hizo ver un juego entretenido.

Sin embargo, ni Tigres ni Rayados lograron imponer con claridad sus estilos. Si acaso lo insinuaron. No hubo demasiado tiempo para proponer desde la idea natural.

Más bien el partido creció desde lo emocional y perdió de vista las formas. Igual, hubo compromiso por la camiseta, goles y expulsiones. Ingredientes que dejaron a los dos equipos en igualdad de condiciones a la espera de la revancha.

Tigres no pudo ser porque tuvo más ocupaciones que determinaciones. Aquino estuvo más activo en cuidar su carril, pero perdió influencia líneas arriba. Lo mismo Dueñas, quien tuvo poco margen de maniobra frente a un adversario de marca espesa, simbolizado en el canterano González.

Quizás Valencia se tomó más atribuciones. Fue el más atrevido de la cancha. Se enfrascó en un mano a mano con Vangioni, lo desafió y lo superó cuando pudo. Gignac no estuvo cómodo y mucho menos Vargas. Ambos, obligados a resolver desde media distancia.

A Tigres le faltó manejar el juego. No está a gusto si lo presionan y Rayados, por lapsos, le tendió trampas escalonadas. Tigres se subió a la inercia del desarrollo, pero no se bajó para cambiar de dirección.

Lo de Rayados no fue distinto. Tuvo un ataque ausente o, lo que es lo mismo, perdió casi toda su identidad. Un equipo que vive de su ataque, sin éste, opera en modo avión: conserva las referencias, pero desactiva su músculo de ejecución.

Entre el fastidio de Avilés y las intermitencias de Funes Mori y Pabón, Mohamed decidió en la parte final protegerse (Molina) antes que arriesgar. Dio la sensación que Rayados no podía hacer más y prefirió llevarse tarea para la otra Final.