Desde entonces que supo que estaba embarazada, Irma presintió que ese bebé sería su hijo y su maestro. Y algo también le inquietaba. Pedro, su esposo, relata que durante el parto pensó lo peor: su hijo Fer no sobreviviría. Pero un llanto les devolvió el corazón, luego la doctora les pidió esperar los estudios para confirmar que el niño tenía un cromosoma extra.
El diagnóstico: síndrome de Down, o trisomía 21, para ellos “significa retos… pero con trabajo en familia, paciencia, constancia, perseverancia y mucho amor”, cuentan Pedro Cantú e Irma González.
Su lucha no es sólo para su hijo, ambos sueñan con “familias empoderadas, informadas, que se eduquen y formen en valores hacia la autodeterminación, escuelas 100 por ciento inclusivas, maestros que gocen y aprovechen la diversidad en el aula. Profesionales de la salud y terapeutas que acompañen. Organizaciones que piensen en las personas más necesitadas y se animen a cambiar, empleadores que conozcan las capacidades de sus trabajadores y se animen a dar oportunidades, sociedades que valoren los derechos de las personas con capacidades diferentes y que antepongan la condición humana a la discapacidad”.