Una de vaqueros
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Una de vaqueros
Tres ingredientes componen hoy esta descompuesta columneja: un par de chascarrillos y una reflexión política. Si mis cuatro lectores obvian la lectura de las historietas no se perderán de nada. Si deciden no leer la reflexión política tampoco se perderán de nada. Malo sería que no leyeran, por ejemplo, La Ilíada, el Quijote, las tragedias de Shakespeare, alguna novela de Dickens o de Tolstoi, y, modernamente, los ensayos de Paz o Alfonso Reyes, los cuentos de García Márquez o los poemas de Borges. Entonces sí se perderían de mucho… Don Astasio llegó a su casa después de su jornada de trabajo como tenedor de libros en la Compañía Jabonera “La Espumosa”, S.A. Colgó en la percha su saco, su sombrero y la bufanda que usaba aun en los días de calor canicular. Y es que, como dice un inteligente y querido amigo mío, de tres cosas debe precaverse el hombre que ha llegado ya a la edad madura: el catarro, la caca y las caídas. En efecto, esas tres C: los males respiratorios, los del estómago y las roturas de huesos que con las caídas vienen son grandes enemigos de quienes rondan ya el “arrabal de senectud” a que se refirió Manrique en sus dolientes Coplas. Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Se dirigió don Astasio a su recámara a fin de reposar un poco sus fatigas antes de la cena. Al abrir la puerta de la alcoba se le quitó de pronto el apetito. He aquí que su esposa, doña Facilisa, estaba yogando con un desconocido en el mismísimo lecho conyugal. Al ver aquello el cornígero señor prorrumpió en dicterios sonorosos contra la pecatriz y su mancebo. A ella le gritó: “¡Prójima!”, palabra que la Academia define en una de sus acepciones como “mujer de dudosa conducta”. Al sujeto le espetó otro injurioso término: “¡Mangajo!”, que significa “persona despreciable”. Desde su posición en decúbito supino doña Facilisa se volvió hacia su marido y le reprochó en tono lamentoso: “¡Ay, Astasio! ¡Cualquiera de estos días vas a poner en riesgo nuestro matrimonio con tus absurdos celos!”… Sigue ahora la anunciada reflexión política… “Mejor cuéntame una de vaqueros”. En tiempos ya lejanos –tan cercanos– le decíamos eso a quien manifestaba algo imposible de creer. Alberto Elías, Procurador de días, jura y perjura que la decisión de remover de su cargo a Santiago Nieto la tomó por sí mismo, sin conocimiento –y por lo tanto sin consentimiento– del Presidente de la República. Por su parte un vocero de la Presidencia declaró que Peña Nieto se reunió, sí, con funcionarios de Odebrecht, empresa que ha sido tachada de corrupta por corromper a personajes con altos cargos en diversos países, pero que en esas juntas no se trató ningún asunto relacionado con la campaña que entonces hacía el presidente actual. (Seguramente hablaron del clima, de golf o de futbol). A uno y otro, al vocero presidencial y a Elías, les decimos por igual: “Mejor cuéntanos una de vaqueros”… En horas de la madrugada doña Macalota escuchó ruidos en la habitación donde dormía Florilina, la joven y pizpireta criadita de la casa. (Pido disculpa por la incorrección política. Entiendo que ya no se puede decir “criada” o “sirvienta”; se debe decir “trabajadora doméstica). Recelando algún otro devaneo de don Chinguetas, su casquivano esposo, fue doña Macalota al cuarto de la curvilínea chica. En efecto: con ella estaba el lúbrico señor practicando el H. Ayuntamiento. “¡¿Qué haces aquí, Chinguetas?!” –le reclamó airada la ofendida esposa. El cachondo marido fingió estupefacción. Bajó de donde estaba subido y restregándose los ojos dijo con simulado asombro: “¡Santo Cielo! ¿Hasta dónde me llevará este sonambulismo que padezco?”… FIN.