Un tren hacia el olvido

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Un tren hacia el olvido

Había un famoso escritor que se ufanaba por el hecho de que nunca había perdido un tren, y cierto es que lo decía a manera de metáfora, como queriendo dar a entender que nunca había padecido esa amarga sensación que deriva de las grandes oportunidades perdidas, contrario a lo que podemos decir de Parras de la Fuente y su muy doloroso trance de haber perdido un tren, por decir de algún modo que nuestro pueblo se quedó sin el servicio ferroviario que es símbolo de progreso y desarrollo en cualquier parte del mundo.

Y es que cuando los parrenses perdimos el tren, tuvimos que aceptarlo ante una decisión inapelable y perentoria; “era incosteable”, nos dijeron los del Gobierno, y como algo inútil vendieron nuestro tren; las venerables locomotoras, los utilitarios carros exprés, los de pasajeros, las singulares estaciones, los enormes tinacos, los laboriosos armones, los rieles acerados y los inolvidables cabuses amarillos, todo en su conjunto se fue al “kilo”, como se dice del metal que se vende como fierro viejo.

Y así fue como Parras quedó prendado al término ferroviario de “tren perdido”, el que se usaba cuando en alguna estación no se tenía noticias de un tren en circulación, un tren que seguiremos esperando por tiempo indefinido.

Y es que en el caso de Parras, cuando perdimos nuestro tren, un halo de tristeza y melancolía se propagó por todo el pueblo mágico,como una ilusión perdida a la que jamás se le podrá fijar el valor de lo metálico, todo lo contrario de cuando el tren llegó a Macondo, donde el pueblo alborozado se echó a las calles al escuchar los silbatazos de la locomotora “y vieron hechizados el tren adornado de flores que por primera vez llegaba a Macondo con ocho meses de dilación”.

Así debió haber sido en Parras hace más de un siglo, cuando en el año de 1902 fue inaugurado el Ferrocarril Coahuila y Pacífico, el portento ferroviario de Saltillo a Torreón que pasaba por General Cepeda, Parras y Viesca, en un recorrido fabuloso de 302 kilómetros, un portento en el sentido de que, por primera vez, se vinculaba a estas pequeñas poblaciones y sus rancherías perdidas en el desierto con el resto del mundo, como sucedió en Macondo cuando Aureliano Triste llevó el ferrocarril.

Y cómo no sentir nostalgia por el nuestro si la vida misma es como ir en un tren, tan emocionante como un viaje, donde el último periplo que haremos será en un tren sin retorno.

Como el tren de Parras que jamás volvió, pues hasta el lenguaje ferroviario que le daba su nombre a nuestros barrios ha desaparecido, como “La Estación”, “El Tinaco”, la “Y griega”. Sólo queda el “Bar Ferrocarrilero”, donde aún liba Nino Pachuca con los fantasmas del riel.

Si acaso hubiéramos luchado por conservar el tinaco y la vieja estación hoy serían parte de nuestro pueblo mágico. Desgraciadamente, así como paró “La Estrella” y el pitido de la fábrica, también se fue el tren y sus silbatos y, aunque suene cursi diremos al igual que Germaín: “El tren hacia el olvido ya partió / más yo he quedado aquí en la estación / guardaba en mi equipaje una ilusión / y ella no me permitió partir…”.