Un regalo para la Navidad
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Un regalo para la Navidad
Las emociones nos toman por asalto a cada rato. Por más que se pronostiquen son tan inesperadas como los cambios de temperatura. Nunca vienen solas. Acompañan a los eventos, a las expectativas, a los encuentros y desencuentros.
La Navidad, que cada quien espera y anticipa de una manera personal, también tiene su incertidumbre a pesar de que se repita cada año. Los ritos y las costumbres pueden ser los mismos de los abuelos, pero las emociones son sorpresivas porque los personajes que los celebran pueden ser diferentes. Las presencias y las ausencias provocan que el corazón se agite y asuma su espacio tan determinante del vivir humano. En Navidad deja de ser simplemente cotidiano, silenciado por los afanes, las prisas y las obligaciones. En Navidad se quieren encuentros, abrazos y sonrisas que no se pueden sustituir con regalos y juguetes. Los niños pueden anhelar los juguetes, los adultos desean un regalo que nutra al corazón.
Mañana empieza el Adviento y la preparación para celebrar la Navidad cristiana.
¿Por qué cristiana? Porque en nuestro mundo globalizado hay diferentes tipos de navidades: las comerciales, las sociales, las familiares-escolares-empresariales y hasta las políticas. Ya verá usted a los gobernantes y candidatos emitiendo un “cariñoso y emotivo mensaje de Navidad a las familias mexicanas que viven en estos días la unión y el amor, bla-bla-bla”. Todas esas navidades alientan un ambiente amigable aunque sea efímero y transitorio. Sin embargo, les puede faltar la motivación de la trascendencia que revela la substancia cristiana escondida en los nacimientos y las esferas, en los cantos y los regalos.
Un regalo de Navidad que no tiene precio es la “paz familiar”. No necesita una envoltura que la adorne. Es un regalo que no se encuentra en ningún comercio y que hay que construir. La paz es un regalo difícil de conseguir a pesar de que está al alcance de la mano, en el gesto de la cara, en la luz de la mirada. Es difícil porque primero hay que construirla en el corazón de uno mismo, que con las dificultades de la vida se vuelve beligerante, dispuesto a la defensa o al ataque.
Además es difícil porque hay que destruir los prejuicios que lo torturan y encarcelan, que roban la paz al esposo y a la esposa. La duda mutua, la desconfianza, el resentimiento construyen la guerra en cada uno que destruye la paz de los hijos y de la familia. Es ingenuo dar un regalo de paz con estos verdugos del corazón, aunque sean muy razonables.
Sin embargo, el regalo de la paz familiar es muy valioso y empieza por destruir el gesto del reproche para que nazca la sonrisa de la paz.