Un ramo para Ramos

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Un ramo para Ramos

La vastedad del anchuroso valle de Saltillo es compartida con la ciudad capital por Arteaga –el antiguo San Isidro de las Palomas-, y por Ramos Arizpe, villa antañona convertida ahora en centro industrial de importancia mayúscula y creciente.

En su antiguo nombre llevó Ramos su fama, pues se llamó primero Valle de las Labores. Laboriosos han sido sus pobladores desde siempre, desde que Baldo Cortés, primer cura que fuera de Saltillo, tuvo ahí sus tierras y las cultivó celo.

Don Baldo tomaba con mano igual la custodia de áureos brillos que la humilde azada y -cuando se requería- la espada para defender vidas y haciendas ante la acometida de indiada chica o grande.

Don Baldo levantó las primeras casas que ahí hubo, y trazó las iniciales amelgas que aún sin la a inicial siguen rindiendo las más verdes verduras que en este mundo han sido y que pusieron asombros en los ojos del Padre Morfi, cuando en el siglo XVII llegó ahí y dijo que repollos y coles como los que esas tierras daban no los había visto en parte alguna de la América.

En Ramos Arizpe (que todavía no se llamaba así) nació don Miguel Ramos Arizpe, que por eso así se llama ahora la población-

A Ramos Arizpe nadie lo llamaba por sus ilustres apellidos, sino con el más modesto y menos eufónico nombre de “El Chato”.

Así lo mentaba -y lo mentaba peor- Fray Servando Teresa de Mier, con el que Ramos Arizpe sostuvo terrible polémica enconada de la que al fin salió “El Chato” triunfador, al menos en teoría federalista.

Ramos Arizpe fue diputado. Nadie es perfecto. Estuvo en las Cortes de Cádiz, y ahí lo revolvió todo con un memorial en incontables fojas útiles y vuelta en las que se quejaba con muy amargos tonos del olvido en que la Corona tenía a sus tierras del Norte.

Fernando Séptimo determinó reducirlo a prisión, porque el bueno de don Miguel andaba proclamando que la soberanía no radicaba en el capricho de Su Majestad, sino en la voluntad del pueblo.

Preso lo tuvo por un año y medio. “El Chato” sufrió con entereza su desgracia, más fuerte aún en cuanto que todo el tiempo lo tuvieron incomunicado.

Al cabo de tan prolongado castigo fueron los jueces a la prisión donde estaba recluido Ramos Arizpe y le renovaron la pregunta que lo había llevado a la prisión, a saber, si la soberanía residía en el Rey o en la Nación.
“Aquí encerrado no lo puedo saber -contestó “El Chato”-. Déjenme salir a la calle para ver como están las cosas y luego les contestaré”.

Otra vez a la cárcel con el cabeza dura. Lo mandaron entonces prisionero a un convento de Valencia, donde lo 
tuvieron a pan y agua –ni siquiera jugo de las famosas naranjas valencianas- hasta que estalló la victoriosa revolución de Riego.

El pueblo entonces  sacó de su prisión al Chantre y lo paseó a hombros por las calles. Tenía suerte don Miguel para ese tipo de paseos: cuando volvió a su tierra en los primeros días del año del Señor de 1822, sus paisanos de Saltillo y la Capellanía desengancharon las mulas del carruaje y pretendieron estirarlo ellos para llevar a Ramos Arizpe en triunfo a la ciudad. Dijo el Chato con además declamatorio:
“No he vuelto a mi solar para que mis paisanos me sirvan de acémilas. Si no enganchan de nuevo iremos todos a pie”.

Se plegó el paisanaje a los dictados de aquel que retornaba vencedor, y siguieron a su carruaje hasta llegar a donde está el actual templo de San Juan Nepomuceno. Ahí Ramos Arizpe dio gracias a Dios y descansó.

Ingenio, fortaleza de cuerpo y del espíritu eran virtudes de Ramos Arizpe que en Ramos Arizpe quedaron para siempre, y que han tenido y tienen todavía los ramosarizpenses de ayer y hoy.