Un problema que despierta

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Un problema que despierta

Hace siglos que el hombre empezó a sospechar que este planeta era redondo y esférico. Fueron unos cuantos que dejaron de creer en el finis terrae donde terminaba la tierra y el mar. El vacío los esperaba para engullirlos irremediablemente. Lentamente la sociedad se fue convenciendo de que vivía en un globo y superó el miedo que había fabricado la imaginación.

Hoy estamos en una situación semejante aunque con serias diferencias. Hace décadas que los medios y los científicos hablan, publican y difunden la noción global de la madre tierra y sus habitantes. Sin embargo el proceso de globalización gradual que se inició desde los tiempos en que las carabelas conectaban los continentes y sus culturas era prácticamente ignorado. Solamente lo usaban los mercaderes y los piratas.

En el presente, hasta antes de  la pandemia, la interconexión de la humanidad era un proceso muy evolucionado gracias a la aeronáutica, los satélites, los medios de comunicación tan diversos y cada vez más sofisticados. Era una interconexión meramente cibernética usada también por los mercaderes y piratas modernos, pero ya no solamente por ellos, sino por la ciencia, el arte, los modelos de democracia, socialismo, religión que generaron no solamente una interconexión artificial sino un intercambio global y humano que va creciendo a pasos agigantados. Una evolución tan compleja que multiplica cada segundo no sólo la información sino la formación o deformación de ideas, creencias, costumbres que ayer fueron rectoras inmodificables y hoy parecen ser “flor de un día”.

Nadie imaginó el presente global que vivimos y sufrimos, que nos encierra y nos empuja a sobrevivir. Nadie sospechó que el proceso de globalización iba a tener consecuencias, retos y problemas indescifrables a primera vista ni con la tecnología tan avanzada que había logrado cada región del globo. La pandemia del coronavirus es un gravísimo problema no sólo porque enferma y mata sino porque nació en un mundo globalizado.

El gran problema que tiene la humanidad es el descubrimiento y la experiencia de la globalización que genera una interconexión humana nueva, desconocida y tan dinámica que produce problemas inquietantes que requieren soluciones de adaptación temporal por lo pronto.

Sin embargo la realidad terrena y social que vivimos no se reduce a tecnología cibernética, a la inteligencia artificial y a las estructuras sociales que rigen y dictan las soluciones a todos los problemas. El fenómeno de la globalización está despertando y acelerando un poder real del ser humano que ha sido marginado y menospreciado a pesar de que ha sido la fuente de la creación de las catedrales y las sinfonías, los heroísmos de la generosidad cotidiana (y global) y la evolución de la medicina y la salud y la educación. El espíritu del ser humano ha sido la causa y el origen de su evolución. Gracias a él ha descubierto los problemas, las soluciones y las herramientas en el ámbito personal y en la dimensión social… y ahora global. La fuerza y la sabiduría del ser humano fueron adscritas durante siglos a unos privilegiados que se atrevieron a encarnar su propio espíritu. Hoy poco a poco cada persona va tomando conciencia de su valor e importancia, y sus gritos de creatividad, justicia, dignidad, verdad, igualdad, respeto al hogar y a la tierra, libertad de ser y de pensar, son los indicadores del espíritu humano globalizado y agitado.