Un Papa campesino
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Un Papa campesino
La parábola es tan sabia como su autor e ilumina la realidad actual. La fecundidad humilde, generosa y alegre de la fe y el corazón del pueblo, y la esterilidad que genera una cultura explotadora y superficial.
“Un Papa vino a sembrar y arrojó sus semillas en México, en Ecatepec, en Chiapas, en Michoacán y en Cd. Juárez. Sus semillas eran de paz, fraternidad, justicia, misericordia y amor. Todas las tierras mexicanas las anhelaban. Esas semillas, en la medida que dieran fruto, eliminarían el odio, la rivalidad, la corrupción, la injusta desigualdad, la explotación humana y la indiferencia ante el dolor y la ignorancia.
Una parte de las semillas cayó a lo largo del camino. La tierra del camino estaba pisoteada. Era útil para caminar encima, pero estéril para que pudiera germinar la semilla.
Esas tierras del camino se sintieron bendecidas con esas semillas que anhelaban para dejar de ser pisoteadas, pero vinieron los que querían que siguieran siendo camino de sus intereses, vieron que las semillas eran una amenaza, las recogieron y las tiraron a la basura. Y esas tierras siguieron siendo un camino para la corrupción.
Otra parte de las semillas cayeron entre piedras, donde las tierras eran superficiales. Brotaron con esperanza sus deseos de justicia e igualdad, pero cuando salió el sol las quemó, y como no tenían raíz se secaron.
Las semillas fueron recibidas con alegría, pero no había espacio en esas tierras para sus raíces. Eran inconstantes, y en cuanto se les presentaron las angustias y las persecuciones a causa de su lucha por la justicia y la igualdad, fallaron, se desilusionaron… Y se secaron las semillas.
Otra parte de las semillas cayó entre espinos. Éstos, al crecer, las ahogaron y les impidieron dar el fruto del amor y de la misericordia. Estas tierras recibieron las semillas de las palabras del Papa campesino pero se les presentaron los problemas de la vida, las promesas engañosas del dinero y de las pasiones egoístas, y aunque querían dar el fruto de la paz y del amor, los espinos cotidianos crecieron más fuertes y ahogaron su generosidad.
El resto de las semillas cayeron en tierras buenas que, a pesar de ser pisoteadas por la corrupción, la mentira y la injusticia, tenían una secular profundidad que les dio fortaleza para que los espinos no ahogaran su vitalidad. Estas tierras eran buenas, evitaban los prejuicios y las malas interpretaciones, estaban seguras de que su fecundidad dependía de su fe en Dios y de acoger con humildad y cariño a las semillas. Vivieron para convertir el trigo en el “pan de cada día” y aliviar a tantos hambrientos de justicia, amor y paz”.
Estas son las tierras que esperan con una sonrisa al Papa que sonríe, que confían en él porque es pobre y humano, que anhelan sus semillas de verdades que nutran una fecundidad cultivada desde hace siglos por Santa María de Guadalupe.