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Un pan musical

En Saltillo existe desde hace 20 años un grupo de cantores llamado Schola Cantorum. El hecho de que haya en nuestra ciudad un grupo de cantores no tiene nada de extraño ya que los diversos coros y tríos siempre han formado parte muy importante de nuestra cultura. Los nombres de Nicolás Cuevas, Héctor J. Yeverino, Lorenzo Hernández y Beto Díaz no sólo son conocidos, sino que su recuerdo viene asociado con bailes, alegría musical y experiencias personales. Se les recuerda en una melodía de fondo que se ha quedado invisible y sonora.

Lo diferente de este grupo de cantores es que su música es espiritual y religiosa y que, a pesar de ese aparente “descrédito”, ha permanecido cantando cada domingo sin interrupción durante 20 años. ¿Cuál es el secreto que mantiene su constancia a pesar de que no reciben ni sueldo ni honorarios por ello?

Su canto pertenece a un género llamado “canto gregoriano”. Un género que se remonta a los primeros siglos de la Iglesia Católica cuando los bautizados celebraban sus ritos litúrgicos y cantaban para expresar y meditar algo tan substancial como su fe. Una fe que no es un acto abstracto, meramente intelectual, desincorporado e impersonal. Es un estado tan humano que compromete la voz, las emociones y sentimientos, los propósitos y las lealtades, las relaciones tanto las trascendentes como las cotidianas. Una fe que, una vez que la persona la acepta, infunde, ilumina y vitaliza las acciones y decisiones del creyente y las convierte en acciones amorosas y en canto de alegría, en liturgia y servicio a los demás, en búsqueda de lo que es significativo y muchas veces invisible.

Ésta es la fe que provoca el canto en las religiones y que creó el canto gregoriano desde hace 15 siglos. Los miembros de la Schola Cantorum son exseminaristas que durante su estancia en el Seminario aprendieron a disfrutar su fe con este canto. Vivieron la experiencia de serena espiritualidad que infunde la meditación cantada de los textos del cristianismo.

En el canto gregoriano la melodía se subordina al texto, no lo sustituye con emociones artificiales, ni pretende servir para el lucimiento de un solista o de un instrumento. La profundidad de la emoción viene de las palabras que se cantan con emoción porque la fe las describe como palabras de Dios, palabras de vida eterna, palabras trascendentes que abarcan el ser y el por qué vivir.

La Schola Cantorum desde hace 20 años se propuso compartir esta experiencia de serenidad espiritual que comunica la fe del canto gregoriano. Los fieles que los escuchan cantar cada semana viven esa experiencia de fe como ellos. La serenidad de la melodía les infunde el estado de auténtica espiritualidad que buscan en el templo y en su liturgia. La palabra de aliento y nutrición que buscan para su fe la asimilan a través del misterio invisible del canto porque, aunque las palabras llegan a la inteligencia, la melodía las hace llegar hasta el corazón.

Es justo agradecer a la Schola Cantorum su afán de compartir este pan de fe musical. Su constancia ha dado frutos invisibles durante 20 años.