Un mal poema de Darío
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Un mal poema de Darío
Ya he contado aquí cómo un saltillense, Julio Torri, fue causa indirecta de que Renato Leduc escribiera su mejor poema, el soneto tan conocido que comienza con el verso: “Sabia virtud de conocer el tiempo...”. Don Julio, en efecto, era maestro de la Escuela Nacional Preparatoria. Sus clases eran tan aburridas que sus alumnos se dedicaban a los más variados entretenimientos mientras Torri, con su voz de tono menor y vacilante, hablaba a las paredes. Leduc hizo una apuesta con uno de sus condiscípulos, de nombre Adán Santana, y para ganarla escribió en la tediosa clase de Torri aquel celebérrimo soneto en que se usa de continuo la palabra “tiempo” que, como se sabe, no rima con ninguna otra en español, excepción hecha de sus derivados. En superar esa dificultad consistió la tal apuesta.
Pues bien: si a un saltillense se debió el mejor poema de Leduc, a otro saltillense, a don Carlos Pereyra, se debió el que es posiblemente el peor poema que en su vida escribió el más alto poeta de la América hispánica, Rubén Darío.
Se acercaba la celebración del primer centenario de la Independencia de México. Rubén Darío fue designado representante de Nicaragua por el gobierno de ese país. Cuando el poeta venía rumbo a México el presidente nicaragüense fue derrocado, víctima de una de las muchas intervenciones de los Estados Unidos. La noticia la recibió Darío cuando llegó a Veracruz. Ahí, con mucha delicadeza, Amado Nervo, gran diplomático, le comunicó que no sería recibido en México con carácter oficial. Su presencia, le explicó, podía ser motivo de problemas: de hecho, había ya manifestaciones en la Capital que, aparentemente de homenaje a Darío, eran en verdad manifestaciones de repudio al intervencionismo yanqui en los países latinoamericanos. Dicho de otra manera, casi le dijo: “Comes y te vas”.
Ante esa situación Rubén Darío viajó a Cuba acompañado por el pintor mexicano Alfredo Ramos Martínez. De este pintor se conservan hermosas obras en la pinacoteca del Ateneo Fuente, entre ellas un perfecto retrato de la esposa de don Gustavo Espinosa Mireles, quien fuera Gobernador de Coahuila. Yo tengo dos preciosos cuadros de flores pintados al pastel por ese eminente artista.
Pues bien: en La Habana, don Carlos Pereyra, distinguidísimo historiador saltillense, también diplomático, entrevistó a Darío y le suplicó que, ya que no podría estar en México por las desgraciadas circunstancias que habían obrado, escribiese un poema que sería leído en las celebraciones.
Darío aceptó. Pero ni siquiera los poetas geniales escapan de la maldición de los poemas hechos por encargo, que casi siempre resultan pésimos. Y pésimo le salió aquel lamentable poema, en el cual, entre otros desaciertos raros en él, Darío intercalaba versos de los himnos nacionales de Cuba y de México:
“... Que morir por la patria es vivir
al sonoro rugir del cañón...”.
Don Alfonso Reyes recordaba el incidente que originó aquellos versos deplorables, y calificaba de “monstuo híbrido” el poema de Darío. Pero mi recordado maestro, el profesor don Mateo Díaz, quien me enseñó muy útiles etimologías en el bachillerato, solía decir:
“Quandoque bonus dormitat Homerus”. La locución es de Horacio (Arte poética, 359), y significa: “De vez en cuando dormita el buen Homero”. Y si Homero, por dormitar, a veces cometía errores, con mayor causa Darío, a quien nuestro paisano don Carlos Pereyra puso en el trance fatal de hacer un poema de ocasión.