Un juego inesperado

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Un juego inesperado

Este juego de la vida que  nos ha tocado se ha vuelto un remolino que nos arrastra a cambios vertiginosos que nos descubren fracturas en el edificio social que hemos habitado.

Es como esos terremotos que al terminar descubren las fracturas en las paredes y en los cimientos. Ya estaban ahí desde hace tiempo, exigían atención y anunciaban deterioros que si no se atendían efectivamente irían creciendo hacia un mayor peligro.

No me refiero exclusivamente al “chivo expiatorio” al cual todos recurren para querer convertirlo en la causa fundamental de todos los males mortales, económicos, educativos, familiares y mentales que cada día brincan uno por uno en los medios de comunicación oficial, formal, familiar y cotidiana, sino a las deficiencias que hemos padecido durante décadas y que han sido anunciadas como corrupción, explotación humana, ignorancia, moral maquillada y religiosidad individualista por enumerar algunas cuantas.

Durante décadas hemos sido espectadores y solamente espectadores de este proceso de deterioro social pero lo hemos consentido o compartido con el resto de nuestra sociedad sin percibir o tomar en cuenta las fracturas en la cultura. Deslumbrados por los avances tecnológicos desde los celulares hasta las maravillas cibernéticas, desde la información de otros estilos de vida conyugal, familiar, política, profesional, laboral y económica empezamos a convivir en comunidades sin reglas que definan la salud, el camino del progreso personal, el compromiso con los demás, el orden social y sobre todo lo bueno y lo verdadero contra lo mediocre y lo ambiguo.

Sin embargo descubrir las facturas tiene un gran beneficio. La sociedad con sus familias y sus trabajadores y sus ciudadanos y sus patrones y sus empleados y trabajadores poco a poco están eliminando las “cataratas” de sus ojos. Están evolucionando de una ceguera consentida como es la impunidad y corrupción generalizada en la administración pública, privada, familiar y personal a una crítica inicialmente forzada por el inusual y carcelero confinamiento y después insoportable por la carencia de amistad, contacto, libertad y pluralidad comunitaria tanto laboral como espiritual.

En ocasiones se escucha la frase de “volver a la normalidad” como un regreso al pasado reciente: se olvida que el pasado no sólo era anormal, diabético y con 50 millones de pobres, sino una profecía de mayor miseria moral, educativa y espiritual.

El verdadero regreso será evolutivo. Un cambio forzado por el remolino político y social que nos hunde o nos descubre las fuerzas de nuestra persona y el esfuerzo por sobrevivir a una cultura miope que nos invita a repetirla.

Tiene que ser una evolución personal para construir matrimonios, hijos y familias responsables, verdaderas y no caricaturas que imitan otras caricaturas. Una evolución laboral y profesional que incluya la creatividad del cerebro y la pasión por el trabajo. Una evolución ciudadana crítica y participativa que construya una verdadera democracia de valores comunitarios y fraternos.