Un hombre en tacones (fragmento)

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Un hombre en tacones (fragmento)

Introducción: Un niño gay, su padre y Marta Sánchez

De niño pasaba mucho tiempo con mi padre en el auto. A él le encantaba manejar y a mí me gustaba buscar en la radio las canciones pop de moda en aquel entonces, mientras íbamos camino a Pabellón Polanco a unas “maquinitas” alucinantes, todo como premio por mis excelentes calificaciones. Pasaba frenéticamente de una frecuencia a la otra, con la esperanza de escuchar el sonido eurodance de la canción “Desesperada” de Marta Sánchez. Cuando al fin alguna estación reproducía el tema, yo explotaba de la emoción, me daban unas ganas inmediatas de imitar los sutiles pasos de baile de la española, pero no lo hacía, ya que mi padre estaba a un lado.

Hagamos cuentas. En 1993 mi papá tenía 38 años, casi la edad que yo tengo ahora, y no podíamos ser más distintos en nuestras versiones adultas. Él era un poco más alto que yo, definitivamente más ancho: había desarrollado una complexión fuerte gracias a toda una vida de trabajo físico. Desde niño tuvo que trabajar en su lugar de origen, Miahuatlán de Porfirio Díaz, Oaxaca, una pequeña ciudad al sur del estado. Después emigró a la Ciudad de México, se hizo de una camioneta y comenzó en el negocio del transporte.

Se crio y creció en un ambiente donde los roles de género estaban muy definidos: los hombres hacen “cosas de hombres” y las mujeres, “cosas de mujeres”. Jamás imaginó que su pequeño hijo sería uno de los que querían bailar “como mujer”.

¿Por qué tenía que ser discreto en la expresión de mi felicidad al escuchar “Desesperada” con mi papá? ¿Qué tenía de malo que quisiera alternar los movimientos del hombro izquierdo y luego del derecho en perfecta sincronía con la tonada? Los niños en la escuela ya me habían hecho entender que eso era  “malo”, que era “raro”.

Y luego yo lo fui asimilando; tenía lógica por lo que notaba en mi entorno, la misma lógica a la que mi padre había estado expuesto toda su vida: las niñas bailan así, los niños no.

Yo tenía claro que no era una niña y que no quería ser una, pero me parecía muy divertido bailar como veía que lo hacían muchas de ellas: mover las manos, el cabello o la cabeza como lo hacía Marta era liberador, divertido. No entendía por qué les molestaba tanto a los demás, a quién le hacía daño con ello. Con ese pensamiento en  la mente, una vez me armé de valor y en uno de esos viajes en auto canté sin pudor alguno: “Desesperada, porque nuestro amor es una esmeralda que un ladrón robó”. Recuerdo que mi padre volteó y me  dijo: “No tienes que cantar como si fueras la mujer. ¿Qué eres, una niña?”. No me lo dijo con odio o enojo, lo que detecté en su voz fue preocupación, era un tema que le costaba mucho trabajo. Nunca olvidé ese momento.

En ese entonces mi padre y yo éramos víctimas del mismo monstruo: el silencio. El silencio de sus padres al nunca hablarle en absoluto sobre sexualidad, mismo silencio que él replicó conmigo. El problema de cantar canciones en femenino se solucionó ese día y en los viajes en auto ya nunca se repitió, a pesar de lo mucho que a mí me molestaba tener que cantar: “Desesperado, porque ya no

sé dónde está mi sueño ni por qué se fue” y andar cuidándome del género en las canciones.

Sentía muchas ganas de decirle a mi padre que no tenía nada de malo que yo cantara en femenino, que bailara como “bailan las niñas”, que fuera más delicado que los otros niños y mucho más que él cuando fue niño. Quería decirle que todo estaría bien, porque a final de cuentas en su mirada podía notar que eso era lo único que le importaba. Pero ¿con qué herramientas hacerlo? Jamás me hubiera imaginado que tendría que cruzar toda una vida adulta para que primero me quedara claro a mí que ese comportamiento no tenía nada de malo y entonces poder decírselo a mi padre con toda tranquilidad y terminar esa conversación con un abrazo. Lo hice hace pocos meses y nos reímos de esa escena. Todo mejora.

 

Omar Ramos. Periodista y comunicador social con más de 13 años de experiencia en medios.

Es socio fundador y director de comunicación de Salud Diversa, primera clínica integral en México especializada en población LGBT+ además, es orgulloso usuario de PrEP desde hace casi tres años, de Grindr desde hace diez y de tacones desde hace dos. Autor de la columna “Multicolor”, sobre temas de entretenimiento con un acento LGBT+.

Fragmento del libro Un hombre en tacones © 2021, Omar Ramos. Cortesía otorgada bajo el permiso de Editorial Penguin Random House.