Un frio que da calor

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Un frio que da calor

¡Hola!  Mi amigo y distinguido lector, ¡qué gusto saludarte!  Espero que tengas un día extraordinario y maravilloso.  El día de hoy te quiero compartir una historia que hace reflexionar, a propósito de esta época navideña, ¡la más maravillosa del año!

A ver, escribiente, editorialista, o como te quieras llamar, ¿a qué te refieres con eso de que “un frío que da calor”?  Se me hace que llegaste tarde a la clase de física, cuando cursabas tu secundaria, ¿verdad?

“A mí se me hace que trae descompuesto el termostato de su cuerpo”, dijo otro.  La verdad, amigo amiga lectores, nos estamos refiriendo a la hermosa época de la navidad.

Porque aún y cuando estamos con fríos que congelan hasta los huesos, siempre en todos los hogares, estas fiestas provocan un remanso de paz, de concordia, de generosidad, de humildad, de admiración, de alegría, de felicidad, y de mucho amor, al conmemorar el advenimiento de todo un Dios que toma nuestra naturaleza humana, para salvar a todo el que cree en Él.

Hay una tierna historia que me llenó de lágrimas los ojos cuando la leí por primera vez. Se trata de dos niños pobres, humildes, pero de esa humildad que no se refiere a reconocerse poca cosa, y someterse a un Dios, para que Él nos proteja y nos ayude en todas nuestras necesidades.

No, me refiero a la humildad de no tener nada, ni zapatos para poder caminar.  Y esa tarde, era una tarde de cierzo invernal, con nieve que caía con ligeros copos como pequeñas plumas de ave, que van tapizando el suelo y todo lo que van encontrando a su paso, dibujando un contorno excepcional, que solo el pincel divino puede crear.

Pues estos niños pobres iban caminando descalzos sobre la nieve, y llegaron a una casa, para pedir alguna ayuda, a quien viviera en dicha casa.  Una señora, de raza de color, pero con color de corazón tan puro, que no dudó en preguntarles, ¿qué quieren?

Los niños, sin dudar, le pidieron cualquier cosa para saciar el hambre que traían.  Ella, con su noble corazón, les pidió que esperaran, y entró al interior de su casa, para satisfacer la petición de esos dos muchachitos maravillosos.

Después de unos instantes, que para los niños fue una eternidad, salió la señora con un litro de leche en sus manos, y se lo acercó al niño mayor.  Tenían escasos 7 y 5 años.  

Pero sucedió algo inusual y excepcional.  El mayor de los dos, tomó el litro y aparentó tomar leche, pero la verdad, cerró los labios para no beber ni una gota, con el objetivo de que su hermanito tomara lo más posible.  

El pequeño, después de dar un enorme sorbo, pasó la botella de leche al mayor, y éste, con un corazón más que generoso, volvió a cerrar los labios, fingiendo que tomaba, y luego le volvió a pasar la leche a su hermanito.

Y así, de sorbo en “sorbo”, se fueron terminando “ambos”, el litro de leche, que tan gentilmente, la señora les había procurado.  Al terminar, ellos con una sonrisa que difícilmente la podrá olvidar nuestra señora protagonista de esta tierna historia, le agradecieron, y partieron felices a un rumbo, que ni ellos mismos conocían.

Uno, el pequeño, feliz de haber satisfecho su hambre.  El otro, el mayorcito, feliz de haber satisfecho su hambre de amor y de cariño hacia su pequeño hermano.

Ella, se quedó admirada de la actitud de ese niño maravilloso, que hizo todo por amor de su hermanito.  ¡Qué hermosa historia de amor fraternal!  Ojalá Dios nos permita vivir muy intensamente esta época de frío con un calor humano que nos transforme y cambie nuestras vidas.    

Te deseo que pases una Navidad llena de luz, de paz, de alegría, de amor, y de generosidad, y todos estos maravillosos sentimientos, consérvalos, para seguir viviéndolos durante todo el año nuevo que se avecina, que se acerca galopando, y a pasos agigantados.

Esperando que el próximo año se te multipliquen las bendiciones para ti y tu maravillosa familia.  ¡Feliz Navidad y un muy bendecido año nuevo 2017!

Esta historia la adapté, pero originalmente apareció escrita en un libro llamado “Siempre Alegres”, que lo editó la Editorial Rialp, allá por el final de los años 60’s.

Cierro como siempre, y a seguir pataleando…, ¡porque no hay de otra!