Un final inesperado

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Un final inesperado

ESMIRNA BARRERA

Por: Octavio Falgar

Mateo se abrochó el cinturón, fijó su casco, echó una mirada detenida al tablero y sin titubear activó el dispositivo encogedor. Una luz azul cubrió la nave reduciéndola al tamaño de un grano de sal, mientras los oídos le zumbaban. Casi al instante, había logrado su cometido. No explotó, no hubo un incendio ni todos esos accidentes que se había imaginado.

Desde el centro de su habitación todo se veía diferente. La oscuridad de los rincones era mucho más profunda, pero la luz que entraba desde afuera también era más luminosa. La tapa de refresco que había dejado en el suelo ahora parecía una montaña; el par de calcetines que no puso en la ropa sucia eran praderas llenas de montes de pelusa y rocas gigantes de doritos a medio comer.

Los abultados guantes de tela del niño apretaron el botón de lanzamiento. Los propulsores de fuego que a escala real hubieran destruido la habitación, fueron apenas una chispa. El ruido de los motores que de otra forma hubieran roto las ventanas con el estruendo, eran más leves que los ladridos del perro en el patio. Contra todo pronóstico, la nave que había construido se elevó en medio de su habitación.

La misión era sencilla: destruir el frijol que su hermano se había metido en la nariz para que no se convirtiera en árbol y salir a tiempo. Mateo dio una vueltas de prueba para acostumbrarse a los controles.

–Es como andar rápido en la bici –pensó.

Así que se acercó a la litera de abajo en donde Ángel estaba dormido. Aunque era tres años menor, ahora parecía un gigante tomando una siesta como en esos cuentos que su madre les leía antes de dormir. Pero esto no era ficción, era una misión de vida o muerte.

Cuando entró por la fosa nasal izquierda, los pelos con mocos le impidieron avanzar cómodamente. Bajó la velocidad al mínimo y avanzó despacio. Segundos más tarde bajó por la tráquea y aunque la mayor parte del trayecto estuvo tranquilo, una repentina ola de flema lo dejó pegado a las pared de cartílago.

Tuvo que subir los propulsores al máximo para separarse. Y aunque esto funcionó al principio, el cuerpo de Ángel comenzó a moverse sin aviso. Lo que para el niño encogido se escuchó como fuertes explosiones y vientos fuertísimos, era simple tos. Poniendo en práctica todas las horas que invirtió en los videojuegos, Mateo hizo varias piruetas y salió adelante.

Finalmente la nave atravesó los bronquios y llegó al pulmón: una bolsa viscosa que se inflaba y desinflaba una y otra vez.

En medio de todo, flotando, Mateo vio el frijol. Ya tenía pequeñas plantas verdes que salían de él. Se acercó y apagó las turbinas.

–Espero que no sea tarde si lo destruyo ahora –dijo en voz alta.

El niño apuntó el láser desintegra frijoles y esperó hasta estar seguro de no fallar. Disparó una vez, pero falló, disparó de nuevo y esta vez acertó. La suave corriente que hasta entonces entraba a los pulmones se convirtió sin aviso en pequeños huracanes. 

Mateo se aferró a su asiento y su cinturón, pero entre tanto movimiento apretó por error el botón engrandecedor recobrando su tamaño normal. El cuerpo de su hermano estalló en pedazos. Fragmentos gelatinosos de tripas quedaron pegados a las paredes mientras la sangre escurría hasta desde el techo.

Los papás de los niños intentaron recoger los pedazos de su hijo muerto mientras Mateo estaba en silencio con la mirada perdida. Más tarde, la policía lo arrestaría acusado de homicidio. Los frijoles metidos por la nariz habían cobrado su cuarta víctima infantil en un mes.

* Octavio Falgar
illennial adicto a reddit. Historiador de profesión, escritor por vocación. Practica senderismo. Catador de tacos amateur y fan #1 de Madonna. Último sobreviviente de los patafísicos. No ha ganado ningún premio porque siempre se los llevan los mismos.