Un Evangelio indigesto

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Un Evangelio indigesto

La Jerarquía Católica es muy lenta para digerir los cambios sociales y casi necesita siglos para asimilarlos, para integrar y hacer propias las ideas, las teorías científicas y filosóficas, las nuevas tendencias y formas de vida. Le lleva tiempo digerir el “evangelio humano”.

Fue muy lenta para asimilar “la libertad, la fraternidad y la igualdad” de los hombres, proclamadas durante la Revolución Francesa, a pesar de que son conceptos esenciales de la espiritualidad cristiana. Igualmente se le indigestaron las “Leyes de Reforma” y el papel rector del Estado a tal grado que aun hoy ambas instituciones se miran todavía con recelo.

Hasta los años setenta los gobernantes y los jerarcas católicos se excomulgaban mutuamente aunque en forma privada cultivaran sonrisas, amistades y servicios, bodas y bautizos, apoyos económicos, disimulos legales y exención de impuestos. La visita a México de Juan Pablo II vino a romper esta apariencia, esta lealtad simulada y, salvo algunas voces anacrónicas que protestaban por lo permisivo del Gobierno mexicano, ambas entidades descubrieron que el pueblo hacía muchos años que había asimilado la nueva cultura de “libertad, fraternidad e igualdad” humana.

Hoy la cultura política y social todavía se resiste a integrar los valores, las actitudes y las motivaciones espirituales que surgen de una sana reflexión del Evangelio cristiano, una reflexión madura, profunda y consistente. Una compleja red de prejuicios (muchas veces alimentados por la ignorancia de los dirigentes religiosos) lleva a los políticos a defenderse de fantasmas del pasado histórico, a distorsionar la conciencia ética o a sentirse amenazados por el vigor y el compromiso incondicional de una espiritualidad madura e inteligente.

Por otro lado, la Jerarquía Católica no se da cuenta de cómo se ha encerrado en sus paradigmas culturales y sociales, sus costumbres y tradiciones ya anacrónicas, que no tienen nada que ver con el mensaje evangélico, al grado de que lo han privado de su compromiso con los pobres, los explotados, los enfermos, los ignorantes y los que tienen hambre y sed de justicia. Han sustituido la acción con la devoción.

El discurso cotidiano del Papa Francisco ha sorprendido al mundo en gran parte porque está revelando al mundo político, económico y social la fuerza vital que agrega la espiritualidad humana y cristiana al hombre de hoy para poder cultivar un humanismo real, unas relaciones políticas, económicas y ecológicas realmente humanas y una paz sólida y duradera.

Al mismo tiempo, el Papa está cuestionando y confrontando a las Jerarquías Católicas sus criterios, y conductas de cortesanos monárquicos, su distancia no solo del hombre de hoy y su manera de ser, sino de su pobreza institucional, de la realidad conyugal y familiar tan marginada de la práctica pastoral, y de su falta de compromiso práctico y efectivo con la justicia social.

¿Estará dispuesto el estómago de la Jerarquía y de los Gobernantes para digerir el Evangelio franciscano?