Un encuentro inevitable
Usted está aquí
Un encuentro inevitable
El tiempo de la Semana Santa es ineludible con su cronología pero sobre todo con su significado. Es imposible eludir el encuentro con su personaje central: Jesucristo. Se le encuentra en la prensa, en la radio y en la TV, en medio del vacacionar y del silencio, en las lentas comidas y conversaciones familiares, en los ritos y procesiones pero, sobre todo, en la conciencia humana, que vuelve presente su recuerdo en tres dimensiones: el drama, la historia y el espíritu.
El drama de Su Pasión, Muerte y Resurrección sigue siendo, después de 20 siglos, el drama por excelencia: el personaje central, procesado con traiciones, con azotes, espinas, insultos y mentiras, con un juicio injusto y corrupto, con unos clavos y una cruz, es la Persona Resucitada más reconocida y contemplada durante todos los siglos, sin excluir el presente globalizado. Hoy, 2 mil millones de discípulos contemplan el drama secular del “Maestro” con una renovada experiencia de profunda compasión.
Sin embargo es su significado, y no la anécdota, lo que ha mantenido en las carteleras durante siglos al Personaje y al drama. La Pasión y Muerte de Jesús es un mensaje de amor. Este significado sería vana y cursi poesía, si su sangre derramada no fuera una realidad anunciada con el brindis de la “Última Cena”: “Este es el cáliz de mi sangre que será derramada por vosotros…”. Desde entonces la Semana Santa es un tiempo de encuentro con el personaje central del drama del Calvario.
La dimensión histórica del evento de Jesús y Jerusalén no se anquilosa en el pasado, como artículo de museo. Trasciende los siglos y se hace presente en el 2016. Es un acontecimiento que ha construido la historia de innumerables pueblos y personas. Jesús y su misterio de “muerte de cruz por los demás” ha sido la motivación fundamental, la manera de vivir, el sentido que ha dado dirección al vivir de los millones de mujeres y hombres que han creído en Él. Hoy atestiguan esta trascendencia secular miles de millones con sus historias personales de servicio, de comunión familiar y ciudadana, de amor fraterno y humano.
El tiempo de la Semana Santa detiene la carrera compulsiva de la política y la economía, nos libera de la esclavitud del ritmo tecnológico para conseguir un tiempo especial para la espiritualidad humana y/o cristiana. En esta semana aparece Jesús con la fuerza de un mensaje verbal y corporal tan radical que confronta la lógica humana del triunfo, del éxito, de la felicidad y del poder. Cada gota de su sangre y cada clavo injusto hace reflexionar al espíritu humano. Provoca el debate de la verdadera felicidad y despoja a la experiencia del amor, de sus apariencias románticas intrascendentes. Sobre todo confirma a los que aman hasta dar “la vida por alguien”, en que vivir conforme al espíritu es mejor opción que vivir conforme al dinero, el placer o la comodidad.
Estas dimensiones provocan interpretaciones diferentes: un escepticismo que “pasa de largo” ante el encuentro del Nazareno, o una Fe que se arrodilla para adorar a Cristo y su misterio… y atender las heridas del hombre.