Un ecosistema para el desarrollo incluyente

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Un ecosistema para el desarrollo incluyente

En el año 2002 tres docenas de economistas nos encerramos un fin de semana en un hotel de Huatusco, Veracruz, para abordar una sola pregunta: ¿por qué la economía mexicana no crece?, o en otras palabras, ¿por qué desde hace tres décadas estamos estancados, con un desempeño mediocre? 

Destaco algunas contestaciones: es el sistema político disfuncional; es la corrupción que genera privilegios, violencia e impunidad; es la baja calidad de las instituciones; es la desigualdad de oportunidades de acceso a los mercados; es la ausencia de mecanismos institucionales eficientes y de bajo costo de acceso al sistema judicial para dirimir controversias; es la resistencia de los monopolios a ceder sus privilegios. 

Yo aventuro otra respuesta: no hemos creado un ecosistema que provea los incentivos para premiar el trabajo, el talento, el mérito y el civismo. 

Un ecosistema es el conjunto de especies de un área determinada que interactúan entre ellas y con su ambiente. Las especies del ecosistema dependen unas de otras. Las relaciones entre las especies y su medio resultan en el flujo de materia y energía del ecosistema. 

En Silicon Valley han tomado prestado este vocablo de las ciencias naturales y afirman: la clave está en las redes de relaciones humanas que generan extraordinaria creatividad e innovación en el liderazgo, la tecnología y los negocios. 

Los ecosistemas innovadores se comparan con los bosques o selvas tropicales ricos en biodiversidad, que reciben abundante lluvia. Sólo pueden florecer cuando las conductas sociales liberan el potencial humano. 

Norma Samaniego, experta en temas de empleo y salarios, señala que en México, desde que existen las cuentas nacionales, las remuneraciones al trabajo asalariado han representado entre 30 y 40% del ingreso nacional, mientras que la compensación al capital a través de utilidades, rentas, intereses e ingresos de la propiedad se ha llevado el 60-70% restante. Este patrón distributivo difiere marcadamente del observado en las economías avanzadas, donde las proporciones prácticamente se invierten. 

Gerardo Esquivel ha demostrado que incluso en un sector “moderno” como lo es la industria automotriz, los incrementos en la productividad no resultan en aumentos proporcionales en la compensación de los trabajadores. 
La depresión prolongada de la masa salarial es determinante en el origen de la desigualdad y socava el crecimiento económico. Por ello en México tenemos un mercado interno muy débil. 

En un país tan polarizado como México, con un tejido social desgarrado, es preciso que los mexicanos más favorecidos entiendan que la exclusión y la desigualdad resultan en un coctel de alto riesgo. 

Afortunadamente, multitud de jóvenes mexicanos están convencidos de que la transformación del país no depende del Presidente, del gobernador o del alcalde, sino de la movilización y el emprendimiento social para resolver problemas de salud, de energía o de educación a través de iniciativas que logran alta rentabilidad social y personal. 

Prospera (www.prosperando.org), una organización de jóvenes dedicados a formar emprendedores en los estratos de menores ingresos, vinculó a mujeres de un barrio popular cerca de Monterrey con las empresas Cemex y Toks para distribuir los monederos que hacen con materiales reciclados. Prospera contribuye a crear un nuevo ecosistema que fomenta la integración de las empresas y la sociedad con el medio ambiente. 

El cambio en México requiere de una coalición política, legislativa y social amplia, que construya un poder y una organización de los ciudadanos, para generar un desarrollo sostenible e incluyente. Muchos jóvenes ya han puesto manos a la obra. ¡Enhorabuena! 
Twitter: @Carlos_Tampico