Un día a la vez...

Usted está aquí

Un día a la vez...

Apenas los vi, llamaron poderosamente mi atención: eran dos chavos banda a bordo de una unidad del transporte urbano en movimiento, que se metían un clavo de cuatro pulgadas por la nariz o se acostaban sobre una cama de vidrios.

Faquirismo, dijeron que se llamaba eso y pidieron una cooperación voluntaria por el peculiar, singular espectáculo.

Eran dos chavos banda, ya dije, con aros colgando de las orejas, la cabeza rapa, playera y pantalones tumbados, como viste la banda, el barrio.

Recogida la colecta bajaron del camión por debajo de las barras, y yo salté de detrás de ellos.

Que era reportero, me presenté, y quería saber de sus vidas: contar la historia callejera de unos faquires callejeros que, después me enteré, no eran tan faquires.

Los muchachos, calculé treintañeros, me citaron para una tarde, tenían su guarida, me dijeron, en una cerrada de la colonia Landín que se llama así, Privada Landín.

Ahí caí aquella tarde, la tarde convenida, con un fotógrafo y toda la cosa, no, no es cierto, toda la cosa no, solamente un fotógrafo.

Cuando llegué encontré afuera de una casa de la privada, o sea en la calle, a los dos faquires, estaban entre un corro de chavos banda tomando cerveza y cotorreando.

Y entre trago y trago me fueron desgranando su historia:

Que eran un grupo completo de chavos adiestrados en el sacrificado oficio de meterse clavos de cuatro pulgadas por la nariz y acostarse sobre camas de vidrio.

Un muchacho venido al barrio directamente del hoy desaparecido “defe” los había instruido en ese arte callejero.

No trabajaban en otra cosa ni asistían a escuela ninguna. O sea, que ni trabajaban ni estudiaban, contaron sin pena.

Sus días transcurrían así, en las calles, en los camiones, tan iguales que a veces ni se sentían.

Y gastaban sus días precisamente en eso, en vivir al día.

Hacer al faquir en dos, tres camiones y sacar pa’ la torra del día y las cheves del día. Resuelta esa necesidad no importaba más nada.

¡Qué vida!, pensé cuando conocí la historia de estos faquires de barrio, vivir al día, sin presiones ni preocupaciones de índole alguna, a la buena de Dios, a la caridad de la gente, de los pasajeros del transporte urbano.

Aunque hay quienes aseguran que eso de vivir al día tiene su encanto, más bien su filosofía.

“Se te va la vida acumulando trigo y provisiones en el granero, ¿no sabes que mañana te vas a morir insensato?”, me acordé de aquel pasaje bíblico, palabras más, palabras menos.

Y entonces caí en la cuenta de que entonces la vida de estos faquires no era tan inútil.

Anteayer volví a verlos en el camión, tan idénticos como la vez primera que los vi: Tan sin prisas, tan sin apuros, viviendo la vida, un día la vez, un día…