Un día en el teatro, una cobertura desde el otro lado

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Un día en el teatro, una cobertura desde el otro lado

Vestuarios. Las prendas hechas para decenas de obras teatrales figuraron como las protagonistas de esta puesta en escena. Fotos: Omar Saucedo/VANGUARDIA
Una pasarela y exhibición con decenas de vestuarios, años de trabajo artístico sobre los hombros de actores y espectadores por igual fue la más reciente propuesta de la Muestra Estatal de Teatro 2020

Se levanta el telón; desnudo el escenario y desnudos también nosotros. Nos observan desde lo alto, a nuestras espaldas, los avatares de historias ficticias y desde el frente los testigos de nuestro atrevimiento. Mis manos sudan, las bocinas laten, pero ya no escucho mi propio corazón, ni siento el dolor de mis pies o mis rodillas; el teatro se viste y ante el cambio en la escena no me queda más que adaptarme y darle vida a un sol que sostengo con la punta de mis dedos, a la espera de los tambores.

Así viví los primeros momentos de “Vestuarios en escena”, una pasarela-performance en la que el actor y director Juan Antonio Villarreal recordó 34 años de trayectoria como vestuarista, un aspecto poco reconocido pero importante en el quehacer teatral, la cual se llevó a cabo la noche del pasado martes 10 de noviembre en el Teatro de la Ciudad Fernando Soler.

Su intención con esta propuesta fue hacer de los vestuarios los protagonistas y, por ello, para portarlos convocó no solo a sus colegas actores, sino también a espectadores, amigos y a un periodista cultural —su servidor—, de manera que cerca de 70 conjuntos, sobre aproximadamente 35 individuos, desfilaron en distintas escenas, algunas en alusión al propósito original de estas prendas y otras en coordinación con las sugerencias temáticas de la música.

Escenas. La obra presentó el trabajo de 34 años de Juan Antonio Villarreal como vestuarista a través de distintos escenarios.

Acepté por la emoción y curiosidad de ser parte de una puesta en escena —aunque no se compara con lo que he visto puede llegar a ser el montaje de una obra de teatro como tal— y por la afinidad que he encontrado con el teatro desde que empecé a darle cobertura a la cultura local.

Estar del otro lado es casi indescriptible. Acudir a cada ensayo, atender a las indicaciones y ver la evolución del proyecto, entre las aportaciones de todos sus integrantes, es crear en su más pura expresión. Pero incluso esto fue solo un ejercicio artístico más en comparación con la sensación de estar detrás del telón, mientras la Secretaría de Cultura entregaba los premios y menciones honoríficas a los ganadores de la Muestra Estatal de Teatro —“Bubblegum” por Detestable Teatro y “Roma, al final de la vía” por Origen Teatro, como obras ganadora y suplente—, a la espera de que la función comenzara y ya no fuera entonces yo un mero espectador.

No vi rostros, la luz estaba sobre nosotros, el resto era penumbra, pero sabía que estaban ahí y que algunos me iban a reconocer. La semi-desnudez no fue tanto problema, años en natación te acostumbran a ello, sin embargo, muchos podrían decir que no era mi lugar y tal vez tendrían razón, pero si algo me han enseñado estos años de cobertura a cientos de formas de arte es que la multidisciplina enriquece y ahora conozco un poquito más, gracias a Toño, sobre lo que es ser parte del teatro.

El cambio de vestuario, portar los ropajes de mujer, esperar mi marca para la siguiente escena, mientras el resto de la acción continúa sin pausa; los titubeos, errores, entradas en falso, bromas e indicaciones a gritos quedaron en los ensayos, ahora ya todos sabemos lo que tenemos que hacer. El vals vino y se fue, los héroes de la patria salieron a conquistar la nación y, entonces, para despedirlos, entramos todas, en un afán seductor que en definitiva les salió mejor a las demás, pero dentro del cual también pude disfrutar y divertirme.

Para entonces no había rastro de nervios, la función continuó, el clímax llegó y el grueso del elenco, en un juego circular, se preparó para el final; una danza íntima al ritmo del himno de la noche y una declaración grupal para el arte y para el teatro, que en época de tumulto es siempre el mejor bálsamo: me quedó contigo, apuntamos.

Lo único que lamento es el tiempo en que nos tocó hacer esto, pues fue poca la gente que pudo disfrutarlo. Y no lo digo por el espectáculo en sí, sino por las intenciones de todo el proyecto; en la producción artística damos por sentadas muchas cosas, y el trabajo en la realización de vestuario es una de ellas, por eso es una pena que una minoría haya tenido la oportunidad de reconocer este trabajo.

Contingencia. En seguimiento con las medidas sanitarias el cupo fue reducido a un máximo de 70 personas.

El teatro en Saltillo se desarrolla sobre las tablas, es un oficio, que pasa de generación en generación entre familia —como lo descubrí con los tres Amado Ramírez, cuyo trabajo apenas descubrí gracias a esta puesta— o entre los interesados en probar las mieles —y algo de hiel— de la escena. Por lo mismo, los roles que en otros puntos del planeta podrían ser ocupados por profesionales del área aquí caen en manos de quien decida, por voluntad propia, realizarlos.

Toño Villarreal es uno de ellos, y uno de los más constantes en ello. Más de tres décadas ha desarrollado esta labor que se vio reflejada en escena, a través de cientos de vestuarios que cuentan de manera individual sus historias, desde aquel que hizo en sus inicios con las cortinas de su mamá, hasta aquel cuya manufactura fue producto del ímpetu creativo de su autor quien, en su apuro por llevar al idea a la realidad, creó una prenda para una obra que nunca fue montada.

Y aunque es el más prolífico por fortuna no es el único y, como testigo de ello, la exhibición que se montó en el lobby del Teatro de la Ciudad presentó desde las piernas de Sileno en “El Cíclope” de Eurípides, hasta la demoníaca tiara del papa Bonifacio de “Perpetuum Misterio”.

Expuesto estuvo entonces el trabajo de Anahí Serrano, Beatriz Pérez Quintero, Blanca González, Edmundo Nuncio, Ernesto de León, Naxo Barrientos y Rogelio Palos para las compañías Desierto Teatro, Teatro Columna Cuatro, Proskenium, Grupo Ecléctico de Teatro-Asociación Rodas y el Ballet de Coahuila.

Exhibición. En el lobby del Teatro de la Ciudad se expuso el trabajo de otros vestuaristas coahuilenses.

Hacer teatro, como lo mencionó Martha Matamoros en su discurso durante el evento oficial, es un acto de colaboración y nunca me ha quedado más claro como ahora. Lo que sucedió el pasado martes en el Fernando Soler fue una muestra de que este arte no se reduce a lo que sucede entre el actor y el director; no se limita al texto ni esta sujeto a la escenografía; requiere la ayuda de técnicos y de asistentes de dirección —como sucedió con Jesús Cervantes, con quien pulimos los últimos detalles del espectáculo—, una iluminación que cambia todo lo que hasta entonces se había ensayado, el sonido que le da ese empujón a las emociones del público, sin pasar por alto las prendas que recalcan el contexto de la interpretación y todo el trabajo que hay detrás de cada uno de estos aspectos.

Ojalá todos tuviéramos la oportunidad de, al menos en una ocasión en nuestras vidas, dejar de ser espectadores y convertirnos en parte de la escena, en los autores de la pintura, en los músicos, en los escritores. ¿Quién sabe? Tal vez termine gustándonos lo suficiente como para repetirlo.