Un día diferente
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Un día diferente
Gracias a la certidumbre de humedad, Francisco ha desarrollado una intensa actividad de acopio y mejoramiento natural de semillas
Como parte de una actividad de integración organizada por el Centro de Investigaciones Socioeconómicas (CISE) de la Universidad Autónoma de Coahuila, institución en la cual laboro como investigador y maestro, se organizó una visita a una unidad de producción agropecuaria operada por un campesino del ejido Jagüey de Ferniza, Francisco Zamora, quién también se desempeña como técnico de investigación en la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro (UAAAN) y como consultor técnico en programas operados por Conaza (Comisión Nacional de Zonas Áridas).
Acompañado de mi esposa, hija y nietos, nos dirigimos al lugar el sábado por la mañana. Poco antes de las 10 llegamos a nuestro destino, localizado unos cuantos kilómetros adelante del centro de población del ejido, a un costado de la carretera que conecta la ruta a Zacatecas con la autopista que va a la Ciudad de México. En el sitio ya estaban nuestro anfitrión y un buen grupo de Colegas, estudiantes y familiares de la Maestría y el Doctorado en Economía Regional, programas acreditados por el Padrón Nacional de Posgrados de Calidad del Conacyt, los cuales se imparten en el CISE.
Se trata de un valle localizado entre dos cadenas montañosas alineadas de oriente a poniente. Hacia el oriente se encuentra la parte alta y más angosta del valle el cual, a medida que se desciende hacia el poniente, se ensancha gradualmente. Muchos de los habitantes de nuestra capital han transitado por esa carretera y conocen la zona, pues es un destino popular de los amantes de la naturaleza. El lugar es hermoso y, sobre todo la cordillera del lado sur, está poblada por un generoso bosque de coníferas.
Salimos de la carretera hacia el sur y ascendimos por un camino de terracería enfilados hacia las faldas de la montaña para ingresar al predio trabajado por Francisco. Desde esa parte se disfruta una espléndida vista de la parte baja del valle, sobre la cual se asientan las tierras laborales, desplegadas sobre una extensión de 25 hectáreas en cuya superficie se dibujan los pliegues de las curvas de nivel que conforman el sistema de irrigación trazado por Francisco para aprovechar los escurrimientos de las dos laderas y proporcionar a sus parcelas la humedad necesaria para que prosperen los cultivos durante las dos épocas del año (primavera-verano y otoño-invierno). Maíz, con rendimientos medios de 7.5 toneladas por hectárea, frijol pinto, con aprovechamientos de mil 800 kilos, avena, de la cual obtiene de 200 a 300 pacas y, durante el invierno, trigo, con una productividad de poco más de 3.5 toneladas por hectárea. Sobre los bordes de las curvas de nivel y en los límites del terreno se yerguen majestuosos magueyes de un verde intenso, algunos de los cuales lucen imponentes mástiles; los dulces y jugosos quiotes que anuncian la plenitud del ciclo vital de esas espléndidas plantas que adornan nuestros paisajes. Con parte de su misma producción, Francisco alimenta ganado bovino, de las razas Charolais, Limousin y otra cuyo nombre se me escapa, mismo que es exportado en pie hacia los Estados Unidos de América.
La carretera que delimita el lado norte de la propiedad impide que los escurrimientos de agua lleguen diseminados al valle y crucen el asfalto por un solo punto. Pocos metros al sur de la carretera se ubica una pequeña represa de gaviones que permite regular la entrada del agua de la cordillera norte y, simultáneamente, derivar parte del caudal por un canal lateral hacia las tierras altas, desde las cuales, por gravedad y gracias al sistema de terrazas delimitado por las curvas de nivel, el agua las recorre de un lado al otro mientras desciende gradualmente hacia las partes bajas. Libres de obstáculos, los escurrimientos de la ladera del sur llegan directamente a las áreas de cultivo en donde son distribuidas por este sistema de irrigación. De esta forma, en una zona con precipitaciones anuales de 300 milímetros, Francisco logra distribuir en sus parcelas láminas de agua de 40 centímetros, mismas que hacen toda la diferencia entre el erial y la abundancia.
Gracias a la certidumbre de humedad, Francisco ha desarrollado una intensa actividad de acopio y mejoramiento natural de semillas, especialmente de maíz. Adicionalmente, brinda invaluables servicios ecológicos a la comunidad, pues garantiza el aprovechamiento ordenado y sustentable de los recursos naturales.
¿Cómo explicar el éxito de Francisco Zamora? Por supuesto que una buena dosis es producto de su tenacidad y esfuerzo. Pero también de las oportunidades que se abrieron ante él gracias a la educación y al conocimiento al cual tuvo acceso. Hace 40 años, cuando aún no existía la carretera que pasa a un costado del Jagüey, Francisco participó en un programa de educación para adultos impulsado en la UAAAN, lo cual le permitió concluir sus estudios de preparatoria y luego formarse como técnico de investigación y laborar como tal en la propia Universidad. En ocasiones que fallaba el transporte que lo trasladaba, se veía obligado a desplazarse por su cuenta en jornadas que iniciaban de madrugada y concluían bien entrada la noche. Esta experiencia de éxito merece ser reconocida y divulgada.
Gracias a Francisco Zamora por su legado y por brindarnos la oportunidad de gozar de un día diferente. De las “trumpadas” de Donaldo el rabioso, ni me acordé. Feliz domingo.