Un Clásico de ambiciones cortas
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Un Clásico de ambiciones cortas
El Clásico tenía mucho en juego, pero no definió nada. Ni siquiera para la historia. Condimentos había, lo que no hubo fue un ganador que justificara sus ambiciones.
Tigres no supo capitalizar el bocado que le faltaba para dejar de especular con la Liguilla. Su clasificación es un hecho, pero asegurar una mejor ubicación en las posiciones todavía es un sueño incompleto.
El sábado tuvo una buena oportunidad para saldar cuentas pendientes en casa. El rival fue muy particular y el premio era mayor. Quizás, de haber ganado, los puntos no hubieran sido más significativos que el impulso emocional.
Pero Tigres se falló a sí mismo y sigue fallando de local. Lleva tres partidos al hilo que no logra explicarle con futbol a la gente que está para grandes propósitos.
Tigres hoy anda errático como Gignac, pero más voluble como equipo. Se atora en cualquier bache y opera con la esperanza de que alguna individualidad pueda hacer algo reconfortante para los demás. Ha caído otra vez en viejos vicios.
Lo de Rayados fue más dramático. Tuvo una primera media hora de alto vuelo –quizás lo mejor en lo que va del torneo-, pero como está frágil de espíritu, cualquier brisa lo tambalea.
Ocurrió tras el gol de Sosa, cuando cayó en shock y nunca más volvió a ser el que fue en gran parte del primer tiempo. Y Mohamed, al final de la noche, terminó por enviar un mensaje de precaución y temor.
El DT decidió renunciar al empuje y, definitivamente, al gol con el ingreso de Mier –por el fantasmal volante Carlos Sánchez- para sumar cinco defensores. Mohamed decidió firmar el empate en la parte más caliente del partido, quizás por acto reflejo.
Da la sensación de que Rayados, pero más Mohamed, al ver que se habían quedado sin combustible, entendieron que con el empate llenaban, pero no calcularon si les servirá.
El equipo había construido, en líneas generales, un juego decente, pero salir en cierta medida “conforme” con un punto del Universitario quizás aplique para el orgullo y se le dé un valor productivo en otras circunstancias, pero no ahora, porque si algo necesitaba este equipo era ganar.
Y pudo hacerlo por lo que hizo en el primer tiempo, al menos, en esa media hora “feliz” donde puso a Tigres bajo la suela, lo desconcertó con presión sostenida y con movimientos rápidos e indescifrables. Todo el equipo parecía estar sincronizado en un desafío encarado con puro sacrificio y sentido común.
Sólo que no tuvo puntería, lo que no sugiere ser noticia a estas alturas. Pero de todos modos, Mohamed pensó que no dejar ser a Tigres era lo más conveniente y así le jugó, aunque el detalle fue que su ventaja táctica no la supo traducir en resultado en su mejor momento.
Otra vez, tampoco resultó ser un Clásico a la medida de los matones. No lo fue porque Rayados no encontró los espacios adecuados para Pabón y Funes Mori, y porque Tigres se vio envuelto en un laberinto sin salida, con su arsenal ofensivo maniatado y con una línea media atorada y preocupada en otros asuntos.
Tigres sigue jugando sin Gignac y quiera o no, influye. El francés parece no encontrar acomodo y está divorciado con el gol, su principal alimento.
Además, Aquino y Quiñones duplicaron funciones sobre la izquierda, y Sosa como extremo derecho se vio más desconectado. En el medio de estas distancias, Gignac fue absorbido por Montes y Basanta.
En un Clásico donde se rompió el estilo en la segunda mitad, las intenciones quedaron en la memoria, pero no así la fortaleza de los rivales, quienes invirtieron mucho desgaste a cambio de muy poco.