Un barrio singular en el corazón de Saltillo (2)

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Un barrio singular en el corazón de Saltillo (2)

En una pasada colaboración hablamos del antiguo barrio del Mesón de la India, ubicado en un amplio sector de céntricas calles como Matamoros, Maclovio Herrera, Centenario, Castelar y la placita Primero de Mayo, y extendido hacia el sur a las escuelas Centenario y Coahuila. Traer el singular barrio a las páginas de VANGUARDIA suscitó comentarios de algunos lectores, descendientes de familias residentes en esa porción del viejo Saltillo, y compartieron recuerdos de su familia y de viejos negocios de sus populosas calles.

En una de las esquinas de Abasolo y la calle que hoy lleva el nombre de Pérez Treviño se estableció la empresa Cía. Aguas del Oriente de Saltillo, la primera que surtió el servicio domiciliario de agua a través de una red de tubería. Los dueños eran dos conocidos personajes de la ciudad, don José de León Flores y don Natalio Recio. En 1928, el gobierno celebró un contrato con De León Flores para instalar y explotar una red de agua a lo largo de las calles de Urdiñola, Matamoros, Abasolo y las calles transversales intermedias con vigencia de 25 años, al término de los cuales la red pasaría a ser propiedad del Municipio. En la administración de Román Cepeda, 30 años después, la tubería que se sacó se encontraba en tan buen estado que se mandó a instalar en alguna congregación de la sierra de Arteaga. La familia Garza Recio conserva algunas acciones emitidas por la compañía Aguas de Oriente.

Carlos Manuel Valdés Dávila me comentó sobre sus abuelos maternos. Su mamá, doña Jesusita Dávila de Valle, era hija del comerciante don Jacobo Dávila del Bosque, quien tuvo su tienda en su domicilio de Matamoros y Maclovio Herrera por muchos años, y después se cambió a la esquina con Ateneo. Dice el estimado historiador que sus seis hermanos y él nacieron en la casa materna en la esquina de Maclovio Herrera: “Los siete en el mismo cuarto y en la misma cama, y no hubo ni médicos ni enfermeras; a mi mamá la atendió siempre una hermana de mi abuela, la tía Melquiades de Valle”. En esos tiempos, a la usanza antigua, una mujer de la familia con la sabiduría propia de las mujeres en esos menesteres, era la encargada de traer a los niños al mundo, y las hijas casadas siempre encontraban alojamiento y apoyo en la casa de sus padres durante el parto y el puerperio de 40 días posteriores al alumbramiento, para reponerse y atender al recién nacido mientras la abuela se hacía cargo de los demás miembros de su familia. El solo comentario de Carlos Manuel da idea de la apacible vida cotidiana en el Saltillo de los años cuarenta y cincuenta, cuando sus padres, don Tomás Valdés Flores y doña Jesusita Dávila de Valle, formaban una sólida y apreciada familia saltillense. Don Tomás, como su suegro, fue distinguido comerciante y su tienda de abarrotes estaba en la calle de Manuel Acuña bajando Pérez Treviño. La familia Valdés Dávila y sus antepasados son parte imborrable de la historia de la ciudad.

En ese antiguo barrio, la señorita Fela Flores del Bosque fundó una escuela católica de primeras letras para niños de escasos recursos y los comerciantes del rumbo les decían los “carmelitas descalzos” por su pobreza. Los mayorcitos iban a la escuela del barrio y de vez en cuando se echaban la venada para irse a las huertas de Pereyra y otras por el rumbo de Las Tetillas a comer fruta, y bañarse en la pila de Los Chinos en la calle de Bravo bajando Múzquiz, tal como lo hicieron las generaciones anteriores en las huertas de arriba y las pilas de San Lorenzo. Muchos hicieron la secundaria en los cursos que fundaron, entre otros, los profesores Candelaria Valdés, Julia Martínez y Moisés de la Fuente en la Escuela Coahuila y que fueron semilla para la fundación de las escuelas secundarias y preparatorias de la ciudad.

Este importante rumbo de Saltillo es aún el reflejo del pasado en los descendientes de las antiguas familias residentes, y todavía tiene mucho para contar.